Jesús quiere formarnos en la oración de petición. Éstas son sus palabras:
“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. ¿Quién de ustedes cuando su hijo le pide pan, le da una piedra?”. (Mateo 7, 7 ss.)
La oración de petición es muy importante, porque nuestras necesidades son inmensas y nuestras limitaciones también lo son. La oración de petición educa en la fe. Es una promesa solemne de Cristo:
“Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán”. (Mateo 21, 22)
Jesús nos da su palabra: la oración de petición está relacionada con el problema de la fe. Si tenemos fe, percibiremos siempre la respuesta de Dios.
Jesús no dice cuándo ni cómo responderá Dios. Debemos advertir que sólo afirma que Dios responderá. Necesitamos esta afirmación de Cristo, porque necesitamos ser educados en la fe.
La mayor dificultad en la oración de petición, es con frecuencia el silencio de Dios. Debemos aceptarlo.
Dios quiere probar nuestra fe. Con su silencio mide nuestra fe y nuestro amor. No es lógico que esperemos que Él responda de inmediato a nuestras peticiones.
Dios tiene que ser libre de responder en el momento oportuno. Nosotros conocemos muy poco nuestras necesidades y los resultados prácticos de nuestras peticiones: sólo Él sabe cuándo es hora de acceder a nuestros ruegos.
A nosotros nos gustan las soluciones fáciles de nuestros problemas, a Dios las más útiles. Si respondiese en seguida a nuestros pedidos ¡cuántos valores quedarían comprometidos!... A veces sólo lo comprendemos cuando los problemas ya han pasado.
Dios no puede colaborar con nuestra pereza y chapucería. ¿Qué dirían de una mamá que apenas el chico pide ayuda para hacer el deber, se lo hace ella? Es una inconsciencia que le costará caro al chico.
En cambio la mamá sensata, cuando el chico pide ayuda lo estimula a hacerlo él, lo guía para que él lo haga, no le da ella la solución.
Educación al silencio de Dios
Es necesario que nos esforcemos en comprender el silencio de Dios ante algunos de nuestros ruegos.
· El silencio de Dios es siempre amor porque nos hace crecer, moviliza a menudo nuestras fuerzas latentes, desarrolla en nosotros creatividad y colaboración.
· El silencio de Dios nos abre los ojos a nuestra responsabilidad, denuncia nuestras inercias, estimula nuestra voluntad para que hagamos la parte que nos toca hacer.
· El silencio de Dios nos educa en la humildad de la fe. Nos pone delante nuestras limitaciones, y nos estimula al abandono confiado en Dios.
· El silencio de Dios educa siempre en el espíritu de oración. Somos débiles en la constancia: cuando debemos pedir a Dios con insistencia y con fe, nuestra oración se hace adulta, responsable, se purifica.
· El silencio de Dios prepara frecuentemente el terreno para gracias más grandes: debiendo tener paciencia, debiendo luchar nos preparamos con mayor profundidad para los proyectos de Dios. Nuestra voluntad se fortalece, nuestro sentido de responsabilidad se robustece. Dios puede así llegar a donde quiere llegar, porque encuentra en nosotros el terreno preparado para sus dones.
· El silencio de Dios alguna que otra vez es necesario, para que Dios pueda darnos cosas más importantes que aquellas que le pedimos.
Verificar la certeza de ser escuchados favorablemente
En la oración de petición es muy importante verificar la certeza, es decir, interrogarnos muy concretamente si Dios aprueba o no lo que le pedimos.
Nos damos cuenta que ignoramos en absoluto la oportunidad de algunas cosas que pedimos: pedimos salud, trabajo, éxito en un asunto, pero ¿quién puede garantizar que estas cosas sean siempre un bien? Estamos a obscuras respecto a la oportunidad de nuestros pedidos.
En cambio hay ciertos pedidos de los que con fundamento podemos tener seguridad de que seremos escuchados; por ej.: la conversión de una persona, la paz en una familia, la victoria contra un vicio...
De algunas cosas que pedimos tenemos plena certeza de que Dios las quiere, y que las quiere más aún que nosotros mismos. En este caso podemos tener seguridad de que Dios nos escuchará: será sólo cuestión de tiempo, será, de parte nuestra, problema de constancia, pero Dios responderá. Tardará, pero obtendremos la respuesta.
Es importante discernir la seguridad de que seremos escuchados favorablemente porque esto fortalece la fe, hace tenaz nuestra constancia, aumenta nuestro sentido de responsabilidad.
Si yo sé hacer la parte que me toca, es seguro que Dios hará la suya, pero debo respetar sus tiempos. Sus tardanzas son siempre un cálculo de amor.
Nuestros deseos
¿Podemos presentar a Dios nuestros deseos? ¿Es legítimo hacerlo? Lo podemos hacer siempre, porque nuestra confianza debe ser ilimitada.
Pero tratemos de obrar inteligentemente. Acostumbrémonos a expresar nuestros deseos así:
“Padre, si ésta es tu voluntad, también yo lo deseo”.
Dios está contento cuando le expresamos nuestros deseos. ¿Acaso no ha dicho Jesús: “Todo lo que pidan con fe se les concederá?”.
Ha dicho “todo”; y en ese todo caben todos nuestros deseos legítimos, pero condicionémoslos a su voluntad, es decir, condicionémoslos a su amor.
Él sabe bien lo que es útil y lo que es dañino, abandonémonos con plena confianza a su voluntad. Pero no olvidemos que nuestros deseos son misteriosamente dirigidos por Dios y cuando un deseo es según su voluntad, Dios casi siempre lo sobrepasa con creces.
Expresar a Dios nuestros deseos engendra confianza, amistad, abandono, crea una relación de fe. Expresarlos, pero prefiriendo de antemano la voluntad de Dios, torna adulta nuestra fe.
La oración más hermosa
Es importante que nos habituemos a la oración más hermosa:
“Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
No hay oración más grande que ésta; es la oración que ha hecho manar sangre en Getsemaní, es el acto más puro de amor que una creatura puede ofrecer a Dios.
Cuando hayamos crecido en coraje y en amor podremos expresarnos con más precisión:
“Padre, me abandono a ti, haz de mí lo que te plazca. Quebranta mi voluntad, mientras que no esté perfectamente acorde con la tuya, ¡porque te amo!”.