Poca concentración; atención dispersa/disipada; falta de silencio interior; imaginación suelta como una loca; preocupaciones o sentimientos que llenan la mente y el corazón y no dejan a uno orar.
Las distracciones, que son el obstáculo más frecuentemente mencionado como dificultad en la oración personal, son de diferentes tipos, y las maneras más eficaces de manejarlas o remediarlas dependen del tipo de distracciones de que se trata. Por lo tanto, conviene distinguir:
a) distracciones ambientales: (que provienen del exterior, del ambiente, e indisponen para la oración o por lo menos dificultan la concentración)
Aquí hay que fijarse en las condiciones que propician una buena oración: escoger un tiempo (hora del día) de calidad, buscar el sitio más adecuado, fomentar una tranquilidad exterior e interior (removiendo distracciones visuales y audibles en la medida posible, utilizando ejercicios de relajación y/o concentración) y en general, simplificar. Crear un ambiente propicio (para esto puede ayudar una suave música de fondo). Adoptar una(s) postura(s) de oración (a la vez fuente y fruto de las actitudes interiores), y hacer un acto de fe, amor o adoración, o bien invocar al Espíritu Santo al comenzar la oración.
Otra estrategia frente a estas distracciones ambientales es dejar que entran en tu oración las personas o cosas que de otra forma te podrían distraer: gente que camina debajo de tu ventana, los viajeros en ómnibus o avión, niños del colegio al lado, música del restaurante del vecino, gritos de los jóvenes o de una pareja peleando... y ofrecer todos estos aspectos de la vida cotidiana al Señor.
b) distracciones mentales: (pensamientos extraños; ideas que en sí no tienen mucha fuerza sobre nosotros ni perduran sino que "entran y salen" como niños inquietos, y así justamente nos distraen)
Estas distracciones, es mejor dejarlas pasar como basura que va flotando en el río: suéltalas; no te preocupes por ellas y sobre todo no te exasperes. Estas distracciones involuntarias (no invitadas: entran solito en nuestra mente consciente, sobre todo en momentos de tranquilidad y “apertura” como son momentos de oración), aun pensamientos impuros o blasfemos de los más feos, no ofendan a Dios (¡no son pecado!) con tal de que uno haga el esfuerzo de volver a él con atento amor / atención amorosa. (Este constante “volver al Señor” exigido por las distracciones ¡es un excelente ejercicio de humildad!)
Formas de oración que ayudan a prevenir este tipo de distracciones son: la oración vocal o letánica; la oración escrita, la oración imaginativa (especialmente en personas que sufren de estas distracciones debido a una imaginación ágil o fecunda), como son el Rosario o la meditación bíblica estilo ignaciano; el uso de imágenes en la oración; la lectura espiritual. CEC (=Catecismo de la Iglesia Católica) 2729.
c) distracciones psico-corporales: (pensamientos / imágenes / recuerdos o condiciones ambientales que suelen provocar reacciones fisiológicas: dolor físico, estimulación sexual, fuertes impactos de temor, cólera, ansiedad, etc.)
En general, hay que buscar el sosiego, distanciándose de la fuente de esta perturbación, realizar ejercicios de relajación, y orar por las virtudes y dones necesarios (pureza de corazón, paz, valentía, perdón…). El rosario, por ser escuela de virtudes y oración pacificadora e imaginativa (meditando las escenas evangélicas), funciona como excelente contrapeso. En particular, la oración expresada corporalmente es muy recomendable para desactivar la tensión física que producen estas emociones. En el caso de la estimulación sexual, el adoptar una postura física de adoración y renovar el compromiso de la sexualidad consagrada a Dios ayuda mucho a romper el “cuadro” imaginativo de fantasías que a veces quieren apoderarse de uno en sus momentos ociosos.
d) distracciones emocionales: (preocupaciones, sentimientos o reacciones emocionales que suelen ser fuertemente arraigados en el corazón –cuando no lo dominan totalmente--, e impiden concentrarse en la oración)
Ya que estas cosas normalmente no pueden ser tan fácilmente desalojadas de nuestra conciencia, hay que hacerlas la materia de nuestra oración. Como paso previo pueden ayudar ejercicios de reconocimiento y aceptación de las emociones embarazosas: cólera, temor, atracción sexual, rencor, asco etc. Trata de nombrarlas, reconocer que están en nosotros (y que tienen alguna razón de estar allí), y aceptar su legitimidad inicial como respuestas afectivas a situaciones que vivimos o hemos vivido, si bien no como guías de nuestro actuar. O bien, el encontrarse con alguien que sabe escuchar a fondo y empaticamente puede desbloquear el corazón para poder orar con libertad. Luego, al querer orar en presencia de estas emociones fuertes afincadas en nuestro interior, en vez de intentar rechazarlas, olvidarlas, o “dejarlas a la puerta de la capilla”, conviene llevarlas al Señor y presentárselas. Allí, sí, hay que tratar de “dejarlas”, pero no en el sentido de considerarlas sin importancia, sino de encomendarlas al Señor, dejándolas en sus manos (o simbólicamente en el altar, al pie del tabernáculo, etc.) Y luego procurar (en la medida posible) desprenderse de tales preocupaciones. Recordar que Dios es grande, y puede tener otras soluciones que a uno ni siquiera se le ha ocurrido: Is 55,8-9. Por supuesto, hay que hacer lo que está en nuestro poder (p.ej. buscar la reconciliación, tomar medidas prudentes para evitar el pecado…), y luego dejar el resto a Dios: 1 Pedro 5,7. La actitud de oración que más conviene cultivar frente a estas distracciones es el abandono.
Un peligro en llevar estas “distracciones” a la oración es que la oración puede quedar dominada por un gran problema, y uno dar vueltas y vueltas alrededor del asunto: de ahí la necesidad de ofrecer estas cosas al Señor y dejarlas a El. También la alabanza y la adoración, por ser actitudes de oración gratuitas, ayudan a uno a dejar de pensar en sí y en sus problemas, y a gozarse de las perfecciones de Dios. En fin, si no se logra una medida de paz mediante estos recursos, esta misma falta de paz puede servirnos como criterio de discernimiento: no estamos en la voluntad de Dios donde hay imposibilidad de acceder a su paz.
Hábito contrario a las distracciones: el recogimiento (remedio habitual).
“’El recogimiento es un hábito que facilita al hombre actuar según la armonía en que fue creado por Dios. En el estado de justicia original la razón dominaba las fuerzas interiores del alma, y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Pero esa justicia original desapareció por el pecado de origen; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregados.’ (Sto Tomás de Aquino, Super II Cor., 6,3). Desde entonces el alma tiende a derramarse por los sentidos y a perder la orientación a Dios.
El recogimiento es un hábito por el que la voluntad domina los sentidos y apetitos: dominio que, sin embargo, nunca llega a ser absoluto, porque los sentidos y pensamientos del corazón del hombre están inclinados al mal desde su juventud (cf. Gén 8,21).
Alcanzar esa unidad profunda supone necesariamente lucha ascética: una constante negación de la ley del pecado… (pero) no es una simple negación; es un hábito por el que las potencias y apetitos se ponen al servicio del alma y cooperan con la acción de Dios en ella.” (Francisco Fernández C., Antología de Textos, p. 1224).
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Hace 6 meses
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