Demasiado trabajo/quehaceres/actividades, y el resultante descuido de la oración; también una “agenda mental” (lista de cosas por hacer) que no deja a uno concentrar ni orar en paz; “no tener tiempo”.
Las causas de esta dificultad en la oración personal pueden ser legítimas e inevitables (a), comprensibles pero solucionables (b), o graves y sintomáticas de un desequilibrio tal que podría llevar a un fracaso en la vida cristiana de uno, especialmente de una persona consagrada a Dios en la vida religiosa (c). Existe también otra forma que obstaculiza el mismo acto de orar (d).
a) impedimentos legítimos: cuando realmente no es posible tener mayores ratos de oración, y parece ser la voluntad de Dios mismo que pone a uno/a en esta situación (obligación de la obediencia; situaciones de emergencia, deberes de estado o de la caridad, un trabajo pastoral muy especial…).
Cuando realmente no es posible (cuenta tomada de otros deberes urgentes) tener tiempos más largos de oración pura, basta la oración difusa/virtual junto con el anhelo de tener el “lujo” de ratos exclusivos para orar. Si uno realmente quiere orar (y no se está justificando el evitar el esfuerzo de orar) y si sabe ser “oportunista”, encontrará oportunidades para “buscar el rostro del Señor”: citas o clases canceladas, huelgas, paros y apagones, fiestas y temporadas de menos trabajo, ¡enfermedades! Es recomendable separar un tiempo fuerte cada semana o mes, si no es posible un tiempo diario, para hacer un mini-retiro personal (“pustinia” o “día de desierto”).
b) demasiadas cosas que hacer: planes, proyectos o cosas que hacer, personas a quienes llamar o ver... vienen a la mente justamente en momentos de oración; se está tentado a salir para hacerlo al instante antes de olvidarlo de nuevo…
Varias sugerencias, tanto puntuales como más de fondo: guardar un lapicero y cuaderno a la mano en el lugar donde uno ora, para poder anotar (sin abandonar la oración) lo que tiene que hacer (y sin peligro de volver a olvidarlo). Al terminar la oración, lo podrá hacer. Buscar una hora apropiada antes o después de la jornada de trabajo (administradores, ecónomos, párrocos), de manera que uno puede “archivar” semejantes preocupaciones hasta las horas de trabajo /atención al público. Más de fondo, elaborar un plan de vida que toma en cuenta las diferentes necesidades y tra-bajos en forma más ordenada, sin atropellar los tiempos de oración; hacer una auto-evaluación o buscar la dirección espiritual para ayuda en poner en orden su vida.
c) inversión de valores: sobrevalorar la actividad pastoral y minusvalorar la oración. Se trata al fondo de una falta de humildad: pensar que no necesitamos tanto de Dios. Al no saber decir “no” a los pedidos/invitaciones, uno dice “no” a la oración.
Si el apostolado se ve como un absoluto (es decir, cuando sus exigencias son indiscutibles/inapelables: un religioso que tajantemente “no puede participar” en un retiro comunitario porque “tiene” que estar en el apostolado) es al fondo una falta de fe y cuestión de orgullo: pensar que todo depende de nosotros. Remedio: ¡reflexionar sobre la eficacia de su propia vida y de todo su trabajo sin Dios! Juan 15,5 y Fil 4,13. Pensar en la muerte; aprender a estar en silencio. Se recomienda la lectura de Carlo Carretto (Cartas del desierto) y de Dom Chautard (El alma de todo apostolado). Observar celosamente los tiempos de oración diaria, dominical, mensual…, y hacer un buen retiro anual. CEC. n. 2732.
d) demasiado esfuerzo: agotarse tratando de encontrar a Dios; correr de un método de oración a otro hasta quedar decepcionado de todos… Contar demasiado con sus propios esfuerzos y no suficientemente con la gracia y ayuda de Dios.
El activisimo puede andar disfrazado detrás de nuestra misma oración, cuando uno intenta encontrar a Dios a base de su propio impulso vehemente: se está decidido a aplicar un método que cree el mejor, y lo hace con todo su ser y toda la fuerza de su voluntad. Pero si no produce resultados en el período de tiempo previsto, uno puede resentirse y hasta abandonar la búsqueda de Dios. Para tales personas lo que puede hacer falta es dejar actuar a Dios (esperarle, de acuerdo a su tiempo y su manera de revelarse a nosotros), dejarse guiar por Dios, aprender a “no hacer nada” en la oración, y experimentar la gratuidad de su amor y de su obrar en nosotros.
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