lunes, 21 de diciembre de 2009

Orar sin interrupción

Toda nuestra vida puede ser una continua oración, haciendo todo por amor a Dios. Y una manera eficaz de hacerlo todo por Dios es repetir constantemente una jaculatoria o frase de amor. Decía san Juan Crisóstomo: Aunque estés fuera de la iglesia, exclama: Ten piedad de mí. No te contentes con mover los labios, grita con el pensamiento. Incluso los que se callan son escuchados por Dios. Lo que importa no es el lugar. Reza de viaje, en la cama, en el trabajo, en cualquier lugar que sea. Eres templo de Dios, no te preocupes del lugar, sólo tu voluntad es necesaria.

San Pablo nos dice claramente: Orad sin interrupción (1 Tes 5, 17). Quiero que oren en todo lugar (1 Tim 2, 8). Orad en todo tiempo (Ef 6, 18).

Lo importante es el amor con que decimos las palabras. A una enamorada no le importa que su novio le diga siempre las mismas palabras de amor, porque cada día le parecen distintas y, además, porque cada día necesita escucharlas para sentirse feliz. Por eso, el que ama nunca se cansa de amar y de decir las mismas cosas. El amor es siempre igual y siempre distinto. Por ello, la oración es siempre igual y siempre distinta.

Dios, que es nuestro Padre, está locamente enamorado de nosotros y siempre nos dice las mismas palabras en nuestro interior: Tú eres mi hijo querido, un latido de mi corazón hecho historia. Tú eres lo más importante del mundo para mí. Te amo infinitamente. ¿Seremos capaces de creernos estas palabras amorosas de Dios? ¿O acaso no podemos creer que Dios nos ama infinitamente?

Nos lo dice la Biblia: Te amo desde toda la eternidad (Jer 31, 3). Tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima, y yo te amo mucho (Is 43, 4).

Cuando leas la Biblia, léela como un joven enamorado que lee la carta de su novia. Y dite a ti mismo: Esta carta la ha escrito mi Padre Dios para mí, que soy su hijo. Es una carta personal, porque me ama.

¿Serás capaz de responder a tanto amor con tu propio amor? Una bella manera de responder a su amor es repetirle constantemente que lo amas, para hacer así una oración ininterrumpida. Repetir jaculatorias u oraciones cortas es una costumbre muy antigua en la Iglesia, sobre todo, entre los Orientales. San Juan Crisóstomo (344-407) aconsejaba mucho esta práctica. En Occidente, San Agustín (354-430) fue uno de los que más aconsejaba repetir muchas veces: Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme. Arsenio (+ 449) repetía: Señor, llévame por el camino de la salvación. Esta práctica fue muy usada por los maestros espirituales carmelitas y por los jesuitas, siguiendo una tradición que se remonta a san Ignacio de Loyola. De san Francisco Javier se dice que repetía incansablemente: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! ¡Oh, Virgen María, Madre de Dios, acuérdate de mí! El jesuita William Doyle repetía una jaculatoria unas cien mil veces al día. El hermano lasallista Mutien Marie hacía lo propio muchas veces más. El jesuita Juan Bautista Reus (+ 1947) decía unas doce mil veces cada día: Jesús, José y María.

La jaculatoria más famosa y que más se ha repetido a lo largo de la historia cristiana es la llamada oración a Jesús. Es la oración del ciego de Jericó: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí (Lc 18, 38). Esta oración, con diferentes modalidades, ha sido una oración modelo para muchos monjes del desierto con la que se han santificado innumerables personas en el mundo entero.


Y, repitiendo estas oraciones o jaculatorias constantemente, haremos una bellísima oración que llegará al alma, convirtiéndose en una oración profunda, que el corazón irá repitiendo a toda hora desde lo intimo de nuestro ser.




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