· Cuanto menos se ora, menos ganas de orar
Cuanto mayor va siendo la dispersión interior, no faltarán menos motivos para abandonar el trato con Dios. Se va debilitando el gusto por Dios en la medida en que crece el gusto por la multiplicidad dispersa (personas, acontecimientos, sensaciones fuertes); comienza a declinar el hambre de Dios en la medida en que crece la dificultad para estar satisfactoriamente con él.
Abierto este círculo nos hallamos en una verdadera pendiente: mientras voy desligándome del absolutamente Otro, voy siendo tomado por los otros. Mientras el mundo y los hombres me reclaman y parece agotar el sentido de mi vida, Dios es una palabra que va vaciándose cada vez más de sentido.
Al orar poco, sentimos que hay dificultades para orar, como que las facultades interiores se endurecen. Y al sentir la dificultad se tiende a abandonar la oración dentro de la ley del menor esfuerzo. Y la gracia se inhibe.
· Cuanto más se ora, Dios es más Dios con nosotros
Dios no cambia, él es definitivamente pleno y, por consiguiente, inmutable. Está pues, inalterablemente presente en nosotros y no admite diferentes grados de presencia. Lo que realmente cambian son nuestras relaciones con él según el grado de fe y amor. La oración hace más densa esas relaciones, se produce una penetración más entrañable del yo-tu a través de la experiencia afectiva y el conocimiento gozoso y la semejanza y unión con él pueden llegar a ser más profundas.
Cualquiera de nosotros puede experimentar que mientras más profunda es la oración, siente a Dios más próximo, presente, patente y vivo. Y cuanto más resplandece la gloria del rostro del Señor sobre nosotros (Salmo 30), los acontecimientos quedan envueltos en un nuevo significado (Salmo 35) y la historia queda poblada por Dios. El Señor se hace vivamente presente en todo.
Cuando se ha estado con Dios él va siendo cada vez más alguien por quien y con quien se superan las dificultades. Cuanto más se vive a Dios más ganas hay de estar con él y cuanto más se está con Dios, Dios es cada vez más alguien.
Y en la medida en que el hombre contemplador avanza en los misterios de Dios, Dios deja de ser idea para convertirse en transparencia y comienza a ser libertad, humildad, gozo, amor y progresivamente se va transformando en una fuerza irresistible y revolucionaria que saca todas las cosas de su sitio: donde había violencia pone suavidad, donde había egoísmo pone amor y cambia por entero la faz del hombre.
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