lunes, 10 de enero de 2011

Ejercicios de oración para esta primera semana

1) En este primer espacio de oración te detendrás a pedirle a Dios la gracia de tener sed de él. Repite la oración del Salmo 62

“Oh, Dios, tu eres mi Dios. Por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua” (Sal. 62)

Ora con este Salmo durante ese tiempo que dispusiste para orar. Si quieres puedes tomar la Biblia y orar con el Salmo completo. Trata de apropiarte de cada versículo. Dile al Señor espontáneamente que deseas encontrarte con él, sentirlo al lado tuyo, experimentar su amor. Centra tu oración en pedirle al Señor que venga a tu encuentro porque tú anhelas sentirlo, tienes sed de él, como lo expresa el Salmo. Finaliza tu oración dándole gracias al Señor por este espacio. Pon por escrito en un cuaderno lo que has podido experimentar y sentir en esta oración. Dificultades, mociones, sentimientos, sensaciones, qué pensás que Dios te dijo en esta oración.

2) En este segundo día tomarás la oración de Santa Catalina de Siena y te apropiarás de ella.

“¡Oh, Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro, y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir ¡Basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar porque siempre está hambrienta de ti, siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz.

¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en si todo amor propio del alma, tú eres la luz por encima de toda luz.

Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre.

¡Revísteme, Trinidad eterna! Revísteme de ti misma para que pase esta vida en la verdadera obediencia y en la luz de la fe con la que tú has embriagado mi alma”. (Santa Catalina de Siena)

Reza pausadamente esta oración. Aprópiate de cada frase, siente lo que la oración expresa. Puedes detenerte por frases y orar cada una de ellas, centrándote en pedir la gracia que expresa la oración. Por ejemplo, “¡Oh, Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro, y cuanto más te encuentro, más te busco todavía” En verdad Señor quiero experimentarte como ese mar sin fondo en que me puedo sumergir para encontrarte y mientras más te encuentro más te deseo, más anhelo buscarte y permanecer en tu presencia. Señor, dame la gracia de buscarte, dame la gracia de saciarme de ti, ven a todo mi ser, hazte presente en mí, Señor…

Y así iras orando espontáneamente cada frase como el Espíritu Santo te vaya inspirando.

3) Ejercitarse durante el día, y todos los días de la semana, en percibir el amor de Dios en casa. Considerar que cada cosa agradable que veo, siento, oigo, gusto, es un regalo especial, un mensaje de amor que el Padre Dios me envía expresamente a mi como si en cada cosa me dijera: te amo mucho. Y yo respondo: "Gracias, Padre mío, yo también te amo".

Esta mañana radiante, esa música preciosa, ese saludo cordial, esta sombra fresca, esa sonrisa, esta atenta llamada telefónica, ese ramillete de flores, esa buena noticia .... son cartas de amor que el Padre me envía. Y yo respondo; "Gracias, y yo también te amo".
Este clima agradable, ese paisaje, esta sabrosa comida, este acontecimiento familiar... son cartas de amor; "Gracias yo también te amo”.

Desapareció el dolor de cabeza, la hija sanó, la película me encantó, hoy ha ido bien el negocio familiar, he dormido admirablemente, amanecí tan contento, esta noche estrellada, ese mar azul, este precioso valle, esa conversación tan agradable, esta persona tan encantadora ... son cartas de amor. "Gracias, yo también te amo".

Y así durante toda la semana, dedicarse a este diálogo de amor con el Padre Dios, que me manifiesta su ternura en tantas cosas de la vida.

Anota en tu cuaderno cómo has podido percibir el amor de Dios cada día de esta primera semana.

4) Medita algunos de los siguientes textos de la Palabra de Dios: Isaías 41, 8-20. Oseas 2, 16-25. Josué 1, 1-10. Juan 14, 9-20. Salmo 118. (con lectura rezada). Gálatas 4, 1-7. Isaías 43, 1-10.

¿Qué te dice el texto? ¿Qué puedes decirle al Señor en respuesta a esta Palabra que él te regala?

NOTA: recuerda anotar tus experiencias de oración en un cuaderno para poder ver el paso de Dios en estos días. Bendiciones!

Cuanto más se ora más se quiere orar

A nivel espiritual el hombre es, según el pensamiento de San Agustín, como una saeta disparada sobre el Universo (Dios) que, como un centro de gravedad, ejerce una atracción irresistible sobre él, y cuanto más se aproxima a ese Universo, mayor velocidad adquiere. Cuanto más se ama a Dios, más se le quiere amar. Cuanto más se trata con él, más se quiere tratarlo. La velocidad hacia él está en proporción hacia la proximidad con él.

Debajo de todas nuestras insatisfacciones corre una corriente que se dirige hacia Uno, el Uno capaz de concentrar las fuerzas del hombre y de aquietar sus quimeras.

“Oh, Dios, tu eres mi Dios. Por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua” (Sal. 62)

Llevamos en el alma capacidades espirituales que eventualmente pueden estar dormidas por falta de entrenamiento. Dios ha depositado en el fondo de nuestra vida un germen que es un don-potencia, capaz de una floración admirable. Es una aspiración profunda y filial que nos hace suspirar y aspirar hacia el Padre Dios. Si esa aspiración la ponemos en movimiento, en la medida que conoce su objeto y se aproxima a su centro, más densa será la aspiración, mayor peso hacia su objeto y, por consiguiente, mayor velocidad.

Esto lo prueba la experiencia diaria. Cualquiera que haya tratado entrañablemente con el Señor a solas durante unos cuantos días, una vez regresado a la vida ordinaria, un nuevo peso lo arrastrará al encuentro con Dios con nueva frecuencia; los rezos y los sacramentos serán un festín porque ahora los siente llenos de Dios. De esta manera se va haciendo más denso el peso de Dios que nos arrastrará con mayor atracción hacia él, mientras el mundo y la vida, se irán poblando de Dios.

Si somos sinceros, si miramos nuestra propia historia con Dios, habremos experimentado que Dios es como una cima que arrastra y cautiva y que cuanto más nos aproximamos a ella más nos cautiva y embriaga.

“¡Oh, Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro, y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir ¡Basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar porque siempre está hambrienta de ti, siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz.

¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en si todo amor propio del alma, tú eres la luz por encima de toda luz.

Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre.

¡Revísteme, Trinidad eterna! Revísteme de ti misma para que pase esta vida en la verdadera obediencia y en la luz de la fe con la que tú has embriagado mi alma”. (Santa Catalina de Siena)


(Del libro "Muestrame tu rostro. Hacia la intimidad con Dios. P. Larrañaga)