miércoles, 15 de julio de 2009

¡Dios te bendiga!

Ora aunque no tengas ganas!!! Te tomara un minuto.
Tú nunca sabes cuando Dios te bendecirá!!!
Las buenas cosas pasan cuando menos te lo esperas!!!
Amado Señor, Te doy gracias por este día.
Te doy gracias porque puedo ver y escuchar esta mañana.
Estoy bendito porque tú eres un Dios de perdón y comprendes, tú has hecho tanto por mí y por otros, soy bendito porque tu sigues bendiciéndome.
Perdóname este día por todo lo malo que haya hecho, dicho o pensado que no haya sido de tu agrado.
Pido por tu perdón. Mantenme protegido de todo daño y peligro.
Ayúdame a empezar este día con una nueva actitud y gratitud.
Déjame hacer lo mejor de uno y cada día para aclarar mi mente, que pueda yo oírte.
Por favor, aclara mi mente que pueda yo aceptarte, no me dejes quejarme por cosas que no puedo controlar.
Y dame la mejor respuesta cuando me empujen fuera de mis limites.
Yo se que cuando no puedo orar, tu escuchas mi corazón.
Continua usándome para ti.
Continua bendiciéndome para que pueda ser una bendición para otros.
Mantenme fuerte para ayudar al débil.
Mantenme en buen espíritu que pueda tener palabras de consuelo para otros.
Yo oro por esos que no pueden encontrar el camino.
Yo oro por esos que son juzgados y calumniados.
Yo oro por esos que no te conocen íntimamente.
Yo oro por esos que borraran este mensaje sin compartirlo con otros.
Yo oro por esos que no creen. Pero te doy gracias porque creo en ti.
Creo que Dios cambia la gente y cambia situaciones.
Yo oro por todos mis hermanos y hermanas. Por cada uno y todas las familias.
Yo oro por paz, amor y felicidad en sus hogares, que salgan de deudas y suplan sus necesidades.
Yo oro por todo ojo que lea estas palabras sepa que no hay problema, circunstancia o situación que no exista para Dios.
Yo oro porque estas palabras sean recibidas en el corazón de quien las lea.
Solo repite conmigo estas frases y veras como el Señor se mueve!!!
Señor, te amo y te necesito, llena mi corazón, por favor.

OREMOS JUNTOS !!!!!!

Señor, aunque me cueste entenderlo, te amo, en ocasiones de mi vida, ha deseado mi corazón, con gran anhelo que me concedas una gracia especial.
Lo he pedido insistentemente, y aunque no la haya recibido, te sigo amando.
Y te seguiré amando, por que te sigo, no por los milagros, y gracias que me concedes cada día, si no por que tu Señor eres mi todo.
Y en medio de mis aflicciones puedo entender, que aunque no atiendas todo, si me amas mucho.
Aunque me duela aceptarlo y en ocasiones reniegue, pienso que mas importante, que mi transcurrir y deseos en este mundo, es la promesa de la vida futura junto a Ti.

Oracion por la santificacion de los sacerdotes (Santa Teresita del niño Jesus)

OH Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierrala obra divina de salvar a las almasprotege a tus sacerdotes (especialmente al Padre: (...) en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA SANGRE.Haz que se preserven puros sus Corazones,marcados con el sello sublime del SACERDOCIO, y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.Aumenta el número de tus apóstoles,y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.Bendice Sus trabajos y fatigas, y que como fruto de Su apostolado obtenga la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el Cielo. Amén

domingo, 12 de julio de 2009

Me dice que me ama

Dios nos ama inmesamente ¿Cómo respondemos a ese amor de nuestro Señor?

Hablar con Dios

Dios espera nuestra oración ¿Qué importancia le das a este encuentro con el Señor?

Diez mandamientos sobre la oración

Sugerimos diez orientaciones para ayudar nuestra oración:

1) Sencilla: “Pidan y se les dará” (Lc 11, 1)
En la oración debemos alcanzar una relación familiar con el Señor y conservar esa sencillez. Una forma muy simple es decir el nombre de Jesús.

2) Espontánea: “Si se quedan en mí y mis palabras permanecen en ustedes, todo lo que pedirán se les concederá” (Jn, 15, 7)
Si oramos con espontaneidad podremos cumplir lo que el Señor dice de orar en todo tiempo.

3) Pausada: “Y sepan que el Reino de los cielos está en medio de ustedes” (Lc 17, 21)
Es preciso escuchar, después hablar. No hay que hacer de la oración un monologo. Seamos lentos para hablar y prontos para escuchar.

4) Sincera: “Les aseguro que quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10, 15)
Hay que acercarse simplemente al Señor como los niños pequeños y pedir con naturalidad como piden ellos, sinceramente.

5) Inspirada en la Sagrada Escritura: “Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien” (2 Timoteo, 3-16)
Nuestra oración será tanto más sólida cuando más esté basada en la Sagrada Escritura. Los Salmos son oraciones muy hermosas, podemos recurrir a ellas cuando experimentamos aridez. También podemos pedirle a Dios que nos hable a través de su Palabra y abrir la Biblia al azar para meditar lo que nos quiera decir.

6) A la hora fijada: “Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde” (Hech 3, 1)
Así como hay un horario de trabajo también hay un tiempo para orar, aunque para cumplir con la oración necesitamos igualmente un esfuerzo grande de voluntad.

7) A la medida de cada persona: “El Espíritu Santo les enseñará en ese mismo momento lo que hay que decir” (Lc 12, 12)
Cada persona ora de manera diferente según como la guía el Señor.

8) Persona, eclesial, compartida: “Y después de despedirlos, se fue al cerro a orar” (Mc 6, 46) “Asimismo, si en la tierra unen sus voces para pedir cualquier cosas, estén seguros que mi Padre se las dará” (Mt 18, 18)
Nuestra vida de oración es como un trípode de tres pies. El primer pie es la oración personal: encerrarse a orar en privado. Necesitamos estar solos con el Señor.
El segundo pie es la oración de la comunidad eclesial: misa dominical o servicio religioso. Hay algo especial cuando la comunidad entera se reúne en nombre del Señor para orar. Para un católico la misa es la mejor oración ya que es el sacrificio de Jesús y toda oración lleva a la iglesia.
En tercer lugar, necesitamos orar con un grupo pequeño: nuestro grupo de oración. Es la pequeña comunidad que responde a muchas de nuestras necesidades, entre ellas las de recibir orientación y consejos.

9) Orientada por el Espíritu: “Esperen que lo prometido del Padre, de lo que ya les he hablado: que Juan Bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el soplo del Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hech 1, 4-5)
El Espíritu Santo nos conduce a una oración profunda.

10) Saboreada: “Pon tu alegría en el Señor, él hará lo que desea tu corazón” (Sal. 37, 4) Toma de tu oración u pensamiento y llévalo contigo para saborearlo mentalmente a lo largo del día.

(Resumen del texto “10 mandamientos sobre la oración” en “Oración con Jesús” Roberto de Grandis, ediciones paulinas, 1992)

Para orar: Ejercicios previos

Mucha gente no avanza en la oración por descuidar la preparación previa.

Hay veces en que, al querer orar, te encontrarás sereno. En este caso no necesitas ningún ejercicio previo. Sin más, concéntrate, invoca al Espíritu Santo, y ora.
Otras veces, al inicio de la oración, te sentirás tan agitado y dispersivo que, si no calmas previamente los nervios, no conseguirás ningún fruto.

Puede suceder otra cosa: después de muchos minutos de sabrosa oración, de pronto te das cuenta que tu interior se está poblando de tensiones y preocupaciones. Si en ese momento no echas mano de algún ejercicio de relajación, no solamente perderás el tiempo sino que te resultará un momento desapacible y contraproducente.
Te entrego, pues, unos cuantos ejercicios muy simples. De ti depende cuáles, cuándo, cuánto tiempo y de qué manera utilizarlos, según necesidades y circunstancias.
Siempre que te pongas a orar, toma una posición corporal correcta -cabeza y tronco erguidos-.
Asegura una buena respiración. Relaja tensiones y nervios, suelta recuerdos e imágenes, haz vacío y silencio. Concéntrate. Ponte en la presencia divina, invoca al Espíritu Santo y comienza a orar. Son suficientes cuatro o cinco minutos. Esto, cuando estés normalmente sereno.

Relajación corporal. Tranquilo, concentrado, suelta uno por uno los brazos y piernas (como estirando, apretando y soltando músculos) sintiendo cómo se liberan las energías. Suelta los hombros de la misma manera. Suelta los músculos faciales y los de la frente. Afloja los ojos (cerrados). Suelta los músculos-nervios del cuello y de la nuca balanceando la cabeza hacia adelante y hacia atrás, y girándola en todas direcciones, con tranquilidad y concentración, sintiendo cómo se relajan músculos-nervios. Unos diez minutos.

Relajación mental. Muy tranquilo y concentrado, comienza a repetir la palabra "paz" en voz suave (a ser posible en la fase espiratoria de la respiración) sintiendo cómo la sensación sedante de paz va inundando primero el cerebro (unos minutos sentir cómo se suelta el cerebro); y después recorre ordenadamente todo el organismo en cuanto vas pronunciando la palabra "paz" y vas inundando todo de una sensación deliciosa y profunda de paz. Después, haz ese mismo ejercicio y de la misma manera con la palabra "nada"; sintiendo la sensación de vacío-nada, comenzando por el cerebro y siguiendo por todo el organismo hasta sentir una sensación general de descanso y silencio. De diez a quince minutos.

Concentración. Con tranquilidad, percibe (simplemente sentir y seguir sin pensar nada) el movimiento pulmonar, muy concentrado. Unos cinco minutos.

Después, ponte tranquilo, quieto y atento; capta y suelta todos los ruidos lejanos, próximos, fuertes o suaves. Unos cinco minutos. Luego, con mayor quietud y atención, capta en alguna parte del cuerpo los latidos cardíacos, y quédate muy concentrado en ese punto, simplemente sintiendo los latidos, sin pensar nada. Unos cinco minutos.

Respiración. Ponte tranquilo y relajado. Siguiendo lo que haces con tu atención, inspira por la nariz lentamente hasta llenar bien los pulmones, y espira por la boca entreabierta y la nariz hasta expulsar completamente el aire. En suma: una respiración tranquila, lenta y profunda. La respiración más relajante es la abdominal: se llenan los pulmones al mismo tiempo que se llena (se hincha) el abdomen; se vacían los pulmones, y al mismo tiempo se vacía (de deshincha) el abdomen. Todo simultáneo. No fuerces nada: al principio, unas diez respiraciones. Con el tiempo pueden ir aumentando.

Te repito: como adulto que eres, debes utilizar estos ejercicios con libertad y flexibilidad en cuanto al tiempo, oportunidad, etc.
Al principio, quizás, no sentirás efectos sensibles. Paulatinamente irás mejorando. Habrá veces en que los efectos serán sorprendentemente positivos. Otras veces, lo contrario. Así de imprevisible es la naturaleza.
Hay quienes dicen: la oración es gracia; y no depende de métodos ni de ejercicios. Decir eso es un grave error. La vida con Dios es una convergencia entre la gracia y la naturaleza. La oración es gracia, sí; pero también es arte, y como arte exige aprendizaje, método y pedagogía. Si mucha gente queda estancada en una mediocridad espiritual no es porque falle la gracia sino por falta de orden, disciplina y paciencia; en suma, porque falla la naturaleza.

(P. Larrañaga)

Entrevista a Juan Pablo II: rezar cómo y por qué

PREGUNTA ¿Cómo es capaz de sostener un peso semejante, que desde el punto de vista humano resulta casi insoportable? Ningún hombre en la tierra, ni siquiera los más altos representantes de las distintas religiones, tiene una responsabilidad semejante; nadie está en tan estrecha relación con Dios mismo, a pesar de Sus precisiones sobre la «corresponsabilidad» de todos los bautizados, bien que cada uno a su nivel.
Santidad, si me lo permite: ¿Cómo es Jesús? ¿Cómo dialoga en la oración con ese Cristo que entregó a Pedro (para que llegaran hasta Usted, a través de la sucesión apostólica) las «llaves del Reino de los cielos», confiriéndole el poder de «atar y desatar» todas las cosas?


RESPUESTA Usted hace una pregunta sobre la oración, pregunta al Papa cómo reza. Se lo agradezco. Quizá convenga iniciar la contestación con lo que san Pablo escribe en la Carta a los Romanos. El apóstol entra directamente in medias res cuando dice: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables» (8,26).¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos enseña exactamente esto. Según el apóstol, la oración refleja toda la realidad creada, tiene en cierto sentido una función cósmica.
El hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella, pero en cuanto guiado por el Espíritu. Se debería meditar detenidamente sobre este pasaje de la Carta a los Romanos para entrar en el profundo centro de lo que es la oración. Leamos: «La creación misma espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios; pues fue sometida a la caducidad -no por su voluntad, sino por el querer de aquel que la ha sometido-, y fomenta la esperanza de ser también ella liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos que efectivamente toda la creación gime y sufre hasta hoy los dolores del parto; no sólo ella, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente esperando la adopción de los hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza hemos sido salvados» (8,19-24). Y aquí encontramos de nuevo las palabras ya citadas del apóstol: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables» (8,26).
En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad». Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Es exactamente así, como escribe san Pablo. Esta iniciativa nos reintegra en nuestra verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. Sí, nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos de Dios que son lo que toda la creación espera.
Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. El Libro de los Salmos es insustituible. Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en el ritmo de las súplicas del Espíritu mismo. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (cfr. Hebreos 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. La oración siempre es un opus gloriae (obra, trabajo de gloria). El hombre es sacerdote de la creación. Cristo ha confirmado para él una vocación y dignidad tales. La criatura realiza su opus gloriae por el mero hecho de ser lo que es, y por medio del esfuerzo de llegar a ser lo que debe ser.
También la ciencia y la técnica sirven en cierto modo al mismo fin. Sin embargo, en cuanto obras del hombre, pueden desviarse de este fin. Ese riesgo está particularmente presente en nuestra civilización que, por eso, encuentra tan difícil ser la civilización de la vida y del amor. Falta en ella el opus gloriae, que es el destino fundamental de toda criatura, y sobre todo del hombre, el cual ha sido creado para llegar a ser, en Cristo, sacerdote, profeta y rey de toda terrena criatura.
Sobre la oración se ha escrito muchísimo y, aún más, se ha experimentado en la historia del género humano, de modo especial en la historia de Israel y en la del cristianismo. El hombre alcanza la plenitud de la oración no cuando se expresa principalmente a sí mismo, sino cuando permite que en ella se haga más plenamente presente el propio Dios. Lo testimonia la historia de la oración mística en Oriente y en Occidente: san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y, en Oriente, por ejemplo, san Serafín de Sarov y muchos otros.

(Cruzando el Umbral de la EsperanzaEntrevista de Vittorio Messori a S.S. Juan Pablo II)

Preguntas y respuestas sobre la oración

Se conoce la definición de la oración que dio Santa Teresa de Ávila: un trato de amistad con Dios. Pero esto no impide que surjan determinadas preguntas:

- ¿Se escucha decir a veces, que el tiempo que precede inmediatamente a la oración es también tan importante como el tiempo mismo de la oración?
- ¡No es necesario exagerar! El tiempo de la oración es evidentemente el más importante. Sin embargo, no es equivocado decir que el tiempo que precede inmediatamente a la oración es muy importante. Piensen, por ejemplo, en un estudiante que viene a pasar dos horas en su escritorio en una gran concentración. Durante todo ese tiempo él ha procurado resolver un problema de orden matemático sin llegar, tal vez, a solucionarlo. Pasar de golpe de su escritorio a un rincón de oración, no tiene sentido. Su Espíritu, lo quiera o no, está siempre en el problema matemático. Necesitará un tiempo para estar libre y disponible para Dios.
Es en este sentido que Teresa de Ávila aconsejaba a sus hermanas obrar con transición entre sus actividades – sobre todo si eran absorbentes – y la oración misma.
¡Este consejo es excelente! A menudo la oración puede ser difícil porque no se ha tomado el tiempo para “obrar una transición”. Esto puede hacerse por medio de 5 minutos de caminata, un tiempo en el cual uno ordena esto o aquello con el espíritu volcado hacia el tiempo de la oración que viene. Puede también hacerse con algunos ejercicios físicos practicados sin violencia, sino apaciblemente y con lentitud, a fin de favorecer la relajación. Algunas personas se preparan para la oración sentándose y tomando una tasa de té o escuchando música sedante.
Cualquiera sea el medio que adoptemos, el fin es estar libres y disponibles a Dios con todo lo que somos.
La práctica monacal es, desde este punto de vista, muy ilustrativa. Mientras los monjes están el trabajo, uno en la biblioteca, otro en el campo, un tercero en la cocina, he aquí que comienza a sonar la campana. Ellos saben que el tiempo del oficio se aproxima. Tienen todavía unos 10 minutos para terminar su trabajo, pero ya su espíritu esta dispuesto para la oración que se aproxima. Cuando la campana suena por segunda vez, no los tomará de improviso. Cada uno sabe que ahora está invitado a dirigirse a la sacristía para prepares para la oración. Allí, en silencio, se revisten con sus hábitos apropiados para el coro. En fila y siempre en silencio, esperan la señal del padre Abad para avanzar lentamente hacia el coro.
Cuando ellos abren su salterio y comienzan a cantar la oración, su espíritu y su corazón están enteramente en concordancia con la acción litúrgica, gracias a ese tiempo de transición que los ha preparado.

- Una vez que ese tiempo de transición se ha terminado, ¿Qué aconseja hacer usted?
- ¡Evidentemente, entrar en oración! Pero sin duda es necesario aun recordar la frase del Evangelio de Mateo. “Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra detrás de ti la puerta y allí en lo secreto ora a tu Padre…” Mt 6, 6
El evangelio nos aconseja un lugar para la oración. Un lugar en el que la oración esta protegida (cierra detrás de ti la puerta)
Entonces busquemos un lugar de oración y procuremos que ese lugar favorezca verdaderamente el recogimiento y el silencio que la oración necesitan.

- ¿Y la oración en sí misma?
- ¡No porque hayamos encontrado el lugar para orar, es que verdaderamente se esté orando!
Aun cuando nuestra actitud corporal llegue a ser la de oración, tampoco se puede decir todavía que estemos en oración. Solo se está en oración cuando se está en la Presencia de Dios.
Cuando durante la oración me alimento con una lectura, si ésta es verdaderamente el alimento del dialogo reciproco que mantengo con Dios, entonces es oración. Pero si apasionado en la lectura, yo me corto de “la presencia” para instruirme… entonces ya no oro más, simplemente hago una lectura.
Ocurre lo mismo con los acontecimientos del día. Recordarlos bajo la mirada de Dios hace que lleguen a ser verdaderamente el contenido de nuestra oración.
Si, por el contrario el orante se deja llevar por los recuerdos para complacerse en ellos… él se cierra entonces a la presencia de Dios y está sujeto a la distracción.
- Entonces, ¿Lo primero que hay que hacer en la oración es abrirse a la presencia de Dios?
Sí, es eso. Santa Teresa de Ávila decía: comiencen por “entrar en compañía” ¿No es lo propio del amor, el desear encontrar la presencia del ser amado?
La oración no es otra cosa que el intercambio de amistad en el cual uno se encuentra a menudo e íntimamente solo con ese Dios de quien uno se sabe amado.
- Nosotros sabemos que Dios está en todas partes, él habita también de manera particular el en corazón del creyente, ¿Por qué a veces es tan difícil alcanzar su presencia?
Hay muchas razones: la dificultad en recogerse cuando se lleva una vida ruidosa, la dificultad para encontrar el tiempo, y el lugar propicio, son ejemplos muy concretos. Pero creo que las verdaderas dificultades se sitúan sobre todo en el interior del hombre.

(P. Jean Simonart de “ll est vivant” 76/77 Pág. 14)