lunes, 21 de septiembre de 2009

Confusión al orar

Sentirse “perdido”, dando vueltas, inseguro de si se está orando bien o perdiendo el tiempo; cambios bruscos en la forma de orar sin mucho razón; estar en búsqueada de una espiritualidad que le “calza”; diletantismo.
Las causas pueden ser varias: veamos.


a) falta de guía: no tener un director/acompañante espiritual, o por lo menos no tener orientaciones adecuadas para el camino de oración; dificultad en distinguir entre la voluntad de Dios y la nuestra en la oración

Además de la búsqueda de un método de oración que ayude y permite crecer (para lo cual pueden ayudar mucho los buenos libros), normalmente uno necesita de la ayuda de otra persona quien le escuche, comprenda y oriente. Por falta de un guía espiritual experimentado, o por lo menos conocedor de los caminos de la vida de fe y de la oración (que no tiene que ser necesariamente ni confesor ni sacerdote), uno puede ir dando vueltas, encontrarse en un callejón sin salida (debido a un concepto equivocado de la oración), o bien abandonar el camino más provechoso (por ejemplo, en tiempos de aridez o pruebas).
Conviene buscar y escoger cuidadosamente un director/acompañante espritual: 1) que te comprende; 2) con quien tú tienes la suficiente confianza para abrirte de par en par; 3) con quien de hecho experimentas crecimiento en el Señor. Sta Teresa de Avila dijo que si tuviera que escoger entre un director santo pero ignorante y otro docto pero no santo, ¡escogería el segundo! En este campo la ignorancia puede perjudicar mucho… y la ‘ciencia’ ayudar mucho. Cf. CEC. , n. 2690.


b) falta de claridad vocacional: muchas veces es “falta” solamente en sentido de no haberla alcanzado todavía… pero de todas maneras, afecta la vida de oración.

Por no tener todavía bien definida la propia vocación, puede ser que uno no haya encontrado tampoco “su” espiritualidad, “su” forma de orar. El encontrar un método, forma o ‘clima’ de oración que brinda a uno una serena orientación y un camino seguro de crecimiento espiritual, puede ser un factor en el discernimiento vocacional, o bien una confirmación de la misma. (¡Qué diferencia entre la oración activa del jesuita y la contemplación sosegada del monje!) Hay que seguir buscando hasta que uno encuentre una espiritualidad o forma de orar que le “asiente” bien; experimentar con nuevas formas de orar, pero con miras a quedar con una que parece corresponder a su manera de ser y a las exigencias del Señor.
Dissatisfacción con la oración característica de su propio instituto en los años maduros puede ser causado por infidelidad/tibieza/falta de fe (propias o de la comunidad), o por una vivencia inadecuada de este don de oración, o bien ser signo/interrogante de una posible nueva vocación (cf. tema de la “segunda llamada”).


c) escrúpulos: punzantes dudas (o acusaciones) de la propia conciencia --de una conciencia demasiado estricta-- que dejan al orante perturbad@, confus@, angustiad@, atormentad@… y hasta le pueden impedir orar.

Además de un mundo de otros escrúpulos que un@ puede sufrir, los puede haber respecto a la oración misma: acerca de si un@ ora bien o no, si ha cumplido con sus obligaciones, sobre su motivación al orar, sobre la culpabilidad de pensamientos malos que vienen durante la oración, si peca o no al hacer tal cosa, si tiene derecho a…
El remedio más seguro recomendado por los moralistas es: ponerse bajo la dirección de un confesor sabio (experimentado) y bueno, y luego regirse por lo que él dice. Se trata de liberar a esas personas de la carga de culpabilidad falsa que llevan (falsa, por las exageraciones de su conciencia escrupulosa).

Los demonios en la oración: segunda parte

12) No orar porque se es indigno: Este demonio es de los más habituales. En el momento oportuno tienta a personas del más diverso nivel espiritual, pero más a menudo a los principiantes. Si uno anda mal, la oración parece ser hipocresía, y además un gesto inútil. No tiene sentido practicarla mientras se es indigno de ella, por el hecho de estar llevando una especie de doble vida. La tentación es grave y global. Implica desesperanza y falta de confianza en Dios. La tentación es mortal: lleva a dejar la oración, que es precisamente lo único que a corto o largo plazo puede sanar las indignidades y conducir a una vida más coherente. Cortar con la oración, sistemáticamente y bajo cualquier pretexto, significa ir poniendo fuera del alcance del amor y de la gracia liberadora de Jesús.
13) El desánimo: Este demonio seduce al abandono de la oración por la vía del desánimo ante dificultades con que tropieza la oración: aburrimiento, ruidos, con sueño, etc. Sin embargo, es buena oración si la realizamos con buena voluntad, y sobre todo con humildad. Pues el orante que se desanima por las dificultades y deficiencias experimentadas en la oración, es que está falto de humildad. En ese caso, las tentaciones se tornan un peligro.
14) Medir la eficacia por la experiencia: Este demonio, una vez más reduce al desánimo. Tienta de maneras muy diversas. Su factor común está en persuadir que el valor real de la oración se basa en la experiencia que el orante tiene de ella, más que en la eficacia de la acción de Dios durante esa oración, que es una acción y una eficacia que escapa a la experiencia. La eficacia real de la oración no se mide por lo que nosotros experimentamos cuando oramos, o por los resultados que vemos; la eficacia viene por lo que Dios hace en nosotros, profundamente, en el fondo del alma; en la raíz de nuestra libertad y de nuestra fe, esperanza y caridad, en los momentos que dedicamos a la oración. Por su naturaleza, esta acción de Dios no la podemos experimentar midiendo resultados psicológicos o prácticos. El trabajo de Dios en el orante es más profundo y decisivo de todo eso. Los resultados de la oración están condicionados por aquello que es esencial: que todo contribuye a revestirnos de Cristo.
15) No poner la sensibilidad en su lugar: Este demonio distorsiona el lugar de la sensibilidad en a oración de modos diferentes, que amenazan su progreso en todo caso. La tentación se presenta sobre todo de dos formas. La primera es sobrevalorar la sensibilidad. En este caso se piensa que la oración va bien cuando se siente afecto, devoción, consuelo sensible, etc. y que la oración va mal cuando no está lo anterior y, por el contrario, se experimenta sequedad, obscuridad y aburrimiento. Esta tentación olvida que la esencia de la oración consiste en la experiencia de la fe, esperanza y caridad, virtudes que no se sienten ni necesariamente repercuten en el afecto sensible. La segunda tentación es por el contrario, despreciar la sensibilidad y no hacer ningún uso de ella. No se debe olvidar que ciertos temperamentos, y todas las personas en algunos periodos, podemos hacer buen uso del afecto sensible.
16) Buscar la calidad de la oración donde no está: La tentación está en buscar la respuesta a esta inquietud evaluando la oración en sí misma. Esto consiste en mirar la oración que se ha hecho, y clasificarla según los efectos experimentados en ella: gozo, paz, consolación, ideas nuevas, etc. La oración no es verificable en sí misma. La calidad de la oración se verifica fuera de la oración misma; se verifica en la vida, en al fidelidad a Dios en ella.
17) Discernir mal el uso de los métodos: Este demonio consiste en transformar el método de oración que está hecho para ayudar el orante, en un factor conflictivo para la oración. Llamamos método en la oración al uso de recursos que faciliten la concentración de nuestras facultades en Dios: lectura, oraciones vocales, jaculatorias, posturas, puntos de meditación, etc. Tener un método de oración es importante particularmente durante el aprendizaje de la oración y en periodos de mucha distracción o de especial dificultad para entrar en relación profunda con Dios. La tentación consiste en usar el método sin un buen criterio o inoportunamente con el consiguiente daño para la oración. Esta tentación se presenta de muchas maneras, según la clase de orantes. Una manera es despreciando simplemente cualquier método para ayudarse a orar confiando en que la oración de uno es suficientemente madura como para no necesitarlo. Esta tentación de suficiencia impide al orante entrar seriamente en la oración y tomarle sabor y sentido. Terminará desanimado, por no recurrir humildemente y cuando es necesario a un método simple, adecuado para él, que le ayude a conectarse con Dios. Otra tentación consiste en apreciar el método, pero sin preocuparse por encontrar uno propio, personal, que a uno le ayude a rezar. Se debe utilizar el método que a uno le conviene. Una tentación análoga a la anterior es usar un cierto método que a uno le sirve, rígidamente, cuando convendría por las circunstancias variar de método. Hay que saber variar los métodos personales. Existe también la tentación inversa, cuyo sujeto especial son aquellos orantes que van accediendo a una oración más simple y contemplativa. El demonio está en apegarse al método personal, cualquiera que sea y continuar utilizándolo cuando no es necesario. Hay una tentación sutil que consiste en pensar que se pierde el tiempo en la oración cuando se va haciendo contemplativa, en donde la conducción del Espíritu Santo se hace predominante, y por lo mismo la actividad del orante se hace pasiva. La tentación es persistir en nuestros planes, modos y métodos, y no dejarnos llevar por el Espíritu.
18) Confundir oración con contemplación humana: Este demonio lleva al orante a sustituir la oración cristiana propiamente dicha, con los goces del espíritu. En particular con aquellos que a él en concreto le suelen ayudar a pensar en Dios. La oración es experiencia y contemplación de Dios, no sólo un goce de las facultades espirituales y contemplación humana. La tentación consiste en quedarse en esto último, sin dar el paso explicito de entrar en contacto con Dios. La oración propiamente tal se desvanece, y se ocupa ese tiempo en oír música religiosa, leer un libro de tema cristiano, preparar una celebración o una predicación. La tentación de hacer al mismo tiempo las dos cosas contemplar la belleza y rezar, estudiar y rezar lleva a la larga a terminar con la oración autentica y profunda.
19) Descuidar el estilo de vida: Este demonio separa lo que debe unirse en vista de la autenticidad de la oración. El progreso de la oración cristiana requiere ciertas condiciones en el estilo de vida del orante. Esto es una variante de la relación permanente que hay entre oración y vida. La oración requiere el soporte de una forma de vida coherente con ella. La oración requiere un mínimo de organización de vida, de disciplina contemplativa. La que se necesita, a lo menos, para cualquier actividad humana que necesita libertad de concentración y de reflexión.
20) No mantener las dos formas de oración: Este demonio induce al orante a ser unilateral; con ello de seguro empobrece su oración. La oración cristiana tiene, genéricamente, dos formas: la oración personal y la oración en común, que en primer lugar implica la oración litúrgica. Tanto por la naturaleza del hombre como por la naturaleza de la oración, ambas formas son necesarias y complementarias. La oración común enriquece al orante con la dimensión comunitaria, fraterna, eclesial. La tentación está en que hay personas que por la razón que sea, no pueden o no quieren sino orar en común. No pueden mantener una oración personal prolongada. También hay personas que no pueden rezar sino en privado; la oración comunitaria no parece aportarles nada y las distrae. Evitando la tentación de la oración unilateral, todo orante debe seguir su vocación a la forma de oración que se adapta mejor a él.
21) No ayudarse con otras personas: Este demonio de la autosuficiencia. La tentación del aislamiento significa rutina, tiempo perdido, estancamiento estimulado, más o menos asiduamente apoyado, asegurado y advertido de los fallos y tentaciones de su oración. La falta de una ambiente de oración contagia, como contagia también positivamente, un medio humano que aprecia la oración. Crear un ambiente colectivo que favorezca y estimule la oración es de primera importancia. La vida de oración de muchas personas puede depender de eso.

Los demonios en la oración: primera parte

Siendo la oración uno de los alimentos esenciales de la vida cristiana y apostólica, y de una vida auténticamente humana, su debilitamiento y extinción compromete todos los aspectos de la vida.
Para el demonio, separar al hombre de la oración es encaminarlo a la separación de Dios; separar a un apóstol es hacerlo estéril; separar a un santo de la oración es destruir a un multiplicador de la gracia de Dios.
Por eso, las tentaciones de la oración, son las más persistentes. Disfrazadas de aparente buenas razones, actúa en unos y otros diferentemente. Los demonios en la oración son extremadamente variados.

1) No motivarse suficientemente: Este demonio pretende mantener al orante, con respecto a los motivos que tiene para orar, sólo en la superficie. Los motivos insuficientes de la oración son los de naturaleza psicológica. Hay demasiados orantes que cayeron en esa tentación: orantes llevados a necesidades psicológicas, no por la fe. Si no se siente fervor o devoción, si no se “necesita” a Dios para algo, si el valor de la oración no es “sentido” no hay interés y motivo para rezar. En eso está la tentación. Este demonio se supera sólo si la oración se motiva en la Palabra de Dios y en realidades de fe, y no en necesidades psicológicas. Oramos por convicciones, y no por lo que “sentimos”. No oramos en primer lugar para tranquilizarnos, conseguir algo, o encontrar consuelo, sino para revestirnos de Cristo y participar de su vida. Con todo, la motivación suprema, la que la hace sólida y persistente ante cualquier tentación del demonio, es la convicción del amor que Dios nos tiene, que en la oración se ofrece como don de amistad liberadora.
2) Despersonalizar la oración: Este demonio consiste en hacer de la oración una experiencia, religiosa ciertamente, pero impersonal. La tentación es muy concreta: el orante descuida ponerse a rezar, tomar conciencia explícita de la presencia de la persona de Dios en su alma. Por eso no se adentra en la oración, no hace contacto profundo con Dios. Una variante de esta tentación es hacer de la oración una experiencia religiosa centrada en uno mismo. Dios como persona queda prácticamente ignorado. No dialogamos con El sino con nosotros mismos. Esta tentación empobrece la oración; lo que en ella nos enriquece no es nuestra pobre realidad personal, sino salir de uno para concentrarse en Dios, que nos quiere llenar de su plenitud sin hacer mucha cuestión de nuestras miserias.
3) Secularizar la oración: Este demonio tiene varias maneras, que tienen un factor común: perder confianza en la eficacia e influencia de la oración en la historia concreta y en la vida ordinaria. Se piensa que el hombre ya conoce y maneja las leyes de la naturaleza, de las ciencias, así como de la historia (economía, demografía, política), hasta el punto de que todo está más o menos previsto científicamente y no hay ya cabida para ningún tipo de intervención contingente de Dios. Si se pide por algo, es sólo en situaciones de emergencia, cuando las posibilidades humanas están agotadas. En cambio, la experiencia de la oración cristiana auténtica es que Dios está en todo, actúa en todo y dirige todo, lo extraordinario y lo ordinario. La experiencia cristiana se sitúa entre la extrema secularización, y la tentación contraria: un Dios que actúa de ordinario “directamente” sobreponiéndose y manipulando las leyes del mundo y del hombre establecidas por él. La tentación es, una vez más, es presentar a Dios como un factor más en la marcha del mundo, entre otros factores, y en competición con ellos. La tentación es confusión y distorsión de Dios.
4) No entregarse profundamente: Este demonio engaña porque lleva el orante a una oración habitualmente tibia y a medias. Eso significa que el encuentro que el orante tiene con Dios en la oración no es profundo. En la oración tibia y a medias, el demonio impide la profundidad del encuentro manteniendo la entrega a Dios del orante en la superficie. Entregándose profundamente a la oración consiste en entregar el fondo de la vida a Dios.
5) No interesarse en progresar: Este demonio termina por convertir la oración en un deber rutinario y no en una vida que crece. El orante por este demonio cumple con la oración más o menos de cualquier manera, sin interesarse en que progrese en calidad. El orante crece en muchos aspectos de la vida, pero en la oración permanece principiante. El peligro de esta actitud puede ser mortal, pues, lo que se hace por deber sin suficiente amor, termina por no hacerse. La oración cristiana es de tal naturaleza, que si no se hace vida que crece, y en cambio se mantiene estancada, termina por extinguirse.
6) No alimentar la fe: Este demonio consiste en pensar que se puede disociar la oración de la vida de fe, del estado del orante. La verdad, por una parte, es que sin fe no puede surgir la oración, ya que los motivos que llevan al hombre a orar provienen de la fe. Para mantener la vida de oración como tal, y para éste progrese, es absolutamente necesario un contacto muy asiduo con la palabra de Dios. La tentación consiste, no tanto en abandonar directamente la oración, sino en menospreciar el recurso de la Palabra y hacerse discípulo de ella. El resultado final será el mismo: una fe mortecina y una oración anémica.
7) Descuidar la humanidad de Cristo: Este demonio, bajo el pretexto de una oración que debe hacerse cada vez más elevada y desapegada de las mediaciones o ayudas sensibles, sugiere al orante que debe dejar atrás la memoria y la relación con la humanidad de Jesús de Nazaret. El orante debe hacerse contemplativo, en esta experiencia la humanidad de Cristo está ya de más y puede ser un estorbo. Esta tentación conduce a muchas distorsiones de la vida cristina: un falso misticismo que desencarna la oración y la practica espiritual, separándolas de la vida; se disuelve lentamente toda referencia a la imitación de Cristo; se convierte la oración en una ilusión, imposible ya de verificar por la practica cristiana. En suma, este demonio nos lleva olvidar la encarnación, que se nos ofrece a todos, cualquiera sea su nivel espiritual y místico en la humanidad de Cristo. El es el único camino y modelo de toda experiencia de Dios autentica.
8) Poner la cantidad sobre la calidad: Este demonio suele engañar incluso a los espirituales. Es obvio constatar que la oración requiere cantidad y calidad. Cantidad: hay que dedicar tiempo, momentos exclusivos a la oración, y la cantidad de tiempo dedicado es un buen índice de vida de oración.
Calidad: se refiere a la profundidad y genuina experiencia de Dios de la oración. Tiene que ver con el amor y la confianza en Dios que se pone en ella: con al entrega de la libertad y de la vida del orante.
Ahora bien, la oración vale y progresa no tanto por el aumento de su cantidad, como por el crecimiento de su calidad. La tentación consiste en confundir el progreso verdadero de la oración con la acumulación de cantidad, descuidando lo más esencial de la calidad, con lo cual la vida cristiana tampoco progresa como es debido. Esto explica, en muchos casos, que personas que rezan y multiplican las prácticas de oración y piedad, no cambien mucho en la vida práctica y mantengan fallos graves. La meta de la oración cristiana no está tanto en los tiempos de oración, sino en el espíritu de oración, la vida de oración. Y a ésta no se accede multiplicando momentos de oración, sin más, sino por la calidad que ponemos en ellos.
9) Descuidar los tiempos fuertes: Este demonio degrada la oración por la vía de su debilitamiento y no de su supresión inmediata. La tentación proviene de una manera de valorar el espíritu de oración, que tiende a desvalorizar los momentos de oración. El resultado será que a corto plazo ya no habrá espíritu de oración. Toda vida de oración consistente implica dedicar a la oración, periódicamente, tiempos “fuertes” profundos y por lo tanto suficientemente prolongados. Carecer de tiempos de oración, lleva a las personas a una forma de anemia espiritual y también apostólicas donde ya no son capaces de progresar ni de superar las crisis y tentaciones propias de la vida.
10) Separar oración y coherencia de vida: Este demonio, al separar la práctica de la oración de la práctica de la fidelidad en la vida diaria, le quita a la oración una de las características esencialmente cristianas. Convierte la oración en un rito aislado, sin relación con la fidelidad al Evangelio que el orante tenía previamente, y sin el influjo para mejorar esta fidelidad en el futuro. Es esencial en la oración cristiana su relación con la coherencia de vida del orante, antes y después de los tiempos de oración. La autentica oración cristiana necesariamente influye en una mayor fidelidad en la vida. No es posible profundizar en la oración la entrega del ser, de la voluntad y de la libertad de Dios, sin que esta entrega se proyecte en la vida, haciéndola progresivamente más coherente con la voluntad de Dios. La tentación de separar oración y vida amenaza a ambas con la mediocridad, y a la espiritualidad con serias incoherencias.
11) Separar la oración del bien de los otros: Este demonio del orante individualista, del que confunde oración personal con oración individualista. El cristiano nunca ora para sí, para su bien y satisfacción. La oración tiene siempre una dimensión de solidaridad apostólica. Esta tentación introduce en el orante una nueva forma de dualismo: tienen a separar su oración del servicio y del apostolado, lo cual es una manera más de separarla de la vida.

El problema del activismo

Demasiado trabajo/quehaceres/actividades, y el resultante descuido de la oración; también una “agenda mental” (lista de cosas por hacer) que no deja a uno concentrar ni orar en paz; “no tener tiempo”.

Las causas de esta dificultad en la oración personal pueden ser legítimas e inevitables (a), comprensibles pero solucionables (b), o graves y sintomáticas de un desequilibrio tal que podría llevar a un fracaso en la vida cristiana de uno, especialmente de una persona consagrada a Dios en la vida religiosa (c). Existe también otra forma que obstaculiza el mismo acto de orar (d).

a) impedimentos legítimos: cuando realmente no es posible tener mayores ratos de oración, y parece ser la voluntad de Dios mismo que pone a uno/a en esta situación (obligación de la obediencia; situaciones de emergencia, deberes de estado o de la caridad, un trabajo pastoral muy especial…).

Cuando realmente no es posible (cuenta tomada de otros deberes urgentes) tener tiempos más largos de oración pura, basta la oración difusa/virtual junto con el anhelo de tener el “lujo” de ratos exclusivos para orar. Si uno realmente quiere orar (y no se está justificando el evitar el esfuerzo de orar) y si sabe ser “oportunista”, encontrará oportunidades para “buscar el rostro del Señor”: citas o clases canceladas, huelgas, paros y apagones, fiestas y temporadas de menos trabajo, ¡enfermedades! Es recomendable separar un tiempo fuerte cada semana o mes, si no es posible un tiempo diario, para hacer un mini-retiro personal (“pustinia” o “día de desierto”).

b) demasiadas cosas que hacer: planes, proyectos o cosas que hacer, personas a quienes llamar o ver... vienen a la mente justamente en momentos de oración; se está tentado a salir para hacerlo al instante antes de olvidarlo de nuevo…

Varias sugerencias, tanto puntuales como más de fondo: guardar un lapicero y cuaderno a la mano en el lugar donde uno ora, para poder anotar (sin abandonar la oración) lo que tiene que hacer (y sin peligro de volver a olvidarlo). Al terminar la oración, lo podrá hacer. Buscar una hora apropiada antes o después de la jornada de trabajo (administradores, ecónomos, párrocos), de manera que uno puede “archivar” semejantes preocupaciones hasta las horas de trabajo /atención al público. Más de fondo, elaborar un plan de vida que toma en cuenta las diferentes necesidades y tra-bajos en forma más ordenada, sin atropellar los tiempos de oración; hacer una auto-evaluación o buscar la dirección espiritual para ayuda en poner en orden su vida.

c) inversión de valores: sobrevalorar la actividad pastoral y minusvalorar la oración. Se trata al fondo de una falta de humildad: pensar que no necesitamos tanto de Dios. Al no saber decir “no” a los pedidos/invitaciones, uno dice “no” a la oración.

Si el apostolado se ve como un absoluto (es decir, cuando sus exigencias son indiscutibles/inapelables: un religioso que tajantemente “no puede participar” en un retiro comunitario porque “tiene” que estar en el apostolado) es al fondo una falta de fe y cuestión de orgullo: pensar que todo depende de nosotros. Remedio: ¡reflexionar sobre la eficacia de su propia vida y de todo su trabajo sin Dios! Juan 15,5 y Fil 4,13. Pensar en la muerte; aprender a estar en silencio. Se recomienda la lectura de Carlo Carretto (Cartas del desierto) y de Dom Chautard (El alma de todo apostolado). Observar celosamente los tiempos de oración diaria, dominical, mensual…, y hacer un buen retiro anual. CEC. n. 2732.

d) demasiado esfuerzo: agotarse tratando de encontrar a Dios; correr de un método de oración a otro hasta quedar decepcionado de todos… Contar demasiado con sus propios esfuerzos y no suficientemente con la gracia y ayuda de Dios.

El activisimo puede andar disfrazado detrás de nuestra misma oración, cuando uno intenta encontrar a Dios a base de su propio impulso vehemente: se está decidido a aplicar un método que cree el mejor, y lo hace con todo su ser y toda la fuerza de su voluntad. Pero si no produce resultados en el período de tiempo previsto, uno puede resentirse y hasta abandonar la búsqueda de Dios. Para tales personas lo que puede hacer falta es dejar actuar a Dios (esperarle, de acuerdo a su tiempo y su manera de revelarse a nosotros), dejarse guiar por Dios, aprender a “no hacer nada” en la oración, y experimentar la gratuidad de su amor y de su obrar en nosotros.