sábado, 7 de noviembre de 2009

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS (1873-1897)

Esta gran santa y doctora de la Iglesia decía: La oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, algo grande, algo sobrenatural, que me dilata el alma y me une a Jesús (MC 25). A ella le resultaba muy difícil rezar el rosario y, con frecuencia, su oración se reducía a decir despacio el padrenuestro y el avemaría. Pero toda su vida era un continuo acto de amor a Dios y a los demás. Ella se sentía como un niño en los brazos de Dios y todo lo hacía por su amor, diciéndole muchas veces que lo amaba. Nos dice:

¿Cómo demostrará el niño su amor, si el amor se prueba con las obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, perfumará con sus aromas el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor... ¡Oh, Amado mío, no tengo otro modo de probarte mi amor que arrojando flores, es decir, no desperdiciando ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor! Quiero sufrir por amor y hasta gozar por amor; de esta manera, arrojaré flores delante de tu trono. No hallaré flor en mi camino que no deshoje para Ti... Además de arrojar mis flores, cantaré, cantaré, aun cuando tenga que recoger mis flores de en medio de las espinas. Y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas... Oh Jesús mío, os amo. Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que el más pequeño movimiento de puro amor le es más útil que todas las demás obras juntas (Manuscrito B 4).

Y ese amor a Jesús lo manifestaba especialmente en la Eucaristía. Y, por eso, habla de las horas benditas pasadas a los pies de Jesús ante el sagrario (Carta 46). Cuando estoy junto al sagrario no sé decir más que una sola cosa a Nuestro Señor: “Dios mío, Tú sabes que te amo” (Carta 131). En una época de tribulación para la Comunidad, tuve el consuelo de recibir todos los días la sagrada comunión (no era costumbre en ese tiempo). Jesús me hizo este regalo durante mucho tiempo, durante más tiempo que a sus fieles esposas, pues me permitió recibirlo, cuando las demás se veían privadas de tanta dicha. También me sentía dichosa de tocar los vasos sagrados y de preparar los corporales, destinados a recibir a Jesús (Manuscrito A 79).

Orientaciones practicas

1. Cuando, al orar, sientas sueño, ponte de pie, cuerpo recto y los talones juntos.
2. Cuando sientas sequedad o aridez, piensa que puede tratarse de pruebas divinas o emergencias de la naturaleza. No hagas violencia para "sentir". Hazte acompañar por los tres ángeles: paciencia: acepta con paz lo que tú no puedas solucionar. Perseverancia: sigue orando aunque no sientas nada. Esperanza: todo pasará; mañana será mejor.
3. Nunca olvides que la vida con Dios es vida de fe. Y la fe no es sentir sino saber. No es emoción sino convicción. No es evidencia sino certeza.
4. Para orar necesitas método, orden, disciplina, pero también flexibilidad, porque el Espíritu Santo puede soplar en el momento menos pensado. La gente se estanca en la oración por falta de método. El que ora de cualquier manera llega a ser cualquier cosa.
5. Ilusión, no; esperanza, sí. La ilusión se desvanece; la esperanza permanece. Esfuerzo, sí; violencia, no. Una fuerte agitación por sentir devoción sensible produce fatiga mental y desaliento.
6. Piensa que Dios es gratuidad. Por eso su pedagogía para con nosotros es desconcertante; debido a eso, en la oración no hay lógica humana: a tales esfuerzos, tales resultados; a tanta acción, tanta reacción; a tal causa, tal efecto. Al contrario, normalmente no habrá proporción entre tus esfuerzos en la oración y los "resultados". Sabe que la cosa es así, y acéptala con paz.
7. La oración es relación con Dios. Relación es movimiento de las energías mentales, un movimiento de adhesión a Dios. Es, pues, normal que se produzca en el alma emoción o entusiasmo. Pero, ¡cuidado!, es imprescindible que ese estado emotivo quede controlado por el sosiego y la serenidad.
8. La visitación divina, durante la actividad orante, puede producirse en cualquier momento: al comienzo, en medio, al fin; en todo tiempo o en ningún momento. En este último caso, ten cuidado de no dejarte llevar por el desaliento y la impaciencia. Al contrario, relaja los nervios, abandónate, y continúa orando.
9. Te quejas: rezo pero no se nota en mi vida. Para derivar la fuerza de la oración en la vida, primero: sintetiza la oración de la mañana en una frase simple (por ejemplo: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?"), y recuérdatela en cada nueva circunstancia del día.
Y segundo: cuando llegue una contrariedad o prueba fuerte, despierta y toma conciencia de que tienes que sentir, reaccionar y actuar como Jesús.
10. No pretendas cambiar tu vida; te basta con mejorar. No busques ser humilde; te basta con hacer actos de humildad. No pretendas ser virtuoso; te basta con hacer actos de virtud. Ser virtuoso significa actuar como Jesús.
Con las recaídas no te asustes. Recaída significa actuar según tus rasgos negativos. Cuando estés descuidado o desprevenido, vas a reaccionar según tus impulsos negativos. Es normal. Ten paciencia. Cuando llegue la ocasión, procura no estar desprevenido, sino despierto, y trata de actuar según los impulsos de Jesús.
11. Toma conciencia de que puedes muy poco. Te lo digo para animarte, para que no te desanimes cuando lleguen las recaídas. Piensa que el crecimiento en Dios es sumamente lento y lleno de contramarchas. Acepta con paz estos hechos. Después de cada recaída, levántate y anda.
12. La santidad consiste en estar con el Señor, y de tanto estar, su figura se graba en el alma; y luego en caminar a la luz de esa figura. En eso consiste la santidad.
13. Para dar los primeros pasos en el trato con Dios, puedes utilizar aquellas modalidades que, para caminar, ofrecen apoyo: los números 1, 2, 3.
En los peores momentos de dispersión o aridez, no pierdas el tiempo; siempre podrás orar con las modalidades oración escrita, oración auditiva y lectura rezada.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Caracteristicas de la oracion cristiana

3. Características de la oración cristiana
A la luz de la Revelación se llega a la conclusión de que la oración cristiana consiste en un diálogo con Dios Uno y Trino. Por consiguiente, en su estructura se pueden distinguir estas dos características: A) Es un diálogo con Dios; B) Tiene una estructura trinitaria: es pneumatológica, cristológica y filial.
A. La oración como diálogo con Dios
La oración cristiana parte de la iniciativa divina, de la llamada que Dios nos dirige para establecer un diálogo con Él:
«Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la iniciativa del hombre es siempre una respuesta» .
En este sentido, la oración cristiana, «se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios (…). En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá tener siempre presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de Dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana» .
Juan Pablo II explica así el carácter dialogal de la oración cristiana: «¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un “yo” y un “tú”. En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el “yo” parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios (...). En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que “viene en ayuda de nuestra debilidad”. Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros» .
B. Dimensión trinitaria de la oración
La oración sigue, como la Revelación, el misterio de la economía trinitaria: es escucha de la Revelación de Dios, que se ha manifestado en Cristo y nos ha enviado al Espíritu Santo, y es también respuesta personal del hombre que, movido por el Espíritu Santo invoca en Cristo al Padre:
«Si la oración del cristiano debe inserirse en el movimiento trinitario de Dios, también su contenido esencial deberá estar determinado por la doble dirección de ese movimiento: en el Espíritu Santo, el Hijo viene al mundo para reconciliarlo con el Padre, a través de sus obras y de sus sufrimientos; por otro lado, en el mismo movimiento y en el mismo Espíritu, el Hijo encarnado vuelve al Padre, cumpliendo su voluntad mediante la Pasión y la Resurrección» .
La oración fundamental del cristiano, el Padre Nuestro, tiene un carácter esencialmente trinitario. En ella, el Espíritu Santo nos impulsa a invocar a Dios como Padre y de este modo, nos introduce en el misterio trinitario:
«Al decir Padre “nuestro”, es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su “fuente y origen”, sino que confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por Él y que de Él procede el Espíritu Santo (…). La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo» .
a) Carácter pneumatológico de la oración. La oración cristiana es un don divino que «puede ser concedido sólo “en Cristo a través del Espíritu Santo” y no por nuestras propias fuerzas, prescindiendo de su Revelación» .
El Espíritu Santo «es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos» .
El Espíritu Santo nos atrae hacia el camino de la oración: «“Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante» .
b) Carácter cristocéntrico de la oración. El Redentor nos ha enseñado el secreto de la oración eficaz: «En verdad, en verdad os digo: si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá» (Jn 16, 23). Por ello, Jesucristo es la única vía de la oración: «No hay otro camino de la oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos “en el Nombre” de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre» .
La originalidad de la oración cristiana en comparación con la de las otras religiones consiste precisamente en su carácter cristocéntrico:
«Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21)» .
Por este motivo, los efectos más devastadores para la oración cristiana provienen de considerar la Santísima Humanidad de Cristo como una realidad superada, de la que se puede prescindir tranquilamente. Esto constituye el síntoma principal para diagnosticar cualquier forma errónea de oración:
«Estas formas erróneas, donde quiera que surjan, pueden ser diagnosticadas de modo muy sencillo. La meditación cristiana busca captar, en las obras salvíficas de Dios, en Cristo –Verbo Encarnado–, y en el don de su Espíritu, la profundidad divina, que allí se revela siempre a través de la dimensión humano–terrena. Por el contrario, en aquellos métodos de meditación, incluso cuando se parte de palabras y hechos de Jesús, se busca prescindir lo más posible de lo que es terreno, sensible y conceptualmente limitado, para subir o sumergirse en la esfera de lo divino, que, en cuanto tal, no es ni terrestre, ni sensible, ni conceptualizable» .
La oración cristiana no es cuestión de técnicas, sino de amar a Dios, y el amor de Dios «es una realidad de la cual uno no se puede “apropiar” con ningún método o técnica; es más, debemos tener la mirada siempre fija en Jesucristo, en quien el amor divino ha llegado por nosotros a tal punto sobre la Cruz, que también Él ha asumido para sí la condición de alejamiento del Padre (cfr Mc 15, 34). Debemos, pues, dejar decidir a Dios la manera con que quiere hacernos partícipes de su amor» .
c) Carácter filial de la oración. Al enseñarnos el Padre Nuestro, Jesucristo nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre, y precisamente aquí se encuentra la novedad de la oración cristiana:
«El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las “maravillas” del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19: 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: “Yo debo estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos» .
El cristiano puede dirigirse al Padre con audacia filial, la cual «se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: “parrhesia”, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado» . Por ello, «en la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”» .

Necesidad de la oración cristiana

A la luz de cuanto hemos visto, resulta claro que la oración no es algo optativo para la vida espiritual, sino una necesidad vital, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:
«Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cfr. Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él? Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Sermones de Ana, 4, 5: PG 54, 666). Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (S. Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera)» .
Por este motivo, el Catecismo de la Iglesia Católica usa la expresión «llamada universal a la oración», en el subtítulo del capítulo primero de la cuarta parte del Catecismo (la dedicada a la oración): La Revelación de la oración. La llamada universal a la oración. Aunque esta expresión no es todavía frecuente, está muy ligada a otra más conocida: «Vocación universal a la santidad en la Iglesia», título del capítulo quinto de la Constitución dogmática Lumen gentium, del Concilio Vaticano II. Da la impresión, pues, de que el Catecismo de la Iglesia Católica, al recordar las enseñanzas del último Concilio ecuménico haya querido así poner de relieve la necesidad de la oración para alcanzar la santidad cristiana.
Precisamente por esto, los santos han insistido siempre en la necesidad de la oración para vivir la vida sobrenatural. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús ha escrito: «Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar» . Y por su parte, San Francisco de Sales predicaba en un sermón: «Sólo las bestias no oran, por lo que los que no oran, se les asemejan» .
Para expresar mejor la necesidad de la oración, podemos recordar ahora que el ser humano es un «animal político» (Aristóteles), un ser creado para vivir en sociedad, y el signo que manifiesta esta característica suya natural es la palabra, que constituye su instrumento principal para comunicarse con otros seres humanos. Ahora bien, la Revelación divina nos enseña que –por medio de la gracia– el hombre puede vivir en comunión con Dios, y que la oración es el lenguaje propio de esta comunión, en cuanto que es escucha de la Palabra de Dios y palabra humana dirigida a Dios, de tal modo que hace posible una relación de amistad con Dios . Santa Teresa de Jesús expresaba su convencimiento de que todos los fieles son llamados a la oración, mediante la imagen del agua viva prometida por el Señor: «Mirad que convida el Señor a todos; pues es la mesma verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: “Yo os daré de bever” (Jn 22, 2). Pudiera decir: “Venid todos, que, en fin, no perderéis nada, y los que a mí me pareciere, yo los daré de bever”. Mas como dijo, sin esta condición, “a todos”, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva. Dénos el Señor que la promete gracia para buscarla como se ha de buscar, por quien su Majestad es» .
En su Carta apostólica, Novo millennio ineunte (6-I-2001), Juan Pablo II pone de relieve la estrecha relación que existe entre la santidad y la oración, al señalar como objetivos prioritarios del programa pastoral aconsejado a toda la Iglesia para el tercer milenio, en primer lugar, la santidad (nn. 30-31) y en segundo lugar, la oración (nn. 32-34), sobre la cual se afirma: «Para esta pedagogía de la santidad se necesita un cristianismo que se distinga, ante todo, en el arte de la oración» (n. 32).

Naturaleza de la oracion cristiana

Para comprender la naturaleza y la necesidad de la oración en la vida espiritual de los cristianos, es necesario partir de una teología sistemática seria, basada en la Revelación y guiada por el Magisterio, para poder establecer las líneas generales de la teología de la oración, con el fin de que ésta halle su verdadero estatuto teológico en el corazón de la experiencia cristiana. Sobre todo, es necesario fundar la naturaleza y la necesidad de la oración en una teología fundamental a partir de la Revelación.
1. Naturaleza de la oración cristiana
La carta Orationis formas (15-X-1989) enseña que la naturaleza de la oración cristiana está determinada por la estructura de la Revelación:
«Existe, por tanto, una estrecha relación entre la Revelación y la oración. La Constitución Dogmática Dei Verbum nos enseña que, mediante su Revelación, Dios invisible “movido de amor habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, n. 2)» .
El texto citado de Dei Verbum es muy esclarecedor para la teología cristiana de la oración, pues nos hace ver que ésta hunde sus raíces en la misma teología de la Revelación, es decir, señala «la fundamentación dogmática de la oración cristiana en el hecho mismo de la Revelación, entendido como diálogo de salvación (…). El texto de la Dei Verbum, n. 2, citado por la “Carta” y leído en la perspectiva de una teología de la oración cristiana, resulta rico y sugestivo, y responde de inmediato a lo que podríamos llamar la originalidad de la oración y de la meditación cristianas, en comparación con otros métodos de meditación que se pueden encontrar en diversas religiones» .
El origen mismo de la oración cristiana es, por lo tanto, el hecho de la Revelación. Es aquí donde se manifiesta el amor de Dios que funda la oración como misterio de amistad y de diálogo. En efecto, la Revelación es consecuencia del inmenso amor de Dios para los hombres. Dios se revela como Amigo con una afabilidad y familiaridad que se traducen en diálogo. Dios es el Amigo de los hombres. Es el Dios de la filantropía (amor hacia los hombres) y de la synkatábasis (condescendencia), como afirma la teología patrística oriental.
Orar es ante todo ponerse a la escucha del Dios que se revela a través de Su Palabra, que nos invita a hablar con Él como a un amigo: «Si la palabra de Dios es una palabra viva, una palabra de la intervención creadora y salvadora de Dios en la vida del hombre, lo es precisamente para suscitar en el hombre y del hombre una respuesta, y una respuesta en la que se entregue totalmente, como Dios se da enteramente a él en Su Palabra» .
Esta respuesta es la fe, pero la fe encuentra en la oración su expresión fundamental: «La necesidad de orar y de adorar nace en el hombre como una respuesta de la fe a la palabra del Dios vivo, como expresión de su encuentro con este Dios que se dirige a él, que le manifestó su amor precisamente entrando en la Historia» . Por este motivo se ha dicho justamente que «la oración es la fe en acto: la oración sin fe se queda ciega, la fe sin oración se diluye» . En esta línea, escribe Guardini: «La oración sólo puede brotar de una fe viva. Pero la fe —y con esto se cierra el círculo— únicamente puede ser viva si se ora. La oración no es una actividad que pueda ejercitarse o abandonarse sin que la fe sea por ello afectada. La oración es la expresión más elemental de la fe, el contacto personal con Dios, al que fundamentalmente está orientada la fe. Es posible que la oración deje de fluir durante algún tiempo sin que la fe se atrofie, pero a la larga es imposible creer sin orar, así como no se puede vivir sin respirar» .
Como escucha y respuesta a la Palabra de Dios, la oración personal adquiere todo el valor bíblico y teológico de una relación con Dios, de una actualización de la historia de la salvación, ya que se trata de un momento privilegiado para acoger la Revelación y personalizar la propia vida de fe como respuesta individual a Dios.
A la luz de la teología de la Revelación, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que el núcleo más profundo de la oración cristiana está en el hecho de ser «una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración» . La oración, relación personal con Dios, es la correspondencia humana a la invitación que Dios nos dirige para entrar en comunión con Él:
«En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo (…). La vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con Él» .
La oración se convierte así en una manifestación existencial eminente del misterio de la unión entre la Santísima Trinidad y la persona humana.
La esencia de tal «relación-comunión» reside en el amor de Dios; sólo el amor es la fuente de la oración:
«La oración (…) saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como Él nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración» .