Para comprender la naturaleza y la necesidad de la oración en la vida espiritual de los cristianos, es necesario partir de una teología sistemática seria, basada en la Revelación y guiada por el Magisterio, para poder establecer las líneas generales de la teología de la oración, con el fin de que ésta halle su verdadero estatuto teológico en el corazón de la experiencia cristiana. Sobre todo, es necesario fundar la naturaleza y la necesidad de la oración en una teología fundamental a partir de la Revelación.
1. Naturaleza de la oración cristiana
La carta Orationis formas (15-X-1989) enseña que la naturaleza de la oración cristiana está determinada por la estructura de la Revelación:
«Existe, por tanto, una estrecha relación entre la Revelación y la oración. La Constitución Dogmática Dei Verbum nos enseña que, mediante su Revelación, Dios invisible “movido de amor habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, n. 2)» .
El texto citado de Dei Verbum es muy esclarecedor para la teología cristiana de la oración, pues nos hace ver que ésta hunde sus raíces en la misma teología de la Revelación, es decir, señala «la fundamentación dogmática de la oración cristiana en el hecho mismo de la Revelación, entendido como diálogo de salvación (…). El texto de la Dei Verbum, n. 2, citado por la “Carta” y leído en la perspectiva de una teología de la oración cristiana, resulta rico y sugestivo, y responde de inmediato a lo que podríamos llamar la originalidad de la oración y de la meditación cristianas, en comparación con otros métodos de meditación que se pueden encontrar en diversas religiones» .
El origen mismo de la oración cristiana es, por lo tanto, el hecho de la Revelación. Es aquí donde se manifiesta el amor de Dios que funda la oración como misterio de amistad y de diálogo. En efecto, la Revelación es consecuencia del inmenso amor de Dios para los hombres. Dios se revela como Amigo con una afabilidad y familiaridad que se traducen en diálogo. Dios es el Amigo de los hombres. Es el Dios de la filantropía (amor hacia los hombres) y de la synkatábasis (condescendencia), como afirma la teología patrística oriental.
Orar es ante todo ponerse a la escucha del Dios que se revela a través de Su Palabra, que nos invita a hablar con Él como a un amigo: «Si la palabra de Dios es una palabra viva, una palabra de la intervención creadora y salvadora de Dios en la vida del hombre, lo es precisamente para suscitar en el hombre y del hombre una respuesta, y una respuesta en la que se entregue totalmente, como Dios se da enteramente a él en Su Palabra» .
Esta respuesta es la fe, pero la fe encuentra en la oración su expresión fundamental: «La necesidad de orar y de adorar nace en el hombre como una respuesta de la fe a la palabra del Dios vivo, como expresión de su encuentro con este Dios que se dirige a él, que le manifestó su amor precisamente entrando en la Historia» . Por este motivo se ha dicho justamente que «la oración es la fe en acto: la oración sin fe se queda ciega, la fe sin oración se diluye» . En esta línea, escribe Guardini: «La oración sólo puede brotar de una fe viva. Pero la fe —y con esto se cierra el círculo— únicamente puede ser viva si se ora. La oración no es una actividad que pueda ejercitarse o abandonarse sin que la fe sea por ello afectada. La oración es la expresión más elemental de la fe, el contacto personal con Dios, al que fundamentalmente está orientada la fe. Es posible que la oración deje de fluir durante algún tiempo sin que la fe se atrofie, pero a la larga es imposible creer sin orar, así como no se puede vivir sin respirar» .
Como escucha y respuesta a la Palabra de Dios, la oración personal adquiere todo el valor bíblico y teológico de una relación con Dios, de una actualización de la historia de la salvación, ya que se trata de un momento privilegiado para acoger la Revelación y personalizar la propia vida de fe como respuesta individual a Dios.
A la luz de la teología de la Revelación, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que el núcleo más profundo de la oración cristiana está en el hecho de ser «una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración» . La oración, relación personal con Dios, es la correspondencia humana a la invitación que Dios nos dirige para entrar en comunión con Él:
«En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo (…). La vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con Él» .
La oración se convierte así en una manifestación existencial eminente del misterio de la unión entre la Santísima Trinidad y la persona humana.
La esencia de tal «relación-comunión» reside en el amor de Dios; sólo el amor es la fuente de la oración:
«La oración (…) saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como Él nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración» .
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Hace 6 meses
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