martes, 29 de diciembre de 2009

Oración para fin de año

Señor:
Al terminar este año, quiero darte gracias por todo aquello que recibi de Ti. Gracias por la vida y el amor, por la alegria y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año; el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses ame; las amistades nuevas y las antiguas; los amores y desamores; los mas cercanos a mi y los que estan mas lejos; los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar; con los que comparti la vida, el trabajo, el dolor y la alegria.

Pero tambien, Señor hoy quiero pedirte perdon. Perdon por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inutil y el amor desperdiciado. Perdon por las obras vacias y por el trabajo mal hecho, y perdon por vivir sin entusiasmo.

Iniciaremos un nuevo año y detengo mi vida ante el nuevo calendario aun sin estrenar y te presento estos dias que solo TU sabes si llegare a vivirlos. Hoy te pido para mi y los mios la paz y la alegria, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduria.

Quiero vivir cada dia con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazon lleno de comprension y paz. Cierra Tu mis oidos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoistas, mordaces o hirientes. Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno, que mi espiritu se llene solo de bendiciones, y las derrame a mi paso. Llename de bondad y de alegria, para que cuantos conviven conmigo o se acerquen a mi, encuentren en mi vida un poquito de Ti. Que es
e amor que Tu emanas y esa paz que Tu haces fluir dentro de mi, sea derramado sobre los que estan junto a mi.
Dame un año feliz y enseñanos a repartir felicidad, amor, misericordia y verdad. Que la esperanza siempre seas Tu Señor.
Amen

jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad!!!

martes, 22 de diciembre de 2009

La oración en la psicoterapia

Primero, reconocemos al Dios de amor dentro de nosotros mismos como

el poder curativo del miedo y director de nuestras vidas.

Segundo, conscientemente nos despojamos de cualquier cualidad

negativa, motivo, impulso, sentimiento, pensamiento, que no queremos.

Tercero, invitamos a este poder divino, a este amor del Señor, para que

llene el vacío que nuestro despojo ha creado.

Cuarto, en los tiempos específicos de oración y durante el día tendremos delante de nosotros los mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas, plenas, estando seguros que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la voluntad de Dios acerca de sus criaturas.

Quinto, cuando oramos creemos que hemos recibido aquella ayuda

especial que hemos pedido y actuamos como si la hubiéramos recibido.

Sexto, meditamos en Dios como Amor, en el mandamiento de Jesús de

amar y buscamos la entrada a este círculo de perfección. El amor de Dios, el amor a nosotros como hijos de Dios y el amor del prójimo como a nosotros mismos.

Séptimo, escuchamos y esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta sensación de presencia que nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".

Octavo, ya se ha cumplido. ¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos

gracias, Señor, porque eres la paz, porque eres nuestro Salvador.

Si seguimos esta técnica, realmente no podemos fallar al fin de cuentas,

¿por qué?; porque Dios no puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo negativo, de lo destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo positivo, el amor de Dios, la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no puede ser de otra manera. Dios no puede retener el bien, Él lo comunica constantemente, entonces lo que se requiere es que nosotros quitemos el impedimento y recibamos el río del amor, el torrente de la paz del Señor, el perdón, el amor, la confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una fuente inextinguible y siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un lado y damos cabida al Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere cambiarnos y que quiere dirigirnos.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Orar sin interrupción

Toda nuestra vida puede ser una continua oración, haciendo todo por amor a Dios. Y una manera eficaz de hacerlo todo por Dios es repetir constantemente una jaculatoria o frase de amor. Decía san Juan Crisóstomo: Aunque estés fuera de la iglesia, exclama: Ten piedad de mí. No te contentes con mover los labios, grita con el pensamiento. Incluso los que se callan son escuchados por Dios. Lo que importa no es el lugar. Reza de viaje, en la cama, en el trabajo, en cualquier lugar que sea. Eres templo de Dios, no te preocupes del lugar, sólo tu voluntad es necesaria.

San Pablo nos dice claramente: Orad sin interrupción (1 Tes 5, 17). Quiero que oren en todo lugar (1 Tim 2, 8). Orad en todo tiempo (Ef 6, 18).

Lo importante es el amor con que decimos las palabras. A una enamorada no le importa que su novio le diga siempre las mismas palabras de amor, porque cada día le parecen distintas y, además, porque cada día necesita escucharlas para sentirse feliz. Por eso, el que ama nunca se cansa de amar y de decir las mismas cosas. El amor es siempre igual y siempre distinto. Por ello, la oración es siempre igual y siempre distinta.

Dios, que es nuestro Padre, está locamente enamorado de nosotros y siempre nos dice las mismas palabras en nuestro interior: Tú eres mi hijo querido, un latido de mi corazón hecho historia. Tú eres lo más importante del mundo para mí. Te amo infinitamente. ¿Seremos capaces de creernos estas palabras amorosas de Dios? ¿O acaso no podemos creer que Dios nos ama infinitamente?

Nos lo dice la Biblia: Te amo desde toda la eternidad (Jer 31, 3). Tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima, y yo te amo mucho (Is 43, 4).

Cuando leas la Biblia, léela como un joven enamorado que lee la carta de su novia. Y dite a ti mismo: Esta carta la ha escrito mi Padre Dios para mí, que soy su hijo. Es una carta personal, porque me ama.

¿Serás capaz de responder a tanto amor con tu propio amor? Una bella manera de responder a su amor es repetirle constantemente que lo amas, para hacer así una oración ininterrumpida. Repetir jaculatorias u oraciones cortas es una costumbre muy antigua en la Iglesia, sobre todo, entre los Orientales. San Juan Crisóstomo (344-407) aconsejaba mucho esta práctica. En Occidente, San Agustín (354-430) fue uno de los que más aconsejaba repetir muchas veces: Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme. Arsenio (+ 449) repetía: Señor, llévame por el camino de la salvación. Esta práctica fue muy usada por los maestros espirituales carmelitas y por los jesuitas, siguiendo una tradición que se remonta a san Ignacio de Loyola. De san Francisco Javier se dice que repetía incansablemente: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! ¡Oh, Virgen María, Madre de Dios, acuérdate de mí! El jesuita William Doyle repetía una jaculatoria unas cien mil veces al día. El hermano lasallista Mutien Marie hacía lo propio muchas veces más. El jesuita Juan Bautista Reus (+ 1947) decía unas doce mil veces cada día: Jesús, José y María.

La jaculatoria más famosa y que más se ha repetido a lo largo de la historia cristiana es la llamada oración a Jesús. Es la oración del ciego de Jericó: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí (Lc 18, 38). Esta oración, con diferentes modalidades, ha sido una oración modelo para muchos monjes del desierto con la que se han santificado innumerables personas en el mundo entero.


Y, repitiendo estas oraciones o jaculatorias constantemente, haremos una bellísima oración que llegará al alma, convirtiéndose en una oración profunda, que el corazón irá repitiendo a toda hora desde lo intimo de nuestro ser.




viernes, 18 de diciembre de 2009

La petición

El Dios de la Revelación no es un ser abstracto e impersonal, sino un Padre que nos quiere con locura, por lo que nos escucha y nos socorre. A este Dios se dirige nuestra oración de petición. Esta oración es tan apropiada, tanto a la esencia divina como a la verdad del ser humano, que brota espontáneamente. La mayor parte de las oraciones que nos llegaron del paganismo, por lo tanto, fuera de la Revelación, tienen sólo la forma de petición. Raras veces se elevan por encima de las necesidades materiales. Sin embargo, un hijo de Dios no debe recurrir al Señor solamente cuando advierte sus carencias. Lo que se debe pedir en la oración de petición, no es sólo una ayuda material, pues todo lo que hacemos depende de Dios. El Señor, de hecho, nos ha dicho: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Por ello, la oración de petición no debe limitarse a pedir ayuda material, ya que implica reconocer que el hombre existe solamente en cuanto que ha sido creado por Dios, y por Su Fuerza recibe continuamente su ser y su vida, y especialmente la gracia necesaria para poder actuar como hijo de Dios. Por esto, la primera y más profunda petición que debemos hacer a Dios, no es la ayuda material, sino Su gracia.

La oración de petición debe ser continua porque en todo momento la necesitamos. La oración de petición es tan necesaria como el respirar. Por consiguiente, uno de los primeros efectos de la oración de petición es hacernos tomar conciencia de nuestra indigencia espiritual. Reconociendo que ha sido salvado gratuitamente y que ha recibido todo gratuitamente, el cristiano vive la bienaventuranza de su pobreza espiritual ante Dios.

La escena narrada por San Lucas en el capítulo 11 de su Evangelio nos hace ver la importancia y la necesidad de la oración de petición, porque cuando los discípulos pidieron al Señor que les enseñara a orar, Jesús les enseña el Padre Nuestro, que es una oración de petición. En el Padre Nuestro la oración de petición alcanza alturas sublimes; en primer lugar, pide la glorificación de Dios, luego la fuerza de querer en todas las oraciones sólo lo que Él quiere, diciendo al Padre, a la par de Jesús: «Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26, 39). Nosotros no sabemos si es bueno lo que pedimos cuando nos sentimos necesitados. Ignoramos, además, si la solución propuesta para resolver un problema es la más adecuada. Nuestra vida no se puede comparar a la actividad de un arquitecto que traza sus planos y actúa conforme a ellos. Nuestra vida se desarrolla solamente en parte según nuestros proyectos. La mayor parte de ella depende de los planes misteriosos de Dios. A esta parte se dirigen nuestras peticiones; por ello debemos estar preparados siempre para recibir lo que sea justo y conveniente para nosotros según los proyectos de Dios. Por este motivo, un beneficio cierto de toda oración de petición recae sobre quien la hace: conforma siempre su voluntad a la voluntad del Padre y se abre así a la plenitud de la vida cristiana.

Otros dos actos de la oración: la intercesión y la reparación, en realidad, se remontan a la oración de petición. En efecto, la intercesión consiste en pedir el bien ajeno, mientras que en el acto de reparación pedimos a Dios perdón por nuestros pecados o por los pecados ajenos: «La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “ten compasión de mí que soy pecador”: Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura (…). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón»[1].



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2631.

La acción de gracias

La visión de la grandeza de Dios, de su belleza y de todas sus propiedades, hace que el alma agradezca espontáneamente, y no tanto porque Dios nos ha dado y nos sigue dando cosas, cuanto porque Él se da a Sí mismo; lo que nosotros experimentamos de su bondad no nos debe detener en el don o en el sentimiento de felicidad que el don nos produce, sino que debe guiarnos hasta Él, que es la Bondad misma. Es evidente que en nuestro agradecimiento a Dios, se incluye también cuanto hemos recibido de Él. Pero siempre, al agradecer por cualquier cosa que hayamos recibido, la mirada debe llegar a Él, que nos ha hecho el regalo, para agradecerle por Sí mismo, por ser tan misericordioso.
Pero no debemos agradecer sólo cuando hayamos recibido un bien, sino en cualquier circunstancia, porque sabemos que todo lo que somos y tenemos, y cuanto sucede en nuestra vida, proviene de Dios. En este sentido, escribe San Pablo: «Y que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones: a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera sabiduría, animaos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando agradecidos en vuestros corazones. Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él» (Col 3, 15-17). Ya hemos visto que San Pablo considera el agradecimiento como una actitud permanente del cristiano. La Iglesia primitiva ha comprendido la invitación de San Pablo al agradecimiento continuo, porque ha comprendido que toda la oración cristiana, presuponiendo la fe en Cristo Jesús, único mediador, incluía fundamentalmente una acción de gracias por la salvación que Cristo nos ha adquirido. No es pura coincidencia que el culto esencial de la Iglesia sea la «Eucaristía», la acción de gracias por excelencia.
Normalmente, usamos la palabra «gracia» para designar lo que no es debido a las posibilidades que nos ofrecen las cosas o los hombres, sino a lo que proviene de Dios como un don que santifica, que nos hace partícipes de la naturaleza divina (cfr. 2 P 1, 4). En sentido teológico estricto, la palabra «gracia» se contrapone al término «naturaleza».
Sin embargo, la palabra «gracia» se puede usar en un sentido más amplio, para designar el origen de todo lo que no existe por necesidad interior, sino por libre donación de Dios. En este sentido, constituye una gracia la existencia del mundo, de los hombres, en definitiva, de todo cuanto existe excepto Dios. Los infinitos motivos que tenemos para estar agradecidos a Dios deben jugar un papel mucho más importante en nuestras oraciones, hasta llegar a dar gracias a Dios por todo: «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. —Porque te da esto y lo otro. —Porque te han despreciado. —Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. —Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. —Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. —Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... —Dale gracias por todo, porque todo es bueno» .
Además, debemos agradecer al Señor por todos los acontecimientos que nos cuestan, por amargos e incomprensibles que nos puedan parecer, porque nuestra fe nos hace ver en todos ellos una forma de gracia, y, por lo tanto, un bien para nosotros. Ciertamente, agradecer por tales hechos no es fácil y no debemos hacernos ilusiones, pero sostenidos por la fe, nuestro agradecimiento puede extenderse a todo lo que nos resulte penoso. En este sentido, escribe San Josemaría Escrivá de Balaguer: «Ut in gratiarum semper actione maneamus! Dios mío, gracias, gracias por todo: por lo que me contraría, por lo que no entiendo, por lo que me hace sufrir. Los golpes son necesarios para arrancar lo que sobra del gran bloque de mármol. Así esculpe Dios en las almas la imagen de su Hijo. ¡Agradece al Señor esas delicadezas!» .

La Alabanza

De la adoración a Dios se eleva espontáneamente la alabanza, otro acto fundamental de la oración. Esto sucede porque la grandeza y dignidad de Dios reviste, en la Sagrada Escritura, no solamente el carácter de majestad, sino también el de gloria, que consiste en la manifestación externa de las excelencias divinas: su santidad, su belleza, su bondad. La contemplación del esplendor de la excelsitud divina hace que el respeto de la adoración se convierta en la alegría de la alabanza. ¡Qué alegría saber que Dios es tan sublime, bello, bueno y santo!
El objeto de la alabanza es principalmente Dios como valor supremo, y por ello, en la Sagrada Escritura, aparece incesantemente esta forma de oración, por ejemplo, en los Salmos (cfr. Salmo 148) y en los Profetas. Basta sólo pensar en la grandiosa expresión de alabanza que dirigen a Dios los querubines en la visión profética de la vocación de Isaías (cfr. Is 6, 3), o el canto de los ángeles en la noche de Navidad: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace» (Lc 2, 14). En el mismo Evangelio encontramos también el canto de alabanza de María (cfr. Lc 1, 46-55) y el del anciano Zacarías (cfr. Lc 1, 68-79).
Por otra parte, toda la liturgia de la Iglesia está empapada de la oración de alabanza: recuérdese, por ejemplo, el magnífico canto del Te Deum.

La Adoración


El acto fundamental que el ser humano debe cumplir ante Dios es la adoración, que manifiesta el respeto que surge de la profunda toma de conciencia de su condición de creatura. Ante la majestad divina, el hombre se inclina, no solamente por sumisión externa, sino también con un comportamiento interior de respeto y devoción, llamado adoración.

Adorar significa reconocer a Dios como quien es «todo», ante quien la creatura es «nada». Ésta no es «nada» en un sentido absoluto, porque si así fuera, no sería capaz de adorar; se trata de un «nada por sí mismo», que debe exclusivamente a Dios todo lo que efectivamente es y hace, ya que la creatura no sólo en su ser, sino también en toda su actividad depende de Dios: sin Él no es nada y no puede hacer nada. En este sentido, Santa Catalina de Siena oyó decir al Señor: «¿Sabes hijita, quién eres tú y quién soy Yo? Si supieras estas dos cosas, serías dichosa. Tú eres la que no es; Yo, en cambio, El que es».

El ser humano adora a Dios no sólo porque Él es absolutamente grande y poderoso. La adoración es posible porque en Dios se unen su ser y su dignidad. En efecto, en la misma medida en que Dios es el Ser Supremo por excelencia, es también Suma Verdad, Bondad, etc. El hombre no podría adorar un Dios que fuera solamente plenitud de realidad y poder, o al menos no lo haría de buena gana. Dicho de otro modo, el hombre se postra ante Dios, no sólo porque Él es el infinitamente Poderoso, sino también porque es el Verdadero, el Bueno, etc., y, por tanto, es digno de adoración. De este modo, el hombre que adora a Dios cumple un acto verdadero y justo en sí mismo. Recuérdese la visión del Apocalipsis donde los veinticuatro ancianos –representantes de la humanidad– ofrecen su corona a quien se sienta en el trono, se postran e, inclinándose, le dicen: «Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existían y fueron creadas» (Ap 4, 11).

La adoración de Dios es necesaria para que el hombre pueda llevar una existencia auténtica, es decir, basada en la verdad. Ahora bien, el fundamento de la verdad consiste en el hecho de que Dios es Dios, mientras que el hombre es sólo una creatura de Dios. El hombre está sano cuando reconoce libremente esta verdad y se la toma en serio. La adoración es, por lo tanto, el acto en que tal verdad resplandece y es puesta en práctica. Así lo explica magistralmente Benedicto XVI:

«Delante de la Hostia sagrada, en la cual Jesús –por nosotros– se ha hecho pan que desde dentro sostiene y nutre nuestra vida (cfr. Jn 6, 35), hemos comenzado ayer por la tarde el camino interior de la adoración. En la Eucaristía, la adoración debe convertirse en unión (…). El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos han dado para que nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos convertirnos en Cuerpo de Cristo, consanguíneos Suyos. Todos comemos el único pan, pero esto significa que entre nosotros nos convertimos en una sola cosa. La adoración, hemos dicho, se convierte en unión. Dios ya no está solamente de frente a nosotros, como el Totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros desea propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor se convierta realmente en la medida dominante del mundo. Encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso, que la Última Cena nos ha dado, en la diferente acepción que la palabra “adoración” tiene en griego y en latín. La palabra griega suena proskynesis. Significa el gesto de la sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomos, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para convertirnos de ese modo nosotros mismos en verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aunque nuestra ansia de libertad, en un primer momento se resiste ante esta perspectiva. El hacerla completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que la Última Cena nos abre. La palabra latina es ad-oratio: contacto boca a boca, beso, abrazo, y por consiguiente, en el fondo, amor. La sumisión se convierte en unión, porque Aquel a quien nos sometemos es Amor. Así, “sumisión” adquiere un sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera en función de la más íntima verdad de nuestro ser»

domingo, 13 de diciembre de 2009

Oración de Juan Pablo II a la Virgen de Guadalupe


Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro. Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores. Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra. Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena felicidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa. Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas. Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios. Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos. Esperanza nuestra, míranos con compasión, enseñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a El, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra. Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.

Su Santidad Juan Pablo II
México, enero de 1979. Visitando su Basilica en su primer viaje al extranjero como Papa.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Rosario de liberación

SE INICIA CON EL CREDO

EN CADA CUENTA SE DICE:

SI JESÚS ME LIBERA, SERE VERDADERAMENTE LIBRE

JESÚS TEN PIEDAD DE MI
JESÚS SANAME
JESÚS SALVAME
JESÚS LIBERAME

NOTA: SI ORAMOS POR OTRA PERSONA SÓLO SE AGREGA EL NOMBRE AL PRINCIPIO

EJEMPLO:

SI JESÚS LIBERA A . . . SERA VERDADERAMENTE LIBRE

JESÚS TEN PIEDAD
JESÚS SANALO (O SANALA)
JESÚS SALVALO (O SALVALA)
JESÚS LIBERALO (O LIBERALA)

Rosario del Espiritu Santo

El Rosario del Espíritu Santo tiene siete misterios que representan los siete dones del Espíritu Santo.

Al comenzar cada misterio diremos: "Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor"

Luego en las siete rosas de cada misterio se implora un Don, repitiendo siete veces:

"Ven Espíritu Santo con el Don de la Sabiduría"

"Ven Espíritu Santo con el Don de Entendimiento"

"Ven Espíritu Santo con el Don de Consejo"

"Ven Espíritu Santo con el Don de Fortaleza"

"Ven Espíritu Santo con el Don de Ciencia"

"Ven Espíritu Santo con el Don de Piedad"

"Ven Espíritu Santo con el Don del Santo Temor de Dios"

En la rosa que separa cada misterio se reza: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 4 de diciembre de 2009

7 pasos para sanar la herencia intergeneracional

1) Recibe seguridad: Quédate unos minutos en silencio, contemplando a Jesús Resucitado, que asciende a los Cielos y va a preparnos un lugar en la casa del Padre donde hay continua fiesta y celebración eterna. Dejate inundar por la sensación de seguridad y de paz que la vida celestial te transmite ya que, gracias a la oración el cielo y la tierra se tocan.

2) Recibe un recuerdo: Trata de estar atento a cualquier situación de conflicto a dolor que se repite en los diversos miembros de tu familia y que provocan la pérdida de la alegría. Respira profunda y lentamente, ralájate y permite que Dios te hable, trayendo sólo aquellos recuerdos de conversaciones o conversaciones familiares que él querrá sanar en esta ocasión.

3) Recibe protección: A medida que afloran esos recuerdos, observa a Jesús en la Cruz que con su Preciosa Sangre y sus brazos abiertos quiere brindar protección a los miembros de tu familia y recibir en su seno a quienes partieron de esta vida sin alegría.

4) Entrégale los recuerdos: Háblale sobre la causa del dolor familiar y pon entre sus manos, esas situaciones repetitivas, entregándole con tus palabras esas imágenes y recuerdos que han brotado de tu corazón.

5) Decídete a perdonar: Perdona en nombre propio, de tus familiares contemporaneos y de tus antepasados a quienes los hayan herido, provocado dolor o angustia. Perdona también a aquellos ancestros que cons sus pecados y actos equivocados, vivieron, enseñaron, partieron y transmitieron emociones negativas.

6) Déclarate libre: Declárate libre de la tristeza, de la amargura, de la frustración que se han repetido en tu familia de generación en generación. Dile al Señor con tus palabras que aumente tu fe a fin de que ouedas creer que estás siendo liberado de lo que atormentaba tu corazón y pídele que ese espiritu de gozo se derrame en las siguientes generaciones.

7) Déjate colmar: Pide que Dios y María Reina de la Paz te bendigan y a todos los integrantes de tu familia con los dones de la fotaleza, de la alegría, y de la paz interior que proceden del cielo. Pide la intercesion de los Santos, y de aquellos antepasados que ya están en la presencia de Dios o esán en camino hacia él. Contempla como el Señor va llenando a cada integrante de tu familia con emociones sanadoras.

Sana, Señor mi herencia intergeneracional

Señor Jesús, por el poder de tu Sangre, te pido que limpies, purifiques y bendigas el río de las diversas generaciones de mi familia.
Po la alegría que pudo haberles faltado a cada miembro de mi familia. Entra en aquellos ambientes y casas en las cuales se instaló un espíritu de opresión, oscuridad y tristeza y por, en cambio, tu luz, libertad y satisfacción.
Especialmente te pido que concedas el perdón y la liberación a quienes partieron de esta vida con enojos, tensión, ansiedad, melancolía, tristeza, culpabilidad, resentimiento, sensación de soledad, aislamiento, abandono, o cualquier otra emoción negativa que les haya hecho vivir y dejar este mundo sin alegría.
Que tu Preciosa Sangre purifique la herencia intergeneracional de mi familia y filtre todo mal, de manera que nuestras emociones sean sanadas.
También te pido que nos sanes de cualquier enfermedad que se viene repitiendo en las diferentes generaciones, particularmente aquellas que están relacionadas con la falta de júbilo, vida plena y abundante.
Gracias, Jesús porque quieres cumplir, la promesa que nos hiciste: "Yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

7 pasos para sanar la etapa del vientre materno

1) Recibe seguridad: Tomate algunos minutos de contemplación de Maria recibiendo la visita del angel Gabriel y concibiendo al Hijo de Dios por obra del Espiritu Santo. Siente como tú estás también junto a Jesús, en el vientre purisimo de María y dejate inundar por la sensación de seguridad que ellos te transmiten, de manera de poder transmitir con ellos el desarrollo de la armonía integral y de la alegría en el vientre materno.

2) Recibe una sensación: Contempla como crece el vientre de Maria y como tu y Jesus crecen y juegan con él. Trata de estar atento y percibir cualquier sensación que el Espiritu Santo queira traerte. Respira profunda y lentamente, relajate y espera que Dios te hable, recibiendo cualquier imagen o recuerdo innato que te viene a través de las paredes del vientre materno y que el Señor querrá sanar en esta ocasión.

3) Recibe protección: A medida que afloran esos recuerdos contempla a María, con los ojos de tu imagninación, que pone la mano sobre el vientre y que sale en defensa de la vida y de la identidad sexual (varón o mujer) brindandote la protección y la aceptación que necesitas en el vientre materno y que quizá no tuviste de parte de algunas personas.

4) Entregale los recuerdos: Hablale sobre cualquier datos que tengas y que tus padres u otras personas te hayan contado, sobre cómo fuiste gestado y entregale la causa de cualquier dolor. Pon entre las manos de la Virgen, las situaciones que hicieron que tu mamá estuviese angustiada, nerviosa, triste, malhumorada y enojada y que absorviste en el vientre materno. Entrea a Dios cualquier imagen o recuerdo prenatal que pueda brotar en tu corazón.

5) Decídete a perdonar: Perdona a quien el Señor te muestre que debes perdonar, pide la gracia de perdonar.

6) Declárate libre: Escupe fuera de ti esas emociones negativas con las cuales te alimentaste en el vientre materno y de la frustación desde el seno materno. Dile al Señor que aumente tu fe, a fin de que puedas creer que estás siendo liberado de lo que, desde entonces, atormentaba tu corazón.

7) Déjate colmar: Siente el amor de la Santisima Trinidad y la Sagrada Familia que te envuelve. Respira hondo y pideles que te envuelvan con los dones de fortaleza, alegría y paz interior. Contempla como el Señor llena el vaso de tu alma con emociones sanadoras que emanan de la fuente de su divino corazón y te dan un nuevo nacimiento.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Sana, Señor, la etapa del vientre materno


Niño Jesus, que gracia de alegría espiritual que brota desde el seno purísimo de tu madre, la Virgen María! Tu fuiste concebido por el poder del Espiritu Santo, el amor del Padre y la alegría de María. Esa composición de elementos hizo que tu gestación, desarrollo y naciemiento fueran perfectos.
Quizá en mi caso, no fue así. Tal vez, fató algún elemento que hizo que mi concepción y desarrollo en en el vientre materno, no fuese una etapa en que me colmara de alegría.
Quizá no fue un niño/a plenamente aceptado por papá o mamá. Quizás ellos estaban tristes, enojados o amargados y yo bebí en el vientre materno de esa fuente emocional contaminada.
Por eso, niño Jesús, condúceme con tu Espiritu y con el amor del Padre al seno de la Virgen Satísima, a fin de que yo pueda tener una nueva encarnación espeiritual y recibida, de parte del angel Gabriel, es palabra poderosa que él dirigió a María ¡Alégrate!
Haz que yo reciba una efusión sanadora y revitalizadora del Espíritu, como la recibió Juan el Bautista en el seno de Isabel para que también yo salte de gozo y de alegría con él.
Gracias, Señor por el desarrollo armonioso que me irás dando, gracias por la nueva alegría que está siendo concebida en todo mi ser. ¡Que grande eres Señor y Dios mio!

sábado, 28 de noviembre de 2009

Señor, la etapa de la niñez y de la primera infancia


Niño Jesús, tú tuviste una infancia feliz, con padres perfectos, , sin embargo el dolor no estuvo ausente en tu vida. Naciste en la extrema pobreza en una cueva en Belén; tus padres tuvieron que huir contigo a Egipto, y tantas otras pequeñas dificultades de la vida cotidiana.
Sin embargo, el amor que existía en tu familia, te preservó y te protegió de todo mal.En mi caso tu sabes que no siempre fue así. Mis padres, aún amándome mucho, tenían sus heridas y sin querer, cometieron errores, lo cual hizo que sin quererlo y buscando lo mejor para mi vida, me produjeron heridas.
También otros adultos, jóvenes y compañeros de mi edad marcaron con sus palabras y comportamientos mi infancia, y tal vez toda mi vida.
Yo mismo cometí errores propios de niños, los cuales tu ya me perdonaste, pero te pido la gracia de perdonarme a mi mismo.
Hoy quiero sentirme nuevamente como un niño, que te tiene a ti, Niño Jesús, como amigo, que em toma de la mano para llevarme a recorrer las etapas de la infancia y de la niñez.
Gracias, Niño Jesús, porque sentiré que me proteges, me das ejemplo y me enseñas a sanar y reformar el niño interior herido, que aún hay en mí.
Que también pueda experimentar la presencia protectora, paternal y maternal de José y de María.
Gracias, Niños Dios, por lo que ya estás haciendo, y mucho más por lo que vas a hacer.

(Repite los 7 pasos para la sanación de los recuerdos dolorosos propuestos en las etapas anteriores)

Sana Señor, la etapa de la preadolescencia y la adolescencia

Señor, me conoces y me amas, para ti no hay nada que pase inadvertido, por eso te pido que tomándome nuevamente de la mano, me guies a lo largo de cada año, por los cuales transcurrieron mi preadolescencia y mi adolescencia.
Pon tu mano en mi corazón confuso y temeroso.Toma aquellos cambios en mis emociones y en mi cuerpo, las cuales puedo haber vivido de manera traúmatica y confusa. Quita de esa etapa de mi vida toda emoción negativa que se halla desarrollado y que aún me contamina y, por en cambio, la la alegría que me pudo haber faltado, durante algún momento en esos años.
Gracias, Señor Jesús, por la sanación que estás a punto de realizar en el adolescente herido que aún subyase en mi interior.

(Repite en tu oración los 7 pasos para la sanación de los recuerdos dolorosos usada en las dos etapas anteriores)

viernes, 27 de noviembre de 2009

Sana, Señor, la etapa de la juventud


Para ti, Señor, no existe el tiempo, y por eso puedes moverte en mi historia y caminar por ella como divino peregrino. Por eso te pido, que camines por mi juventud, mostrándome aquellos recuerdos dolorosos que ya están maduros para ser arrancados de mi corazón y por lo cual tu vez que yo ya estoy listo para recibir la adecuada sanación de esos acontecimientos de mi juventud, que me roban la alegría de vivir.
Tú concoes, Señor lo que hice o lo que otros me hicieron y que produjo, en mi alma, surcos profundos de amargura, resentimiento, enojo, reveldía, por eso te pido: condúceme por los acontecimientos de mi juventud, háblame, bendíceme, sáname.

(Repite en tu oración los 7 pasos para la sanación de los recuerdos dolorosos de la juventud)

7 Pasos para sanar la edad adulta y la edad de la juventud

1) Recibe seguridad: Permanece algunos minutos en silencio sintiendo que el Señor te tiene fuertemente tomado de la mano. Dejate inundar por la sensación de seguridad que te transmite, de manera de poder transitar con El esta etapa de tu vida.

2) Recibe un recuerdo: Trata de estar atento a cualqueir recuerdo doloroso de la vida adulta (o de la juventud) que el Espiritu Santo queira darte.

3) Recibe protección: A medida que aflorarn esos recuerdos contempla a Jesús, con los ojos de tu imaginación, que entra en esa escena y sale en defensa tuya, brindándote la protección que necesitas en ese entonces y no tuviste de parte de algunas personas.

4) Entégale los recuerdos: Háblale sobre las causas de ese dolor y pon, entre sus manos, esa situación, entregándole con tus palabras, esas imágenes y recuerdos que han brotado de tu corazón.
5) Decídete a perdonar: Perdona a quien el Señor te muestre que debes perdonar.

6) Declárate libre: Declárate libre de la tristeza, de la amargura y de la frustacón. Dile al Señor que aumente tu fe, a fin de que puedas creer que estás siendo liberado de lo que atormentaba tu corazón.

7) Dejate colmar: Pide ahora, que Dios y María Reina de la Paz, te bendiga con los dones de la fortaleza, de la alegría y de la paz interior.

Así como un cántaro se va llenando de agua cristalina hasta desbordar contempla como El Señor llena el baso de tu alma con emosiones sanadoras que brotan de la fuente de su Divino Corazón y van desbordando hacia las personas a quienes tienes que transmitirlas.

(Repite cada uno de estos pasos, después de cada oración introductoria, destinada a sanar cada etapa de tu vida)

Sana, Señor la edad adulta


Espíritu Paráclito, aunque camine por valles de sombra y de muerte, no temeré. Aunque la oscuridad aseche a mi alma no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo. Por eso me animo a pedirte que permitas que vengan a mi memoria, aquellos acontecimientos de la edad adulta, que aún contaminan mi interior con emosiones negativas, especialmente con tristeza, amargura y frustración. Pero, especialmente, mientras vayas hablando a mi memoria y a mi corazón, te pido poder experimentar cuanto me amas, cuando escucho llover; me dices que me amas en cada atardecer, lo dices sin palabras, tan solo con el latido de mi corazón, o con aquellos detalles con los cuales me agasajas; lo dices cada mañana con mi respirar.
Dame la gracia de la sanación interior para revalorizar todos los pequeños regalos diarios con los cuales cada día me estás diciendo que me amas y que me buscas, porque conmigo quieres estar para colmarme de tu alegría nueva cada día, para llevarla a los demás.

Ejercicio de Oración de 6 etapas de la vida en 7 pasos

A continuación publicaré algunos ejercicios de oración sanadora. Un camino espiritual para recuperar la alegria perdida, con el fin de que este sea un gozo autentico y durarero. Cada ejercicio fue extraido del libro "Creciendo con San Pablo en el don de la auténtica alegría" del P. Gustavo Jamut.
Como ejercicio prolongado de oración no es para hacerlo todo de corrido, sino que es aconsejable tomar una etapa por día, deteniéndose en ella todo el tiempo que sea necesario para que Dios pueda obrar con su gracia sobre las heridas que El te irá mostrando.
Ten presente que no se trata de que te pongas a resolver tu pasado sino de descansar en la presencia del Señor, dejándote conducir por su Espiritu Santo y permitíendole que sea El quien haga aflorar los recuerdos traumáticos que ya están maduros, para ser sanados. Son recuerdos que, en algún momento, impulsaste hacia lo más profundo de tu psiquis y que, desde allí, continúan contaminando la alegría que debería brillar en ti y contagiar a todo el mundo.
Estos ejercicios de oración para que sean una herramienta de sanación y de crecimiento permanente, deberían seguir un proceso ciclico. Por lo cual, una vez que hayas recorrido, cada una de las etapas que aquí presento, puedes recomenzar desde el principio con la seguridad de que Dios te mostrará recuerdos que no te había hecho notar anteriormente, pues tal vez tu alma aun no estaba preparada para asumirlo. De este modo experimentarás como el Espiritu de Dios te irá dando nuevas gracias.

Oración inicial de cada etapa

Santo Espítitu de Dios, hoy te pido que me guies, como si me tomases de la mano, a fin de ir conduciendome por las diversas etapas de mi vida.
Ayúdame a contemplar con los ojos de Jesús y a sentir con el corazón amoroso del Padre, aquellos acontecimientos que marcaron mi corazón y mi vida con la huella de la tristeza y me robaron las fuerza del gozo que tu quieres devolverle a mi vida.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El Baño de Luz


Un baño de luz es aquel que con la ayuda del Señor busca encontrar:
-una respuesta a algo que nos molesta y nos hace sufrir;
- una razón a aquello que nos impide ser felices y no nos permite progresar espiritualmente
- la causa de un bloqueo o trauma
- una luz para aquella oscuridad que produce una parálisis en la vida espiritual
Cómo se hace
El Baño de luz es un método de oración inspirado en los métodos de meditación de los Santos misticos de la iglesia Católica: San Ignacio de Loyola; San Juan de la Cruz t Santa Teresa de Avila. Ellos aconsejan utilizar la imaginación para no distraerse en la oración.

Pasos:
1) Se necesito ante todo un lugar tranquilo que invite a la oración, al diálogo.
2) Se debe imaginar al Señor muy humano, algo asi como se aparece a los discipulos después de la resurrección
3) La oración se desarrolla con un diálogo a solas entre dos personas: el Señor y tú. Nadie más debe venir a la escena. Es un diálogo amoroso con el Señor.
4) Hacer silencio para escuchar la respuesta del Señor

Escribir en vez de hablar
Hay personas a las que no les fácil hablar con el Señor pero sí pueden expresarse más facilmente por escrito. Para esto, es bueno escribirle una carta al Señor contandole el problema y pidiendole respuestas a las preguntas. Mientras el Señor responde se debe permanecer a solas y en silencio y una vez que comience a responder se debe escribir.

El Baño de luz se hace tantas veces como haga falta hasta encontrar la respuesta que se busca. No existe tiempo preciso encuanto a la duración, varía de acuerdo a las circunstancias.

Extraido de "Vengo a Sanar" P. Dario Betancourt. Ediciones Nueva tierra. 2009.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Deporte de Amar, la ofensiva del amor


Concéntrate, fija vivamente tu atención en aquella persona que ultimamente más te ha ofendido o traicionado y trasmiteles sentimientos de perdón, cariño y ternura. Piensa vivamente en esa persona, amala sensiblemente, incondicionalmente, envolviéndola en un abrazo de cariño, amor y perdón, con experiencias fuertes de perdón y amor.
Sea en el trabajo, en la casa... al recibir una ofensa, que te han retirado la palabra, la mirada, no importa; retírate a tu habitación y tranquilo, concentrado, dedícate a amar a ese ofensor, trasmíteles ondas de ternura y cariño ciegamente, incansablemente, sin hacer caso del amor propio herido. Pronto te encontrarás con resultados milagrosos.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Lectura rezada

Se toma una oración escrita, por ejemplo un salmo u otra oración cualquiera. Atención, pues; no se trata de leer un capítulo de la Biblia o un tema de reflexión, sino de una oración. Tomar posición exterior y actitud interior orantes. Sosegarse e invocar al Espíritu Santo. Comienza a leer despacio la oración. Muy despacio. Al leerla, trata de vivenciar lo que lees. Quiero decir, trata de asumir aquello, decirlo con "toda el alma", haciendo "tuyas" las frases leídas, identificando tu atención con el contenido o significado de las frases.
Si te encuentras con una expresión que "te dice" mucho, parar ahí mismo. Repetirla muchas veces, uniéndote mediante ella al Señor, hasta agotar la riqueza de la frase, o hasta que su contenido inunde tu alma. Piensa que Dios es como la Otra Orilla; para ligarnos con esa Orilla no necesitamos de muchos puentes; basta un solo puente, una sola frase para mantenernos enlazados.

Si no sucede esto, proseguir leyendo muy despacio, asumiendo y haciendo tuyo el significado de lo que lees. Parar de vez en cuando. Volver atrás para repetir y revivir las expresiones más significantes.Si en un momento dado te parece que puedes abandonar el apoyo de la lectura, deja a un lado la oración escrita y permite al Espíritu Santo manifestarse dentro de ti con expresiones espontáneas e inspiradas.
Esta modalidad, fácil y eficaz siempre, ayuda de manera particular para dar los primeros pasos, para las épocas de sequedad o aridez, o simplemente en los días en que a uno no le sale nada por la dispersión mental o la agitación de la vida.
2. Lectura meditada
Es necesario escoger un libro cuidadosamente seleccionado, que no disperse sino que concentre, y de preferencia absoluta la Biblia. Es conveniente tener conocimiento personal sobre ella sabiendo dónde están los temas que a ti te dicen mucho; por ejemplo, sobre la consolación, la esperanza, la paciencia... para escoger aquella materia que tu alma necesita en ese día. También se puede seguir el orden litúrgico, mediante los textos que la liturgia señala para cada día.
En principio no es recomendable el sistema de abrir al azar la Biblia, aunque sí alguna vez. En todo caso, es conveniente saber, antes de iniciar la lectura meditada, qué temas vas a meditar y en qué capítulo de la Biblia.
Toma la posición adecuada. Pide la asistencia al Espíritu Santo y sosiégate.
Comienza a leer despacio, muy despacio. En cuanto leas, trata de entender lo leído: el significado directo de la frase, su contexto, y la intención del autor sagrado. Aquí está la diferencia entre la lectura rezada y la lectura meditada: en la lectura rezada se asume y se vive lo leído (fundamentalmente es tarea del corazón) y en la lectura meditada se trata de entender lo leído (actividad intelectual, principalmente, en que se manejan conceptos explicitándolos, aplicándolos, confrontándolos para profundizar en la vida divina, formar criterios de vida, juicios de valor; en suma, una mentalidad cristiana).Sigue leyendo despacio, entendiendo lo que lees.
Si aparece alguna idea que te llama fuertemente la atención, para ahí mismo; cierra el libro; da muchas vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplícala a tu vida; saca conclusiones. Si no sucede esto (o después que sucedió), continúa con una lectura reposada, concentrada, tranquila.Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una amplia relectura para colocarte en el contexto; y trata de entenderlo en éste. Prosigue leyendo lenta y atentamente.
Si en un momento dado se conmueve tu corazón y sientes ganas de alabar, agradecer, suplicar... hazlo libremente.Si no sucede esto, prosigue leyendo lentamente, entendiendo y ponderando lo que lees.
Es normal y conveniente que la lectura meditada acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así. Es de desear que la lectura meditada se concretice en criterios prácticos de vida, para ser aplicados en el programa del día.
Es de aconsejar absolutamente que durante la meditación se tenga siempre en la mano un libro, sobre todo la Biblia. De otra manera se pierde mucho tiempo. No es necesario leer todo el rato. Santa Teresa, durante catorce años, era una nulidad para meditar, si no tenía libro en mano.

Oracion auditiva

Oracion auditiva
Tomar una expresión fuerte que te llene el alma (por ejemplo "mi Dios y mi Todo") o simplemente una palabra (por ejemplo "Jesús", "Señor", "Padre").Comienza a pronunciarla, con sosiego y concentración, en voz suave, cada diez o quince segundos.

Al pronunciarla, trata de asumir vivencialmente el contenido de la palabra pronunciada. Toma conciencia de que tal contenido es el Señor mismo.Comienza a percibir cómo la "presencia" o "Sustancia", encerrada en esa expresión va lenta y suavemente inundando tu ser entero, impregnando tus energías mentales.Ve distanciando poco a poco la repetición, dando lugar, cada vez más, al silencio.
Siempre debes pronunciar la misma expresión.

Variante: Cuando aspiramos, el cuerpo queda tenso, porque se inflan los pulmones. Al contrario, cuando espiramos (expulsamos el aire de los pulmones) el cuerpo se relaja, se afloja.En esta variante aprovechamos la fase de la espiración (momento natural de descanso) para pronunciar esas expresiones. De esta manera, el cuerpo y el alma entran en una combinación armónica. La concentración es más fácil porque la respiración y la irrigación son excelentes. Y así, los resultados son sumamente benéficos tanto para el alma como para el cuerpo.

Oracion de abandono

Es la oración (y actitud) más genuinamente evangélica. La más liberadora. La más pacificadora. No hay anestesia que tanto suavice las penas de la vida como un "yo me abandono en Ti".Se aconseja aprender de memoria la oración de abandono para rezarla al estilo del Padre nuestro cuando uno se topa a cada paso con grandes o pequeñas contrariedades.Ponte en la presencia del Padre, que dispone o permite todo, en actitud de entrega. Puedes utilizar como fórmula la oración de abandono, u otra fórmula más simple como: hágase tu voluntad o también en tus manos me entrego.
Como disposición incondicional, debes reducir a silencio la mente que tiende a rebelarse. El abandono es un homenaje de silencio en la fe.Vete depositando, pues, en silencio y paz, con una fórmula, todo aquello que te disguste: tus progenitores, aspectos de tu figura física, las enfermedades, la ancianidad, las impotencias y limitaciones, los rasgos negativos de tu personalidad, personas próximas que te desagradan, historias dolientes, memorias dolorosas, fracasos, equivocaciones...Puede ser que, al recordarlos, te duelan. Pero, al depositarlos en las manos del Padre, te visitará la paz.

Oración de abandono
Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo ninguna otra cosa, Padre.
Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor
de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme:
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.

CARLOS DE FOUCAULD

Oracion de contemplacion

Las señales de que el alma entró en la contemplación, según san Juan de la Cruz, son las siguientes:
-Cuando el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa y sosegada en Dios.
-Dejar estar el alma en sosiego y quietud, atenta a Dios, aun pareciéndole estar perdiendo el tiempo, en paz interior, quietud y descanso.
-Dejar libre al alma sin preocuparse de pensar o meditar. Sólo una advertencia sosegada y amorosa a Dios.

a) Silencio. Hacer vacío interior. Suspender la actividad de los sentidos. Apagar recuerdos. Desligar preocupaciones.
Aislarse del mundo exterior e interior. No pensar en nada. Mejor, no pensar nada.
Quedar más allá del sentir y de la acción sin fijarse en nada, sin mirar nada ni dentro ni fuera. Fuera de mí, nada. Dentro de mí, nada.
¿Qué queda? Una atención de mí mismo a mí mismo, en silencio y paz.

b) Presencia. Abrir la atención al Otro, en fe, como quien mira sin pensar, como quien ama y se siente amado.
Evitar "figurarse" a Dios. Toda imagen o forma de Dios debe desaparecer. Es preciso "silenciar" a Dios de cuanto signifique localidad. A Dios no corresponde el verbo estar, sino el verbo ser. El es la Presencia Pura y Amante y Envolvente y Compenetrante y Omnipresente.
Sólo queda un Tú para el cual yo soy una atención abierta, amorosa y sosegada.
Practicar el ejercicio auditivo hasta que la palabra "caiga" por sí misma.
Quedar sin pronunciar nada con la boca, nada con la mente.

Mirar y sentirse mirado.
Amar y sentirse amado.
Yo soy como una playa.
El es como el mar.
Yo soy como el campo.
El es como el sol.
Dejarse iluminar, inundar, AMAR.

DEJARSE AMAR.

Fórmula del ejercicio:
Tú me sondeas.
Tú me conoces.
Tú me amas.

En lugar de Jesus

Imaginar a Jesús en adoración, por ejemplo de noche, en la mañana, bajo las estrellas.
Con infinita reverencia, en fe y paz, entra en el interior de Jesús. Trata de presenciar y revivir lo que Jesús viviría en su relación con el Padre, y así participa de la experiencia profunda del Señor.Trata de presenciar y revivir los sentimientos de admiración que Jesús sentiría por el Padre. Decir con el corazón de Jesús, con sus vibraciones, por ejemplo, "glorifica tu nombre"; "santificado sea tu nombre".

Colocarse en el interior de Jesús, asumir sus armónicas y revivir aquella actitud de ofrenda y sumisión que Jesús experimentaría ante la voluntad del Padre cuando decía: "No lo que yo quiero sino lo que quieras Tú". "Hágase tu voluntad".
Qué sentiría al decir "como Tú y yo somos una misma cosa", al pronunciar "Abba" (¡querido Papá!), tratar de experimentarlo. Ponerse en el corazón de Jesús para pronunciar la oración sacerdotal, capítulo 17 de san Juan.Todo eso (y tantas cosas) hacerlo "mío" en la fe, en el espíritu para revestirme de la disposición interior de Jesús. Y regresar a la vida llevando en mí la vida profunda de Jesús.
Esta modalidad de oración sólo será posible en el Espíritu Santo "que enseña toda la verdad".

Salida y quietud

En este ejercicio se pronuncia mentalmente o en voz suave alguna expresión (que más tarde señalaré).Apoyado en la frase, el yo sale hacia el TU. Al asumir y vivenciar el significado de la frase, ésta toma tu atención, la transporta y deposita en un TU. Hay, pues, un movimiento o salida. Y así, todo yo queda en todo TU. Queda fijo, inmóvil. Hay, pues, también una quietud.
Quiero decir: no debe haber movimiento mental. Es decir, no debes preocuparte de entender lo que la frase dice. En todo entender hay un ir y venir. Nosotros, ahora, estamos en adoración. No debe haber, pues, actividad analítica.
Al contrario; la mente, impulsada por la frase, se lanza hacia un TU, quieta y adherida, admirativamente, contempladora posesivamente, amorosamente. Por ejemplo, si dices "Tú eres la Eternidad Inmutable" no debes preocuparte de entender o analizar cómo y por qué Dios es eterno, sino mirarlo y admirarlo estáticamente como eterno.
Después de silenciar todo el ser, haz presente en la fe a Aquel en quien existimos, nos movemos y somos. Comienza a pronunciar las frases en voz suave. Trata de vivir lo que la frase dice hasta que tu alma quede impregnada de la sustancia de la frase.
Después de pronunciarla, quédate en silencio unos treinta segundos o más, mudo, quieto, como quien escucha una resonancia, estando la atención inmóvil, compenetrada posesivamente, identificada adhesivamente con la sustancia de la frase, que es Dios mismo.
En este ejercicio tienes que dejarte arrebatar por el TU. El "yo" prácticamente desaparece mientras que el TU domina toda la esfera.

He aquí unas cuantas expresiones que pueden servir para este ejercicio:

Tú eres mi Dios.
Desde siempre y para siempre Tú eres Dios.
Tú eres eternidad inmutable.
Tú eres inmensidad infinita.
Tú eres sin principio ni fin.
Estás tan lejos y tan cerca.
Tú eres mi todo.
Oh profundidad de la esencia
y presencia de mi Dios.
Tú eres mi descanso total.
Sólo en Ti siento paz.
Tú eres mi fortaleza.
Tú eres mi seguridad.
Tú eres mi paciencia.
Tú eres mi alegría.
Tú eres mi vida eterna,
grande y admirable Señor

Oracion de acogida

El "yo" sale y se fija en el TU, en este ejercicio de acogida, yo permanezco quieto y receptivo, y el TU sale hacia mí y yo acojo, gozoso, su llegada. Es conveniente efectuar este ejercicio con Jesús resucitado.

Utilizamos el verbo sentir. Sentir no en el sentido de emocionarse, sino de percibir. Se pueden sentir tantas cosas sin emocionarse. Siento que el suelo está frío, siento que la cabeza me duele, siento que hace calor, siento tristeza.

Ayúdate de ciertas expresiones (que al final indicaré), comienza a acoger, en la fe, a Jesús resucitado y resucitador que llega a ti. Deja que el Espíritu de Jesús entre e inunde todo tu ser. Siente que la presencia resucitada de Jesús llega hasta los últimos rincones de tu alma mientras vas pronunciando las expresiones.

Siente cómo esa Presencia toma plena posesión de lo que eres, de lo que piensas, de lo que haces; cómo Jesús asume lo más íntimo de tu corazón. En la fe, acógelo sin reservas, gozosamente.En la fe, siente cómo Jesús toca esa herida que te duele; cómo Jesús saca la espina de esa angustia que te oprime; cómo te alivia esos temores, te libera de aquellos rencores. Hay que tomar conciencia de que esas sensaciones generalmente se sienten en la boca del estómago como espadas que punzan. Por eso se habla de la espada del dolor.Luego salta a la vida. Acompañado de Jesús y revestido de su figura, haz un paseo por los lugares donde vives o trabajas. Preséntate ante aquella persona con quien tienes conflictos. Imagínate cómo la miraría Jesús. Mírala con los ojos de Jesús. Cómo sería la serenidad de Jesús si tuviera que enfrentarse con aquel conflicto, afrontar esta situación, qué diría a esta persona, cómo serviría en aquella necesidad. Imagina toda clase de situaciones, aun las más difíciles, y déjale a Jesús actuar a través de ti: mira por los ojos de Jesús, habla por su boca, que su semblante aparezca por tu semblante. No seas tú quien viva en ti sino Jesús.Es un ejercicio transformante o cristificante. Toma una posición orante. Igual que en el ejercicio Salida y quietud, después de pronunciar y vivir la frase quédate un tiempo quieto y en silencio, permitiendo que la vida de la frase resuene y llene el ámbito de tu alma.

Jesús, entra dentro de mí.
Toma posesión de todo mi ser.
Tómame con todo lo que soy.
lo que pienso, lo que hago.

Toma lo más íntimo de mi corazón.
Cúrame esta herida que tanto me duele.
Sácame la espina de esta angustia.
Retira de mí estos temores,
rencores, tentaciones...

Jesús, ¿qué quieres de mí?
¿Cómo mirarías a aquella persona?

¿Cuál sería tu actitud en aquella dificultad?
¿Cómo te comportarías en aquella situación?

Los que me ven, te vean, Jesús.
Transfórmame todo en ti.
Sea yo una viva transparencia de tu persona.

También este ejercicio debe durar unos 45 ó 50 minutos.