domingo, 26 de julio de 2009

El Señor es mi Pastor, nada me falta

He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso le basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo.
Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adonde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad.
“El Señor es mi pastor”. Solo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de hora en hora, por que el está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. Es Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en el, quedaré libre para gozar, amar, y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia.
Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en la obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida.
El Señor es mi pastor. Nada me falta

(Del libro: “Busco tu rostro – Orar los Salmos”, de Carlos G. Valles)

Jesús, peregrino

“Un samaritano que iba de camino llegó junto al hombre herido, y al verle tuvo compasión y, acercándose, vendó sus heridas, ungiéndolas con aceite y vino, y montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él”.

Jesús, en su vida terrena, vivió haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, camina entre nosotros y se acerca a cada hombre y mujer que sufre en su cuerpo y alma, con el deseo de curar sus dolencias.

Cristo Jesús, Salvador deseado y esperado de la historia, de mi historia… ven a caminar por ella: pasado, presente y futuro.

Tú, que caminaste por caminos, senderos y calles de pueblos y ciudades, camina hoy por mí y bendíceme con tu amor.

Tú, que curaste a los leprosos, cura la lepra espiritual que hay en mí, y que se produjo como consecuencia de aquellos pecados que, por ser soberbio, débil o ignorante, me sumieron en la enfermedad. Clávalos en tu cruz y unge mis heridas con tu bendita sangre.

Tú, que abriste los oídos de los sordos, cura y libérame del espíritu de sordera que no me deja percibir tu amor, escuchar tu voz, discernir tu voluntad y dar oídos al clamor de los hermanos que sufren.

Tú, que devolviste la vista a los ciegos, libérame del espíritu de ceguera que no me permite verte constantemente en mí y vivir en alabanza por tu inefable belleza.

Tú, que sanaste a los epilépticos y a los mudos, libérame de los espíritus de epilepsia y mudez, que me impiden expresarme y transmitir tu Palabra con sabiduría, prudencia, claridad, afecto y firmeza.

Tú, que hiciste caminar a los paralíticos, libérame del espíritu de parálisis en mis piernas que me dejan postrado largo tiempo, haciéndome perder la virtud de la alegría, sin saber hacia dónde dirigirme para hacer tu voluntad.

Tú, que resucitaste a los muertos, resucita las áreas de mi historia, de mi vida que están marchitas, agonizantes o muertas.

Tú, que liberaste a los poseídos por el espíritu del mal, libérame de toda fuerza o cercanía de espíritus malignos, y cólmame de su Santo y Dulce Espíritu, para que por tu gloria brillen los dones y carismas que me diste.

Envíame a tus santos arcángeles y Ángeles para que me guíen a lo largo del camino. Amén.

Oración de abandono en Dios

“Y la vasija que el alfarero hacía de barro, se quebró en sus manos, y se puso a hacer otra nueva, según le
pareció mejor”. (Jer18, 4)

¿No podré yo hacer de ustedes como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Yahvé. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así son ustedes en mi mano, oh casa de Israel”, (Jer 18,6)

Pídele a Dios que siga moldeando tu vida, a fin de que seas cada día más semejante al proyecto original elaborado por él.

Dios mío, yo me abandono en tus manos. Modela y remodela este barro como arcilla en manos del alfarero. Dale una forma y después, si quieres, deshazla.

Pide, ordena. ¿Qué quieres que haga? Ensalzado o humillado, perseguido, incomprendido, calumniado, alegre o triste o inútil para todo, sólo diré a ejemplo de tu Madre: “Hágase en mi según tu palabra”.

Dame el amor por excelencia, el amor de la cruz. Pero no de las cruces heroicas que podrían aumentar mi vanidad, sino de las cruces vulgares que, sin embargo, llevo con repugnancia. Aquellas que se encuentran cada día en la contradicción, en el olvido, en el fracaso, en los juicios falsos, en la frialdad, los desaires y desprecios de otros, en los malestares y defectos del cuerpo, en la oscuridad de la mente y en el silencio y aridez del corazón.

Entonces, solamente tú sabrás que te amo, aunque yo no me dé cuenta. Eso me basta.

Tengo sed de ti

“Mira que estoy a la puerta y llamo”… (Apoc3, 20)

Esta oración tiene como objetivo abrir las puertas del propio corazón al amor misericordioso de Dios y sanar la imagen equivocada de un Dios lejano y rigorista, para así poder permitirle al Espíritu Santo que plasme en tu corazón el rostro amoroso de Dios.

Es verdad. Estoy de pie a la puerta de tu corazón de día y de noche. Aun cuando no estás escuchando, aun cuando dudas que pudiera ser yo, allí estoy. Espero hasta la más pequeña señal de tu respuesta, hasta la más pequeña sugerencia de invitación que me permita entrar.

Quiero que sepas que cuando me invitas, vengo siempre, sin falta. En silencio e invisible vengo, pero con poder y un amor infinitos, trayendo muchos dones del Espíritu Santo. Vengo con mi misericordia, con mi deseo de perdonarte y de sanarte, y con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión; un amor en todo punto tan grande como el amor que he recibido de mi Padre (“Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí… Jn 15,9).

Vengo deseando consolarte y darte fuerzas, levantarte y vendar todas tus heridas. Te traigo mi luz, para disipar tu oscuridad y todas tus dudas. Vengo con mi poder, para llevarte a ti y todo lo que pesa sobre ti, con mi gracia, para tocar tu corazón y transformar tu vida, y con mi paz para tranquilizar tu alma.

Te conozco completamente, sé todo acerca de ti. He contado hasta los cabellos de tu cabeza. No hay nada en tu vida que no tenga importancia para mí. Te he seguido a través de los años, y siempre te he amado, hasta en tus extravíos. Conozco cada uno de tus problemas. Conozco tus necesidades y tus preocupaciones. Y también conozco todos tus pecados.

Pero te digo de nuevo que te amo, no por lo que tienes o por lo que has hecho, te amo por ti, por la belleza y dignidad que mi Padre te dio al crearte a su propia imagen. Es una dignidad que muchas veces has olvidado, una belleza que has empañado con el pecado. Te amo como eres, y he derramado mi Sangre para rescatarte. Basta que me lo pidas con fe y mi gracia tocará todo lo que necesita ser cambiado en tu vida y yo te daré la fuerza para liberarte del pecado y de su poder destructor.

Sé lo que hay en tu corazón, conozco tu soledad y todas tus heridas, los rechazos, los juicios negativos, las humillaciones. Yo soporté todo eso antes que tú. Y todo lo sobrellevé por ti, para que pudieras participar en mi fuerza y en mi victoria. Conozco toda tu necesidad de amor, cuánta tienes sed de ser amado y estimado.

Pero muchas veces has tenido sed en vano, buscando ese amor con egoísmo, tratando de llenar el vacío interior con placeres pasajeros, con el vacío aun mayor del pecado. ¿Tienes sed de amor? “Venga a mi el que tiene sed” (Jn 7, 37). Yo te saciaré y te llenaré. ¿Tienes sed de ser amado? Te amo más de lo que puedes imaginar, hasta el punto de morir en la cruz por ti.

Tengo sed de ti. Sí, ésa es la única manera en que apenas puedo empezar a describir mi amor por ti: TENGO SED DE TI. Tengo sed de amarte y ser amado por ti. Eso indica lo precioso que eres para mí.

TENGO SED DE TI. Ven a mí, y yo llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz, aun en tus pruebas.

TENGO SED DE TI. Nunca debes dudar de mi misericordia, de mi aceptación de ti, de mi deseo de perdonarte, de mi deseo de bendecirte y de vivir mi vida en ti.

TENGO SED DE TI. Si te sientes tu poca importancia a los ojos del mundo, eso no importa nada. Para mí es como si nadie en el mundo fuera más importante que tú. (no hay nadie mas importante en el mundo que tú).

TENGO SED DE TI. Se dócil, ven a mí, ten sed de mí, dame tu vida, y yo te probaré lo importante que eres tú para mi corazón.

¿No sabes que mi Padre ya tiene un plan perfecto para transformar tu vida, empezando desde este momento? Ten confianza en mí. Pídeme todos los días que me entere y me encargue de tu vida, y lo haré. Te prometo ante mi Padre en el cielo, que haré milagros en tu vida. ¿Por qué haría yo esto? Porque TENGO SED DE TI. Todo lo que te pido es que te confíes completamente a mí. Yo haré todo lo demás. ¿¿¿???

Desde ahora ya veo el lugar que mi Padre te ha preparado en mi reino. Acuérdate que eres peregrino en esta vida, en camino hacia casa. El pecado nunca te puede satisfacer, ni traerte la paz que necesitas. Todo lo que has buscado fuera de mí sólo te ha dejado mas vacío; así que no te apegues a las cosas de este mundo.

Sobre todo, no te alejes de mí cuando caigas. Ven a mí sin tardanza. Cuando me das tus pecados, me das la alegría de ser tu Salvador. No hay nada que yo no pueda perdonar y sanar; así que ven ahora y desahoga tu alma.

No importa lo mucho que te hayas alejado, no importa cuántas veces me olvides, no importa cuántas cruces lleves en esta vida. Hay algo que quiero que recuerdes siempre: TENGO SED DE TI, tal como eres. No necesitas cambiar para creer en mi amor, porque será tu fe en mi amor la que te cambiará.

Tú te olvidas de mí, y sin embargo, yo te busco a cada momento del día; de pie a la puerta de tu corazón, toco y llamo. ¿Piensas que esto es difícil de creer? Entonces mira la Cruz, mira mi Corazón que fue traspasado por ti. ¿No has comprendido mi cruz? Entonces escucha otra vez las palabras que dije allí, pues te dicen claramente por qué sufrí todo esto por ti: “TENGO SED” (Jn 19,28); sí, tengo sed de ti. Como dice el salmo: “Esperé compasión inútilmente, esperé alguien que me consolara y no lo hallé” (Sal 69,21).

Toda tu vida has estado buscando amor. Y yo nunca he dejado de amarte y de buscar tu amor. Tú has ido tras muchas otras cosas buscando felicidad; ¿Por qué no tratas de abrirme tu corazón, ahora mismo, más de lo que nunca has hecho antes? Siempre que me abras la puerta de tu corazón, siempre que me acerques lo suficiente, me oirás decir una y otra vez, no en meras palabras humanas, sino en espíritu: “No importa lo que hayas hecho; te amo por ti mismo. Ven a mí con tu miseria y tus pecados, con tus problemas y necesidades, y con todo tu deseo de ser amado. Estoy a la puerta de tu corazón y toco... ábreme, porque TENGO SED DE TI

Deja que el Espíritu Santo guíe tu respuesta al Señor por medio de esta profunda meditación

Aquí estás, Jesús

“Aunque camine por valles de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal 23,4).

Jesús camina a tu lado, cada día, y en cada momento de tu vida. Incluso cuando duermes, él descansa a tu lado. Por tanto, no temas, entrégale todo aquello que te preocupa.

Quiero decirte, hermano, que no te desalientes cuando sientas que tu vida se sumerge en el dolor, pues hay una mano tierna que te acompaña en tu senda. Es la mano amorosa de Jesús, nuestro Señor.

Quiero decirte, hermano, que detrás de cada espina se encuentra una rosa abierta que nos regala su perfume y que detrás de la nube que entristece nuestros días, veremos nacer la aurora en infinito fulgor.

Quiero decirte, hermano, que la vida no es tan dura si dejamos las cargas en las manos de Jesús, pues su amor tan grande y puro se ha vertido por los hombres desde que entregó su vida por nosotros en la cruz.

La paz que Dios ofrece no es como el mundo la da. Brota en el alma del hombre como fruto de su Espíritu y florece aunque se agiten los vientos y ruja la tempestad.

Por eso te digo, hermano, que si le entregas tu vida con tus luchas y tus penas a Jesús el Salvador; él transformara las sombras con el sol de un nuevo día, y con su luz admirable echará afuera el temor.

Lee pausadamente la meditación, deja a Dios obrar en tu corazón por medio de esta reflexión. Haz una oración espontánea al Señor entregándote por completo a El.

Oración de consentimiento

“Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí
según tu palabra” (Lc 1,38).

El querer hacer la propia voluntad en lugar de la voluntad de Dios Padre, genera tensión y agota, pues significa querer resolver todas las situaciones y trabajos de la vida con las propias fuerzas. Jesús, Médico Divino, quiere sanar las rebeldías de nuestros corazones.

Jesús: Yo creo que tú eres el Médico Divino que quieres mi salud porque me amas.

Confío en ti y en tu poder sanador en mi vida.
Hoy me pongo en tus manos para que hagas de mí lo que quieras.
Renuncio a mi proyecto de vida, para abrirme a tus caminos.
Hoy me desprogramo y te entrego todo mi plan, trabajo y apostolado.
Aun aquello que creo bueno, te lo entrego.
Te doy mi consentimiento total, sin condiciones, para que hagas conmigo lo que quieras.
Te doy libertad para que cumplas en mí el plan de tu Padre.
Me abandono completamente en tus manos.
Amén.

A partir de esta reflexión habla con el Señor ¿Qué te dice el texto? ¿Eres dócil a la voluntad de Dios? ¿Qué crees que necesitas para serlo? Deja que el Espíritu Santo guíe tu meditación.

Las dificultades al orar

Todo cristiano es hijo de Dios y quiere desarrollar esa relación. Todo cristiano desea el grado de comunicación con Dios que se alcanza a través de la oración. Pero cuando se le pregunta a la gente: “¿Haces oración regularmente?”, por lo general la respuesta es “he tratado pero no puedo” o “no funciona” o “ese es el punto débil de mi vida cristiana”. Cristianos que aman a Dios, que se quieren acercar a El, que sienten necesidad de la oración, admiten, una y otra vez, derrota, frustración y desánimo. ¿Qué pasa? ¿Por qué ocurre esto?
Hay ciertas realidades humanas básicas, que son la causa de las dificultades de la oración. Sobre ella trataban los libros espirituales más antiguos, pero hoy día no se leen. Se piensa equivocadamente que los cristianos llenos del Espíritu no tienen necesidad de enfrentarse a sí mismos como seres humanos y trabajar su naturaleza. Pero somos seres humanos, el Espíritu de Dios lo sabe y lo respeta. Su trabajo es, precisamente, transformar nuestra naturaleza lo que hace que nuestra vida espiritual sea rica o pobre, parece ser mundano y poco espiritual, pero es ahí donde el Espíritu de Dios está trabajando.
Nos avergüenza reconocer que las cosas que estancan nuestra vida espiritual sean tan mundanas, pero por lo general estas cosas bien mundanas, que preferimos ignorar, son precisamente las que estancan nuestra comunicación con Dios. No es poco espiritual enfrentarnos y luchar contra la aridez, las distracciones, la dificultad para concentrarse (problemas humanos dominados por procesos humanos). El Espíritu de Dios quiere meterse y penetrar en esos problemas. Para permitirle eso debemos entender lo que está pasando y aplicar las leyes de crecimiento en la oración, que le darán libertad para hacer de nosotros hombres y mujeres de oración. Las dificultades que producen estancamientos en la oración pueden ser vencidas.

Las dificultades más comunes

1) “Estar muy ocupado”: es una fuente común de dificultades. Hay muchas cosas, asumir demasiadas responsabilidades, llevar a cabo muchos proyectos, es incompatible con la necesidad de tener un estado de paz básico que es imprescindible en la oración. Sencillamente hay que establecer prioridades. Muchos sufren en esta sobrecarga psíquica y no pueden calmarse lo suficiente para hacer oración. La mayoría de las personas que asisten a la iglesia hoy día, tratan de hacer demasiadas cosas, demasiado pronto, sin haber llegado primero a una unión interior con Dios y con su Espíritu, que pueda hacer que su trabajo de fruto. Están tan ocupados que es imposible tener una experiencia de Dios como Padre y como Señor que los ama. Lo único que les podría ayudar sería eliminar algunas de las cosas que están causando esta sobrecarga.
2) No tomarse suficiente tiempo: es otra causa de aridez innecesaria y de distracción en la oración. Muchas personas terminan la oración antes de haberse tranquilizado lo suficiente de su actividad diaria, lo que les impide entrar profundamente en ella. No es suficiente pasar cinco o diez minutos tratando de orar; ese es el tiempo que muchos necesitamos tan solo para tranquilizarnos y orientarnos. La mayoría de las personas necesita de 15 o 20 minutos para llegar al punto en que la oración es posible. Según progresamos en la oración el tiempo se acortará, pero siempre necesitaremos algún tiempo nada más que para ponernos en presencia de Dios.
3) El no perseverar por suficiente cantidad de tiempo: Muchos tratan de hacer oración algunos días o semanas y después no siguen, y así nunca llegan al punto de contacto habitual donde Dios puede alcanzar a obrar. Orar esporádicamente quiere decir empezar una y otra vez desde el principio, que es el paso más difícil y que da menos satisfacción en la oración. Seguir fiel por un periodo razonable de tiempo, digamos un mes o más, es necesario para que la oración empiece, como quien dice, a funcionar como debe; para que algo empiece a pasar regularmente entre Dios y la persona.
4) No estar en paz en nuestra relación básica con el Señor y con los demás: Si estamos tratando de rezar y comunicarnos con Dios y hay algo que no está bien en nuestra actitud hacia él o hacia los demás, tiene que resultarnos difícil y hacernos sentir insatisfechos. Si no entregamos al Señor alguna parte de nuestra vida, si tenemos un pecado sin confesar y del cual no queremos arrepentirnos, sino queremos seguir la inspiración del Espíritu a hacer algo o a dejar algo, tenemos que necesariamente experimentar una falta de paz. Confesar nuestro pecado, arrepentirnos de nuestra dureza de corazón, y seguir fielmente la inspiración de su Espíritu abrirá el camino a la oración. Si tenemos problemas en nuestra relación con las personas también tendremos en nuestra vida con Dios.
5) Tomar parte en conversaciones o entretener pensamientos triviales y mundanos: El Espíritu de Dios debe penetrar, a través de la oración, todos los aspectos de nuestra vida, incluyendo nuestras conversaciones, nuestros pensamientos, nuestra forma de vestir y nuestras actitudes. Si resistimos su intento de transformarnos en estas áreas, si nos aferramos a nuestra antigua forma de hablar o pensar que lo entristecen, encontraremos dificultad en la oración. Una conversación tonta, sin sentido, o tomar parte de chismes o conversaciones de doble sentido, pueden apagar el espíritu de oración. Es importante para el crecimiento de nuestra vida en unión con Dios el ser fieles a su deseo de hacernos puros y santos en pensamientos y palabras.
6) No entender el papel que juegan los desencantos y las tribulaciones: Dios nos dice que una vez que le hemos entregado nuestra vida y empezando a amarle y a servirle, todo serviría para nuestro bien, aun aquellas cosas que parecen ser negativas y contraproducentes. El nos ha prometido sacar bien de todo lo que nos pase, y nos dice que entendemos que éste es su propósito y que tengamos confianza en él.
7) No saber responder a nuestro sentimiento de debilidad e inferioridad: Muchos tenemos una espina en la carne que nos tienta a pensar que estamos fuera de la gracia de Dios. Sentimos que: si este problema se solucionase, si nuestra vida pasada fuese diferente, etc entonces podríamos ser lo que dios quiere que seamos. Pero se nos ha dado esta espina en la carne con un propósito, o mejor, quiere usarla para algo, para llevarnos a una mayor dependencia de El, y así sepamos que la gloria es de El y no nuestra. En vez de hacernos desesperar, el saber que somos débiles debiera llevarnos a entregarnos más que nunca a la misericordia de Dios, poniendo en El una confianza mucho más profunda y sabiendo que El hará de nosotros lo que quiera.

La victoria

Nada puede evitar que un hijo de Dios se desarrolle al máximo en Cristo. No hay dificultad que impida nuestra creciente comunicación con Dios que no pueda ser vencida con perseverancia y puesto bajo el Señorío de Cristo. Para vencer algunas dificultades hará falta el apoyo y la ayuda de todos los hermanos. El deseo del Corazón del Señor es que crezcamos en y a través de la oración.

¿Con que dificultades te identificas? ¿Hay alguna dificultad para orar que no este contemplada en el texto?


(Extraido del libro "La oración personal" Editorial de la Palabra de Dios)

La oración supone siempre un esfuerzo.

La oración es un combate.
¿Contra quién?
Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios.
Se ora como se vive, porque se vive como se ora.

La dificultad habitual de la oración es la distracción.
En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas.
La distracción puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal como en la meditación y en la oración contemplativa.

Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad.
Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales.
Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión.

La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe.
Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho.
Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes.
Una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.

Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía.
Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón.
"El espíritu está pronto pero la carne es débil" .
El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

La confianza filial se prueba en la tribulación, particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás.
Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada.
Una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado.
¿Estamos convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene"?
¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"?
Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos, pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad.
Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo.
No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones"
No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es Él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con Él en oración (Evagrio).
Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración.
Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín).