sábado, 31 de octubre de 2009

La Eucaristia

El mejor lugar del universo para encontrarnos con nuestro Dios y manifestarle nuestro amor es la Eucaristía. La Eucaristía es la presencia viva y real de un Dios que, por amor a nosotros, ha venido a esta tierra y ha vivido entre nosotros para demostrarnos su amor. Y, además de todo eso, ha querido quedarse con nosotros hasta el fin del mundo como un amigo cercano. La Eucaristía no es algo hermoso, es Alguien infinitamente hermoso, porque es el mismo Dios en la persona de Jesús.

La Eucaristía es la máxima cercanía de Dios entre los hombres, es su presencia más cercana, la más intensa y más profunda. Cuando vamos ante el sagrario, ahí está realmente el mismo Jesús de Nazaret, a quien podemos hablar con la confianza de un amigo. Cuando asistimos a la misa, ahí asistimos al gran misterio de la Navidad, pues Jesús se hace presente entre nosotros, renovando el gran misterio de aquella noche brillante de la humanidad, cuando Dios vino a la tierra en la figura de un niño pequeñito. Además, la misa es el memorial de su infinito amor, ya que renueva y hace presente entre nosotros el gran amor que nos manifestó, al sufrir, morir y resucitar por nosotros. Y, en el momento de la comunión, podemos recibir su abrazo amoroso, que es la más grande unión que podemos tener con Él en esta tierra. Ni siquiera los ángeles pueden comulgar. Es una gracia sólo para los hombres. ¡Tanto nos ama!

De ahí que la mejor oración, la mejor manera de demostrarle nuestro amor, es hacerlo personalmente ante Él mismo, presente en la Eucaristía. ¿Cómo? Puede haber diferentes maneras: poniéndole velas, flores, haciéndole compañía en adoración silenciosa o, simplemente, diciéndole muchas veces que lo amamos. Él se sentirá feliz de vernos y nos bendecirá más de lo que podemos imaginar. Por eso, cuando no podamos visitarlo personalmente, hagamos visitas espirituales, unámonos a todas las misas que se celebran en el mundo y, sobre todo, deseemos recibirlo todos los días en comunión para recibir su abrazo de amor.

Decía el cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI: Una iglesia, sin la presencia de Cristo, se halla, de algún modo, muerta; aunque pretenda invitar a los hombres a la oración. Pero, una iglesia, en la cual hay un sagrario, ante el cual luce la lamparita, está siempre viva y es algo más que una edificación de piedra .

El Papa Juan Pablo II decía que Jesús Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, el centro de nuestra vida. Por eso, nunca dejemos solo a Jesús, hagamos turnos de adoración en las iglesias, construyamos capillas hermosas a Jesús sacramentado, donde esté permanentemente Expuesto en la custodia, rodeémoslo de flores y de luces para que sintamos más de cerca su amor y su presencia, y nos resulte más fácil decirle que lo amamos.

Cuantas más veces visites a Jesús sacramentado, más robusta estará tu alma. ¡Qué momentos tan sublimes puedes pasar delante de Jesús! La luz roja del sagrario parpadea como si fuera un corazón, que late de amor por Jesús. No seas menos que la lamparita, haz que tu corazón vibre de amor por Jesús, déjate bañar por su luz invisible y dile muchas veces: Jesús te amo. No olvides las palabras que tu ángel te inspira y que Marta le dijo a su hermana María: El Maestro está ahí y te llama (Jn 11, 28).

Por eso, veamos algunas cosas que podrían mejorar la oración:

1) Algunos días, se puede poner una bonita música de fondo durante la oración.
2) Se pueden colocar más luces y flores ante el sagrario para resaltar la presencia viva de Jesús.
3) Se puede hacer la oración ante el Santísimo Expuesto en la custodia para sentir más cercana su presencia.

Ciertamente, orar ante Jesús Expuesto en la custodia con flores y luces especiales, nos llega más al alma. Ojalá que en todas las parroquias del mundo hubiera capillas de adoración perpetua a Jesús sacramentado. La experiencia enseña que estas capillas de adoración dan más facilidad a los fieles para acercarse a Jesús y allí se siente más intensamente su presencia real.

Un sacerdote me decía que en una parroquia habían construido una bella capilla al Santísimo Sacramento para adorarlo durante el día. Y consiguió que todos los días fuera mucha gente a visitar a Jesús con enormes bendiciones para todos. Pero él mismo que, antes se dormía o se distraía fácilmente en su oración personal, iba ante Jesús Expuesto en la custodia y sentía su presencia más cercana, viva y real. Para él, el orar ante Jesús Expuesto en la custodia, resultó ser una fuente inmensa de bendiciones jamás antes conocidas.

Veamos lo que la Virgen María le decía al padre Esteban Gobi, fundador del Movimiento sacerdotal mariano, aprobado por la Iglesia:

Que el Santísimo Sacramento esté rodeado de flores y luces. Adoren a Jesús Eucaristía... Expóngalo frecuentemente a la veneración de los fieles. Multipliquen las horas de adoración pública para reparar la indiferencia, los ultrajes, los numerosos sacrilegios y las terribles profanaciones a las cuales se ve sometido durante las misas negras... En la Eucaristía, Jesús está rodeado de innumerables milicias de ángeles, de santos y de almas del purgatorio (31 de marzo de 1988).

Hijos míos, cuanto más se desarrolle su vida a los pies del sagrario en íntima unión con Jesús en la Eucaristía, tanto más crecerán en santidad... Han llegado los tiempos en que los quiero a todos delante del sagrario, especialmente a los sacerdotes... Estos son los tiempos en que Jesús eucarístico debe ser adorado, amado, agradecido y glorificado por todos... Al pie de cada sagrario en la tierra, estoy con mi presencia maternal, que forma en torno a Él una armonía celestial que lo rodea con todo el encanto del paraíso, con los coros adoradores de los ángeles, la plegaria celestial de los santos y la dolorosa aspiración de tantas almas que están en el purgatorio. En mi Corazón inmaculado todos forman un concierto de adoración perenne de incesante oración y de profundo amor a Jesús, realmente presente en cada sagrario de la tierra. Pero mi Corazón de Madre se entristece, al ver tanto abandono, tanta negligencia, tanto silencio...

Hijos mío, por un milagro de amor que sólo llegarán a comprender en el paraíso, Jesús les ha dado el don de permanecer siempre entre ustedes en la Eucaristía. Pido que se vuelva de nuevo en todas partes a la práctica de las horas de adoración ante Jesús Expuesto en el Santísimo Sacramento. Deseo que se acreciente el homenaje de amor a la Eucaristía y que se destaque aún por las señales sensibles más expresivas de su piedad. Rodeen a Jesús eucarístico con flores y luces, cólmenlo de delicadas atenciones, acérquense a Él con profundos gestos de genuflexión y de adoración. ¡Si supieran cómo Jesús eucarístico los ama, cómo un pequeño gesto de su amor lo llena de gozo y de consolación! Jesús perdona tantos sacrilegios y olvida una infinidad de ingratitudes ante una gota de puro amor.

Cuando van delante de Él, los ve; cuando le hablan, los escucha; cuando le confían algo, acoge en su corazón cada palabra suya; cuando piden, siempre los escucha. Vayan al sagrario para entablar con Jesús una relación de vida simple y cotidiana. Con la misma naturalidad con que buscan un amigo, con que confían en las personas que les son queridas, con que sienten necesidad de un amigo que los ayude, así vayan al sagrario a buscar a Jesús. Hagan de Jesús el amigo más querido, la persona en quien más confían, la más deseada y más amada. Digan su amor a Jesús, repítanselo con frecuencia, porque esto es lo único que lo deja inmensamente contento, lo consuela y lo recompensa de todas las traiciones.

Díganle: “Jesús, tú eres nuestro amor; Jesús, tú eres nuestro gran amigo; Jesús, nosotros te amamos; Jesús, estamos enamorados de Ti” (21 de agosto de 1987).

Repetir continuamente una frase de amor a Jesús Eucaristía puede ser una bellísima manera de orar, y esta frase de amor podemos repetirla en las actividades normales de cada día, haciendo así de nuestra vida una continua oración.

lunes, 26 de octubre de 2009

Modelo de Lectura Orante

Tema :Orar como Jesús

Momentos o Pasos

Partir de la vida
¿CÓMO ES NUESTRA ORACIÓN COTIDIANA? ¿DE QUÉ MANERA, CUÁNDO Y CÓMO REZAMOS?
Compartir la experiencia personal de oración de cada uno


1) Primer Momento - LECTURA
¿Qué dice el texto bíblico?

Cita del Texto
Leer Lc. 1. 1-13.
Reconstruir el texto entre todos los participantes (volver a “contarlo”).
Hacer una segunda lectura, pausada y reflexiva.


Preguntas para trabajar
¿QUÉ LE PIDE UNO DE LOS DISCÍPULOS AL SEÑOR?
¿QUÉ RESPONDE JESÚS? ¿CÓMO LO LLAMA A DIOS?
¿CÓMO LES ENSEÑA A REZAR?
¿CUÁLES SON LOS CONSEJOS QUE LES DA JESÚS CON RESPECTO A LA ORACIÓN? RECORDAR RELATOS QUE NOS MUESTREN LA VIDA DE ORACIÓN DE JESÚS... ¿CÓMO ORABA? ¿CUÁNDO? ¿DE QUÉ MANERA?


2) Segundo Momento – MEDITACION
¿Qué nos dice el texto bíblico?

Preguntas para trabajar
RECONOCER LAS PETICIONES DEL PADRENUESTRO. COMPARAR CADA PETICIÓN CON LA PRÁCTICA DE JESÚS. ¿QUÉ DESCUBRIMOS? COMPARAR CON NUESTRA VIDA.
¿QUÉ ACTITUDES DEBEMOS VIVIR EN LA ORACIÓN?¿CÓMO TE DIRIGES A DIOS AL ORAR? ¿TIENES UN DIÁLOGO CON EL... MOMENTOS DE INTIMIDAD... UN TIEMPO PARA «ESCUCHAR»... O SÓLO HABLAS TÚ?
¿QUÉ MENSAJE NOS BRINDA ESTE TEXTO?

3) Tercer Momento – ORACION
¿Qué le decimos a Dios con nuestras palabras?

Oración para repetir:
SEÑOR DE LA VIDA,
ENSÉÑANOS A ORAR AL PADRE.
.
Intenciones (señala algunas):
Ayúdanos Padre Bueno a buscar tu voluntad en nuestra vida.
Danos perseverancia y fidelidad en la oración.
Enséñanos a encontrar un tiempo cotidiano para el encuentro contigo.

Invitación o Pregunta para que el grupo participe espontáneamente
Abramos nuestro corazón al Señor y compartamos con sencillez nuestra oración.

4) Cuarto Momento – COMPROMISO
¿A qué nos comprometemos con nuestras vidas?

Consigna o Pregunta para que el grupo piense y exprese un compromiso (personal o grupal):

Ofrécele a Dios un momento en la semana que puedas dedicarle a orar con tiempo y tranquilidad. ¿Qué te está pidiendo Dios para hacer su voluntad en tu vida?

Actitudes para realizar Lectio Divina

La Lectio divina requiere unas disposiciones interiores, sin las cuales el itinerario que acabamos de describir quedaría vacío. Dichas actitudes pueden resumirse en estas tres:

- Escucha: Es necesario acercarse a la Palabra de Dios con reverencia y en actitud atenta. Hay un pasaje en la Biblia que ilustra bien lo que supone esta actitud de escucha: "Pastoreando los rebaños de su suegro Jetró, Moisés llegó al monte Horeb y vio una zarza que ardía sin consumirse. Cuando quiso acercarse para ver aquella maravilla más de cerca, oyó una voz que le decía:'Moisés, no te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado'" (Ex 3,1-6). La Palabra de Dios es para nosotros, como la zarza, un misterio atrayente. Pero nos acercamos a ella descuidadamente, sin advertir que estamos pisando un terreno sagrado, en el que se encuentra Dios mismo. Es entonces cuando escuchamos una voz que nos invita a descalzarnos de todo aquello (los ruidos, las prisas, las preocupaciones...) que nos impide acoger esta Palabra que Dios nos dirige, de todo aquello que no nos deja convertirnos en discípulos de la Palabra. Así, cada vez que nos acerquemos a la Palabra de Dios tenemos que ponernos en actitud de escucha; prepararnos para escuchar. Esto puede hacerse con un momento de silencio, un gesto de adoración, una breve oración.

- Compromiso de vida: Uno de los mayores obstáculos que dificultan y hasta hacen imposible la práctica de la Lectio divina es la falta de coherencia entre la lectura orante de la Palabra y el tipo de vida que llevamos. La Lectio divina requiere que exista una armonía entre la forma de orar y la forma de vivir. Requiere, por tanto, una decisión radical y constante de vivir según el Evangelio, de seguir a Jesús como discípulos, o, como diría san Pablo, de vivir "en Cristo".

- Perseverancia: Finalmente, la práctica de la Lectio divina supone dedicación y perseverancia. Esta perseverancia debe entenderse como una progresiva adecuación a la pedagogía de Dios. Nosotros somos impacientes y queremos ver en seguida los resultados, pero los planes de Dios siguen otros esquemas. La Palabra leída, meditada, orada y contemplada es en nosotros como una semilla que da su fruto de forma misteriosa, conforme a los planes de Dios (Is 55,10-11). La Lectio divina requiere que le dediquemos asiduamente un tiempo exclusivo. De este modo, el encuentro con la Palabra de Dios nos hace ir cambiando nuestra mentalidad utilitarista y aprender la sabiduría escondida de la cruz.
Hay diversas formas de poner en práctica la Lectio divina. El ideal es que llegue a convertirse en un hábito diario en la vida del cristiano. Pero requiere un aprendizaje, que debe ir acompañado de un mayor conocimiento de la Biblia. La forma ideal para realizar este aprendizaje es el grupo. En él se va haciendo el camino junto a otros creyentes y se comparten los avances y retrocesos. Además, el grupo de creyentes que escucha asiduamente la Palabra de Dios es expresión de la Iglesia, en cuyo seno la Palabra resuena de una manera más plena. Esta Palabra viva y eficaz nos impulsará a vivir según las enseñanzas de Jesús y a ser presencia suya en medio del mundo.


La Biblia en grupo, doce itinerarios para una lectura creyente. La Casa de la Biblia, pág. 26-31. Editorial Verbo Divino, Stella, 1997.

Lectio Divina

¿De qué principios parte?

La Lectio divina da por supuestos algunos principios presentes en toda lectura cristiana de la Biblia:
- A través de la Biblia nos habla Dios. Se nos revela con la Palabra escrita y encarnada. Nos habla al oído y al corazón, y desde ahí la escuchamos para conocer la voluntad y el corazón de Dios.
- Dios nos habla a través de toda la Biblia. Cada pasaje debe pues leerse en el conjunto de la Biblia. No debemos aislarlos y quedarnos con fragmentos como verdades absolutas. Las diversas partes de la Escritura son como los ladrillos que forman una casa: juntos construyen el proyecto de Dios para nosotros.
- Las palabras de la Biblia hablan de nosotros; reflejan lo que estamos viviendo. No son solo palabras del pasado y para el pasado, sino que nos ayudan a interpretar lo que hoy nos sucede y a entenderlo. Es como el mapa que nos ayuda a reconocer el lugar por donde caminamos.
- Leemos la Biblia a partir de nuestra fe en Jesucristo, vivo en medio de nosotros. Él es la "llave" principal de la Biblia. Sin esta fe nuestros ojos estarían cerrados para comprenderla, como los del desorientado etíope (Hch 8,30-31).
- Nos acercamos a la Biblia en comunidad, pero teniendo muy clara la importancia de que la lectura individual debe preparar y continuar la lectura comunitaria. Gracias al estudio y a la meditación personal, la lectura comunitaria es más rica.

¿Cuál es el itinerario que sigue?

Guigo, un monje cartujo que vivió en el s. XII, se imaginaba el itinerario de la Lectio divina como una escalera de cuatro peldaños. El primer peldaño es la lectura, el segundo la meditación, el tercero la oración y el cuarto la contemplación. Se trata de un proceso dinámico de lectura en el que una etapa nace de la anterior. Es como el paso de la noche al día: es gradual, no sabemos en qué momento deja de ser la noche para comenzar el día.
Estos cuatro peldaños son cuatro formas de acercarse a la Palabra de Dios, que actúan juntas en todo el proceso de la Lectio divina, aunque con diferente intensidad, dependiendo de donde se encuentre la persona, o la comunidad que esté orando. Vamos a precisar con más detalle en qué consiste cada uno de estos peldaños:

Lectura: Conocer, respetar, situar.

Es el punto de partida y debe hacerse con atención y respeto. Consiste en leer y releer el texto, identificando los personajes y la acción, preguntándose por el contexto y los destinatarios, para averiguar qué es lo que el autor quiso decir a sus primeros destinatarios. Este estudio tiene tres niveles:
- Literario: aproximarse al texto y analizar su estructura a través de preguntas muy simples ¿Qué recursos literarios utiliza el autor? ¿Se trata de un relato, un poema, un código legal? ¿Cuál es el contexto en el que se sitúa el texto?
-Histórico: Se trata de analizar la situación histórica que hay en el origen del texto para percibir mejor la encarnación de la Palabra de Dios en la conflictividad de la historia humana. Pueden ayudarnos preguntas como ¿En qué época se sitúa la acción? ¿Cuál era la situación de los destinatarios?
-Teológico: Se pretende descubrir lo que Dios quena decirle al pueblo en aquella situación histórica ¿Qué experiencia de fe transmite? ¿Qué nos dice acerca de Dios de la historia del mundo, de las personas?
Es muy importante acercarse al texto sin proyectar en él nuestra subjetividad. La pregunta clave que debemos hacernos en esta primera etapa del itinerario es ¿qué decía el texto en su contexto?
¿En qué momento se debe pasar de la lectura a la meditación? Es difícil precisarlo, igual que es difícil decir en que momento termina la primavera y comienza el verano pero si el objetivo de la lectura es leer y estudiar el texto estaremos pasando a la meditación cuando el texto nos esté reflejando algo de nuestra propia experiencia de vida. En ese momento hacemos silencio y abrimos el oído y el corazón "Voy a escuchar lo que dice el Señor" (Sal 85,9). De este modo se pasa al segundo peldaño de la Lectio divina, la meditación.

Meditación: rumiar, dialogar, actualizar

Decía San Jerónimo que por la lectura llegamos a la cáscara de la letra, intentando atravesarla solo con la meditación podemos llegar al fruto del Espíritu. La meditación nos ayuda a descubrir el sentido que el Espíritu quiere comunicar hoy a su Iglesia a través de los diversos pasajes de la Biblia. La pregunta que aquí nos hacemos es ¿cuál es el mensaje que este pasaje tiene para mi, para nosotros?
Es el momento de repetir la Palabra hasta descubrir el mensaje que encierra para nosotros hoy. Esta continua repetición interior es comparada a la acción de rumiar, y por eso los monjes la llamaban también rumiatio. A través de ella, la Palabra pasa de la boca al corazón hasta impregnar sus capas más profundas. Supone un esfuerzo de reflexión que pone en acción nuestra inteligencia.
La Meditación trata de establecer un diálogo entre lo que Dios nos dice en su Palabra y lo que sucede en nuestra vida. Se medita reflexionando, preguntando por ejemplo: ¿Qué diferencias y qué semejanzas encontramos entre la situación del pasaje que estamos leyendo y la nuestra? ¿Qué cambio de comportamiento me sugiere? ¿Qué quiere hacer crecer en mí, en nosotros?... De este modo el mensaje del texto cobra actualidad y se convierte en un mensaje para mí, para nosotros.
La meditación es una actividad personal, pero también es comunitaria. La búsqueda en común hace surgir el sentido eclesial de la Biblia, sentido por otra parte que ya posee, y fortalece en todos el sentimiento de una fe comunitaria.
Hemos dicho que la meditación actualiza el sentido del texto hasta dejar claro lo que Dios nos pide. Pero, ¿en qué momento pasar de la meditación a la oración? Cuando está claro lo que Dios nos pide, también aparece con nitidez nuestra incapacidad y falta de recursos. Es el momento de la súplica: "Señor, levántate, socórrenos" (Sal 44,27). En otras palabras, la meditación es semilla de oración. Practicándola se llega a la oración.

Oración: suplicar, alabar, recitar.

La oración, provocada por la meditación, comienza con una actitud de admiración silenciosa y de adoración al Señor, "porque nosotros no sabemos rezar como conviene" (Rom 8,26). Con ella se inicia la segunda parte del diálogo. La pregunta aquí es: ¿qué me inspira decirle a Dios el pasaje que he meditado?
Hasta ahora hemos intentado escuchar a Dios que nos habla en su Palabra, pero esta escucha nos mueve a dirigirnos a Aquel cuya palabra hemos escuchado. En la oración entran en juego el corazón y los sentimientos. Es una respuesta profundamente nuestra, que se expresa en la súplica, la alabanza, la acción de gracias, la queja....
La oración provocada por la meditación también puede consistir en recitar oraciones que ya existen: algún salmo, alguna frase de la Biblia que resuma mi reflexión...
¿En qué momento debemos pasar de la oración a la contemplación? Como ocurría en los pasos anteriores, no hay respuesta fija. La contemplación es lo que queda en los ojos y en el corazón una vez terminada la oración. Es el punto de llegada de la Lectio divina, y a la vez, el punto de partida para un nuevo comienzo.

Contemplación: ver, saborear, actuar.

Es la culminación de todo el camino. La contemplación que resulta de la Lectio divina es la actitud de quien se sumerge en el interior de los acontecimientos para descubrir y saborear en ellos la presencia activa y creadora de la Palabra de Dios, y además intenta comprometerse con el proceso transformador de la historia que esta Palabra provoca. No supone en modo alguno una evasión de la realidad, sino una penetración en lo más profundo de la historia y del designio salvador de Dios, que lleva al compromiso y a la acción para hacer presente en el mundo dicho designio salvador.

domingo, 25 de octubre de 2009

Orar es amar

La beata Madre Teresa de Calcuta decía: No hay diferencia entre oración y amor. No podemos decir que oramos, pero que no amamos o que amamos sin necesidad de orar, porque no hay oración sin amor y no hay amor sin oración[1]. Santa Teresa de Jesús afirmaba: Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8, 5). No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar, eso haced[2]. El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho[3].

Como vemos, orar es amar y cuanto más amor haya en nuestra oración, ésta será mejor. Sin amor, la oración se puede reducir a una repetición vacía de palabras de memoria o a la realización de una serie de ritos vacíos. Hay quienes van a la iglesia por cumplir un compromiso y no son capaces de decir en todo el tiempo que permanecen en el templo: Señor, te amo. Están de cuerpo presente como espectadores a una ceremonia, sin participar ni hablar con el Señor. Son como mudos o ciegos, que no oyen la voz de Dios ni lo ven presente entre ellos, porque les falta fe. Y la fe es amor y confianza en Dios; y es un regalo que podemos recibir en la medida que lo deseemos y lo pidamos.

Sin amor, nada vale nada. Dice san Pablo: Ya podría hablar lenguas de hombres y de ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que hace ruido... Ya podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve (1 Co 13, 1-3).

La oración verdadera debe estar llena de amor a Dios. Debe ser una comunicación amorosa con Dios. Para ello, no necesariamente hace falta hablar. Se puede amar con palabras o sin palabras. De ahí que una de las más sublimes maneras de orar es la oración contemplativa, en que el alma se queda como extasiada, contemplando a Dios y sintiendo su amor. Es como una oleada de amor que envuelve el alma y la deja sin palabras, respondiendo con un amor silencioso. Es un silencio amoroso o un amor silencioso. Es como un fundirse dos en uno por el amor, donde sobran las palabras o, a lo máximo, sólo puede repetirse constantemente: Te amo, te amo, te amo...

Es la oración de aquel campesino de que habla el santo cura de Ars. Iba a rezar todos los días a la iglesia y un día el santo le preguntó:

- Tú ¿qué haces? ¿Cómo oras?

- Yo lo miro y él me mira.

Era una oración de simple mirada de amor. O como aquella religiosa que, cuando se sentía cansada o enferma y no podía orar, simplemente tomaba entre sus dedos el anillo de compromiso de sus votos. Era como decirle constantemente a Jesús con ese gesto, que era su esposa y que lo amaba, a pesar de no sentir nada ni ser capaz de nada. En una oportunidad, vi a una mujer muy pobre de mi parroquia de Arequipa que encendía una vela delante de una imagen de Jesús. Y se quedó mirando la vela hasta que se apagó. Casi una hora mirando una vela, que para ella era como una oración dirigida con amor a Jesús, que estaba en la imagen. No sabía rezar con bonitas oraciones, pero sí sabía amar y, por eso, su oración fue del agrado de Dios.

En otra oportunidad, una mamá fue llorando con su hijo enfermo delante de una imagen de la Virgen y lo colocó en su altar. No rezaba, sólo lloraba. No sé si le diría algo, pero el gesto de entregárselo era más que suficiente para decirle a la Virgen con todo su amor de madre que le curara a su hijo. Y Dios se lo curó milagrosamente por medio de María. Nunca me olvidaré tampoco de aquel campesino pobre que me pidió que le pusiera el manto de la Virgen. Y yo le coloqué sobre su cabeza uno de los mantos que ya no se usaban. ¡Qué felicidad para aquel hombrecito! Estoy seguro que no dijo muchas palabras, estaba en silencio, disfrutando de sentirse protegido y amparado por el manto de la Mamá Virgen María, pidiéndole por sus necesidades sin palabras.

En mi parroquia de Arequipa había un catequista, de unos 58 años, que había sido seminarista de jovencito. Él rezaba mucho por las almas del purgatorio. Y creía que las oraciones en latín valían más que las oraciones en castellano. Por eso, rezaba todos los días algunos responsos por los difuntos, en latín, en un librito antiguo. No sabía muy bien lo que decía, pero decía las palabras, aunque mal pronunciadas, con amor por los difuntos. Y estoy seguro que Dios escuchaba su oración mucho mejor que la de muchos otros que rezan de prisa y corriendo, sin amor en su corazón.

También recuerdo con mucho cariño a aquellos campesinos de la Sierra del Perú, de la parroquia de Pimpincos, en el norte del país. El primer viernes era para ellos el día de su fiesta. Eran los llamados Hermanos del Apostolado. Venían desde distintos lugares, de hasta cuatro o cinco horas de camino, con lluvia o sol, con frío o calor; algunos, descalzos; pero todos con fervor. Y algunos me traían sus regalitos: una piña, unos huevos, unas frutas, una limosna... Esos regalos, dados con amor, era como una oración ofrecida a Dios. Y, después de confesarlos durante tres horas, yo celebraba la misa, participada por ellos con devoción. Y, al día siguiente temprano, otra vez a la misa antes de partir para sus casas. Para ellos, el sacrificio de la caminata de ida y vuelta era como una peregrinación de amor por Jesús. Valía la pena, pues regresaban a sus casas contentos y muchos de ellos cantando. Dios los había bendecido y había recibido su misa, comunión y peregrinación como una hermosa ofrenda de amor. ¡Qué fácil es orar, cuando hay amor!

Durante los días de la fiesta de la Virgen, en mi parroquia de Arequipa, había personas que dejaban cartitas escritas con sus peticiones y necesidades. Era una manera de orar, sabiendo que la Virgen oiría su oración. Recuerdo a una religiosa que un día me entregó una cartita, diciéndome que era su consagración como víctima y que la pusiera dentro del sagrario. Así lo hice, porque para ella ese pequeño gesto era como si Jesús leyera su entrega y la aceptara.

¡Cuántas maneras de orar con pequeños gestos de amor! Como aquel niño, que era mi amiguito, y yo lo llevé a la iglesia a rezar y le regalé una flor de las que estaban delante del sagrario. Para él fue un regalo del propio Jesús. La llevó a su casa y la puso ante una imagen de Jesús para que la flor le dijera a Jesús cuánto lo amaba.

Con frecuencia, las personas sencillas, que dicen que no saben orar, porque no saben bonitas oraciones, pueden darnos ejemplo al orar con pequeños gestos, llenos de amor, como una flor, una vela, una carta, una limosna... Para ellos, llevar una imagen en la cartera o llevar una medalla o el escapulario al cuello, puede ser una permanente oración, porque llevan esos objetos con amor. En cambio, muchos grandes teólogos o personas muy cultas, que son muy sabidos, desprecian estas manifestaciones sencillas como si fueran supersticiones. Me acuerdo muy bien de un hombre sencillo de Lima, que iba todos los años a las procesiones del Señor de los Milagros, donde se reúnen miles y miles de personas en el mes de octubre. Para él, ir a la procesión era simplemente acompañar al Señor y se sentía feliz. Era su mejor manera de orar. El olor del incienso, el ambiente de religiosidad, los cantos religiosos..., le hacían sentirse feliz. El acompañar a la imagen sagrada era para él una bella manera de orar y de amar a Jesús sin palabras.

Por supuesto que a esta gente sencilla hay que enseñarles que no se queden sólo en imágenes y gestos externos. Hay que hablarles mucho de la Eucaristía para que no se olviden que el verdadero Jesús, vivo y resucitado, está en la Eucaristía, esperándolos. ¡Es tan fácil hablar con Él! ¡Es tan fácil orar! ¡Es tan fácil amarlo! ¡Es tan fácil tratarlo como a un amigo cercano! Una monjita me escribía y me decía: Yo siento en cada momento que me mira. ¿No siente usted su mirada? Sentir su mirada y sonreírle, decirle que lo queremos, darle gracias por todo, contarle con sencillez nuestras cosas, puede ser una manera muy fácil de orar y manifestarle nuestro amor. Lo importante es amarlo mucho. Decía san Josemaría Escribá de Balaguer: ¿No sabes orar? Ponte en la presencia de Dios y, en cuanto comiences a decir: Señor, ¡no sé hacer oración!..., está seguro de que has empezado a hacerla. Lo importante no es tanto lo que dices o lo que haces sino el amor con que lo dices o haces[4].



[1] Madre Teresa, Los cinco minutos de la Madre Teresa, Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2000, p. 47.

[2] Moradas cuartas 1, 7.

[3] Fundaciones 5, 2.

[4] Consideraciones espirituales, imprenta moderna, Cuenca, 1934, p. 14.