lunes, 26 de octubre de 2009

Lectio Divina

¿De qué principios parte?

La Lectio divina da por supuestos algunos principios presentes en toda lectura cristiana de la Biblia:
- A través de la Biblia nos habla Dios. Se nos revela con la Palabra escrita y encarnada. Nos habla al oído y al corazón, y desde ahí la escuchamos para conocer la voluntad y el corazón de Dios.
- Dios nos habla a través de toda la Biblia. Cada pasaje debe pues leerse en el conjunto de la Biblia. No debemos aislarlos y quedarnos con fragmentos como verdades absolutas. Las diversas partes de la Escritura son como los ladrillos que forman una casa: juntos construyen el proyecto de Dios para nosotros.
- Las palabras de la Biblia hablan de nosotros; reflejan lo que estamos viviendo. No son solo palabras del pasado y para el pasado, sino que nos ayudan a interpretar lo que hoy nos sucede y a entenderlo. Es como el mapa que nos ayuda a reconocer el lugar por donde caminamos.
- Leemos la Biblia a partir de nuestra fe en Jesucristo, vivo en medio de nosotros. Él es la "llave" principal de la Biblia. Sin esta fe nuestros ojos estarían cerrados para comprenderla, como los del desorientado etíope (Hch 8,30-31).
- Nos acercamos a la Biblia en comunidad, pero teniendo muy clara la importancia de que la lectura individual debe preparar y continuar la lectura comunitaria. Gracias al estudio y a la meditación personal, la lectura comunitaria es más rica.

¿Cuál es el itinerario que sigue?

Guigo, un monje cartujo que vivió en el s. XII, se imaginaba el itinerario de la Lectio divina como una escalera de cuatro peldaños. El primer peldaño es la lectura, el segundo la meditación, el tercero la oración y el cuarto la contemplación. Se trata de un proceso dinámico de lectura en el que una etapa nace de la anterior. Es como el paso de la noche al día: es gradual, no sabemos en qué momento deja de ser la noche para comenzar el día.
Estos cuatro peldaños son cuatro formas de acercarse a la Palabra de Dios, que actúan juntas en todo el proceso de la Lectio divina, aunque con diferente intensidad, dependiendo de donde se encuentre la persona, o la comunidad que esté orando. Vamos a precisar con más detalle en qué consiste cada uno de estos peldaños:

Lectura: Conocer, respetar, situar.

Es el punto de partida y debe hacerse con atención y respeto. Consiste en leer y releer el texto, identificando los personajes y la acción, preguntándose por el contexto y los destinatarios, para averiguar qué es lo que el autor quiso decir a sus primeros destinatarios. Este estudio tiene tres niveles:
- Literario: aproximarse al texto y analizar su estructura a través de preguntas muy simples ¿Qué recursos literarios utiliza el autor? ¿Se trata de un relato, un poema, un código legal? ¿Cuál es el contexto en el que se sitúa el texto?
-Histórico: Se trata de analizar la situación histórica que hay en el origen del texto para percibir mejor la encarnación de la Palabra de Dios en la conflictividad de la historia humana. Pueden ayudarnos preguntas como ¿En qué época se sitúa la acción? ¿Cuál era la situación de los destinatarios?
-Teológico: Se pretende descubrir lo que Dios quena decirle al pueblo en aquella situación histórica ¿Qué experiencia de fe transmite? ¿Qué nos dice acerca de Dios de la historia del mundo, de las personas?
Es muy importante acercarse al texto sin proyectar en él nuestra subjetividad. La pregunta clave que debemos hacernos en esta primera etapa del itinerario es ¿qué decía el texto en su contexto?
¿En qué momento se debe pasar de la lectura a la meditación? Es difícil precisarlo, igual que es difícil decir en que momento termina la primavera y comienza el verano pero si el objetivo de la lectura es leer y estudiar el texto estaremos pasando a la meditación cuando el texto nos esté reflejando algo de nuestra propia experiencia de vida. En ese momento hacemos silencio y abrimos el oído y el corazón "Voy a escuchar lo que dice el Señor" (Sal 85,9). De este modo se pasa al segundo peldaño de la Lectio divina, la meditación.

Meditación: rumiar, dialogar, actualizar

Decía San Jerónimo que por la lectura llegamos a la cáscara de la letra, intentando atravesarla solo con la meditación podemos llegar al fruto del Espíritu. La meditación nos ayuda a descubrir el sentido que el Espíritu quiere comunicar hoy a su Iglesia a través de los diversos pasajes de la Biblia. La pregunta que aquí nos hacemos es ¿cuál es el mensaje que este pasaje tiene para mi, para nosotros?
Es el momento de repetir la Palabra hasta descubrir el mensaje que encierra para nosotros hoy. Esta continua repetición interior es comparada a la acción de rumiar, y por eso los monjes la llamaban también rumiatio. A través de ella, la Palabra pasa de la boca al corazón hasta impregnar sus capas más profundas. Supone un esfuerzo de reflexión que pone en acción nuestra inteligencia.
La Meditación trata de establecer un diálogo entre lo que Dios nos dice en su Palabra y lo que sucede en nuestra vida. Se medita reflexionando, preguntando por ejemplo: ¿Qué diferencias y qué semejanzas encontramos entre la situación del pasaje que estamos leyendo y la nuestra? ¿Qué cambio de comportamiento me sugiere? ¿Qué quiere hacer crecer en mí, en nosotros?... De este modo el mensaje del texto cobra actualidad y se convierte en un mensaje para mí, para nosotros.
La meditación es una actividad personal, pero también es comunitaria. La búsqueda en común hace surgir el sentido eclesial de la Biblia, sentido por otra parte que ya posee, y fortalece en todos el sentimiento de una fe comunitaria.
Hemos dicho que la meditación actualiza el sentido del texto hasta dejar claro lo que Dios nos pide. Pero, ¿en qué momento pasar de la meditación a la oración? Cuando está claro lo que Dios nos pide, también aparece con nitidez nuestra incapacidad y falta de recursos. Es el momento de la súplica: "Señor, levántate, socórrenos" (Sal 44,27). En otras palabras, la meditación es semilla de oración. Practicándola se llega a la oración.

Oración: suplicar, alabar, recitar.

La oración, provocada por la meditación, comienza con una actitud de admiración silenciosa y de adoración al Señor, "porque nosotros no sabemos rezar como conviene" (Rom 8,26). Con ella se inicia la segunda parte del diálogo. La pregunta aquí es: ¿qué me inspira decirle a Dios el pasaje que he meditado?
Hasta ahora hemos intentado escuchar a Dios que nos habla en su Palabra, pero esta escucha nos mueve a dirigirnos a Aquel cuya palabra hemos escuchado. En la oración entran en juego el corazón y los sentimientos. Es una respuesta profundamente nuestra, que se expresa en la súplica, la alabanza, la acción de gracias, la queja....
La oración provocada por la meditación también puede consistir en recitar oraciones que ya existen: algún salmo, alguna frase de la Biblia que resuma mi reflexión...
¿En qué momento debemos pasar de la oración a la contemplación? Como ocurría en los pasos anteriores, no hay respuesta fija. La contemplación es lo que queda en los ojos y en el corazón una vez terminada la oración. Es el punto de llegada de la Lectio divina, y a la vez, el punto de partida para un nuevo comienzo.

Contemplación: ver, saborear, actuar.

Es la culminación de todo el camino. La contemplación que resulta de la Lectio divina es la actitud de quien se sumerge en el interior de los acontecimientos para descubrir y saborear en ellos la presencia activa y creadora de la Palabra de Dios, y además intenta comprometerse con el proceso transformador de la historia que esta Palabra provoca. No supone en modo alguno una evasión de la realidad, sino una penetración en lo más profundo de la historia y del designio salvador de Dios, que lleva al compromiso y a la acción para hacer presente en el mundo dicho designio salvador.

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