lunes, 28 de septiembre de 2009

Parabola del amigo inoportuno



El secreto del éxito en la oración es: Perseverar!

domingo, 27 de septiembre de 2009

Para reflexionar...

Oración para implorar favores por intercesión del Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II

Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.
Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.
Amén.

Cómo superar etapas de aridez espiritual

Tibieza, frialdad, falta de fervor; aburrimiento, rutina, no encontrar ‘sabor’ en la oración; desgana; sentirse perdiendo el tiempo al orar; sentirse un tronco seco; “no hay nada”/”nada pasa”; mucho sueño al orar; sentirse “hablando a las paredes”…
En general, se puede ir considerando progresivamente las siguientes causas de aridez. Sólo en caso de descartar las primeras se debe pensar en las otras.

a) cansancio físico/psicológico: (incapacidad de experimentar la oración de forma más sentida debido a: el momento inoportuno al que ha relegado la oración, el tenor de vida agotador del orante, su condición permanente de salud, etc.)

Puede ser que el sueño o cansancio mental (imposibilidad de concentrarse u orar; aburrimiento) provenga de la misma hora escogida para orar: temprano (para uno que suele estar letárgico por la mañana); después de almuerzo (cuando el cuerpo reclama la siesta), o en la noche (para uno que se encuentra rendido al fin de la jornada). O bien, por un ritmo agotador de trabajo/actividad (a veces debido a la falta de disciplina personal), o por falta crónica de sueño. Cuando el estado de salud se ve afectado seriamente por la mala alimentación, la enfermedad o la vejez, esto también lógicamente perjudica la oración.
En todos estos casos es recomendable acometer el origen de este cansancio, si es posible. Puede ser que la mala alimentación, un problema de salud no reconocido o el abuso de los propios límites físicos (p.ej. sobrecargo de trabajo) es causante del problema en la oración (y otros problemas en el estudio, rendimiento en el trabajo, tensiones en comunidad, etc.) y debe ser solucionado en su raíz primero. En caso que no sea posible solucionar esto, (trabajo obligatorio que uno no puede renunciar, enfermedad crónica, achaques de la vejez), habrá que adaptar la oración a este nuevo cuadro de vida. Ayudan a esto: la oración corporal en varias posturas (despereza y despierta), y abandonar métodos complicados de oración o meditación en favor de una oración más sencilla (simplemente estar con Dios, conversar con él, mirar una imagen favorita… y ¡hasta dormir en su presencia!).

b) oración demasiado ‘encasillada’: (falta de “vida” en la oración –aridez emocional— por haber excluído de su oración varios factores vitales o áreas enteras de su vida como “no relevantes” o no dignas de entrar en ella.)
Cuando se experimenta una falta de “vida” en la oración personal (la oración parece algo fingido, irreal o sólo “por cumplir”), a lo mejor se debe justamente a no dejar entrar en tu oración la realidad de tu vida. Comparte tus sentimientos, tus cosas más personales con el Señor, sean lo que sean (incluso los sentimientos “negros” o “rojos”), y luego trata de escucharle hablándote a ti. Es recomendable en esta situación la oración espontánea, la oración “desde la vida”, y oración compartida con un(a) amigo(a) de confianza. O bien, ser creativ@ en su oración, evitando caer innecesariamente en la rutina. También preparar bien su oración anticipadamente (lo cual no es opuesto a lo que acabamos de decir; al contrario, ayuda a que sea más vital y creativa, menos rutinaria y dejado a lo mismo siempre).


c) etapa en la vida espiritual: (períodos de sequedad más o menos largos sin causa discernible en la vida del orante; esto normalmente ocurre después de 2-3 años de una vida de oración comprometida y disciplinada)

Períodos de aridez en la oración, aún prolongados, no son siempre sintomáticos de alguna carencia en la vida cristiana del orante. Pueden ser, al contrario, signo de una nueva madurez (o invitación a ella). Es un fenómeno normal en la vida de cualquier creyente: después de un primer período de oración muy sentida (“luna de miel”), Dios le lleva a pasar por un “desierto” de oración (período de sequedad): Oseas 2. Es el “destete” de los sentimientos, en el cual hace falta caminar por la fe (2 Cor 5,7.16) y perseverar a pesar de todo, sabiendo en quien hemos puesto nuestra confianza (2 Tim 1,12). Si en medio de nuestra sequedad mantenemos firme esta voluntad, y queremos orar aunque nos parezca estéril la oración que hacemos, agradamos a Dios. El gusto en la oración no es buen criterio del valor de la oración, ni de la presencia de Dios en ella. “Cuanto más nos priva Dios de sus consuelos, tanto más debemos esforzarnos en testimoniarle nuestra fidelidad” dice S. Francisco de Sales (Conversaciones espirituales, 17,3). Cf. CEC. , n. 2731.
Es bueno aferrarse en estos momentos a los recursos más fundamentales de la fe: la Eucaristía (adoración del Santísimo es una excelente oración/escuela de fe) y las Escrituras (salmos, evangelios). La oración vocal, el uso de imágenes, y la lectio divina (lectura meditativa) pueden mitigar hasta cierto punto el tedio de la aridez.
Hay que saber que es la doctrina común de los maestros de la vida espiritual que la oración fiel hecha en estos tiempos de sequedad es más meritoria y aprovecha más que la oración llena de consolaciones y arrobos en otro tiempo.

d) resistencia espiritual: (descartadas las otras explicaciones de aridez, si hay síntomas físicas inexplicables por causas físicas / psíquicas que sólo intervienen para impedir la oración; sueño dominante o fuertes dolores de cabeza que sólo vienen en momentos de lectura bíblica, sacramentos y oración personal, puede tratarse de una causa netamente espiritual)

Puede darse el caso de una interferencia espiritual (opresión / obsesión de espíritus malos) que exigiría una oración de liberación, previo arrepentimiento de cualquier involucramiento con cosas de espiritismo, brujería, o pecado grave. Pero antes de concluir que puede tratarse de eso, habría que averiguar bien que dicho obstáculo a la oración es espiritual, es decir, que no ocurre en ningún otro plano de la vida (porque en ese caso puede ser una cuestión neurológica, un problema de los ojos, agotamiento físico, etc.) y que parece responder a una voluntad perversa de apartarnos precisamente de todo lo que nos acerca a Dios. En el caso de un obstáculo de esta naturaleza convendría el acompañamiento de un director espiritual prudente y experimentado en cuestiones de liberación de espíritus.

¿Has pasado por algún momento de aridez espiritual? ¿Que hiciste ante esa situación?

El estancamiento en la oración personal

No hay progreso/avance ni en la oración ni en la vida de gracia, a pesar de cierta fidelidad a las formas/exigencias exteriores de la oración y de su estado. Falta de vitalidad espiritual; sentir que uno ha quedado en una “meseta” en su relación con Dios; no tener expriencias recientes de la gracia de Dios (su testimonio de Dios se limita a cosas de años atrás).

Si es verdadero estancamiento, se debe a la persona orante, pero puede ser más o menos consciente/culpable. En todo caso el darse cuenta de él y tomar pasos para remediarlo puede ser ocasión privilegiada de un nuevo viraje en su camino, o hasta de una nueva vocación.

a) pecado no arrepentido: Puede ser un pecado grave –-algún pecado particular nunca confesado/arrepentido-- o un hábito de pecado con el cual uno no ha tenido la valentía de romper. Igualmente la culpa (incluso la culpa imaginada, no objetiva) puede bloquear la relación con Dios que es la oración.

Semejante presencia de mal en la vida de un creyente puede restarle vitalidad espiritual, bloquear la acción de Dios en cierta área de su vida, o bien secar totalmente la fuente de gracia en él, dejándole sólo una fachada de vida cristiana (como las flores cortadas que sólo duran días en el mejor de los casos, antes de marchitarse y apestar). Y todo esto a pesar de cierta “fidelidad” en la oración (por lo menos en lo exterior de la oración: difícilmente uno puede abrirse sinceramente al Señor y a la vez mantener una área pecaminosa en su vida). De lo que hace falta es de un verdadero arrepentimiento: desear eficazmente hacer la voluntad de Dios (condición imprescindible de auténtica oración) y rechazar todo lo que es incoherente con la fe cristiana o con su estado de vida. Romper con el pecado y las respectivas “ocasiones de pecado”; soltar el rencor y perdonar (si se trata de una falta de perdón, como es muchas veces el caso), y confesarse: Sal 32 y 51. Meditar el pasaje del Hijo Pródigo (Lc 15,11ss), y darse cuenta que todo depende de que uno mismo se levante y tome el camino de regreso al Padre de misericordia…
El enfrentar este pecado (o por lo menos el estar en proceso de lucha contra el) puede ser tiempo de mucha gracia en la oración.
Cuando el problema es un “complejo de culpa” (sentido exagerado y aplastante de culpa) conviene que la persona se confiese y pida sanación interior hasta verse liberada de esta carga, y descubra que Dios más bien le acoge con todo su amor. Recién podrá reiniciar su camino de oración.

b) no dar el paso: estar consciente de “algo” que se debe decidir o hacer, pero que todavía no lo ha hecho…

Por resistir una llamada de Dios (aunque no sea estrictamente cuestión de pecado: Dios nos deja libres a responderle), por no querer dar un paso de fe, a veces somos responsables del estancamiento de nuestra vida espiritual. Rechazamos la misma cosa que sería la clavel el catalizador de nuestra próxima etapa de crecimiento (vgr. una decisión vocacional, un nuevo compromiso, un cambio de apostolado o de comunidad, el reto misionero). Dios nos sigue esperando, nos sigue invitando a dar el paso, a tomar el riesgo. Remedio: ¡lánzarse!
A veces se sospecha que hay algo que uno no está haciendo, pero no se sabe bien qué cosa es; en este caso hay que hacer un examen de conciencia/discernimiento para ver en qué área se está rechazando la gracia de Dios. Sant 1,5.

c) apego al pasado/añoranza de vivencias anteriores: el apego a formas de oración o experiencias bonitas del pasado nos pueden acondicionar en nuestra vida de oración y bloquear nuestra respuesta a lo que el Señor quiere de nosotros hoy.

En estos casos conviene hacer un ejercicio explícito de “soltar” las experiencias bellas del pasado, y abrirse a lo que Dios quiere hoy. Abrirse a nuevas formas de orar, de relacionarse con Dios, y tratar de dejar las expectativas basadas en las experiencias pasadas de oración (mucha paz y alegría, una “palabra” del Señor, “ver” a Jesús o María…) y aceptar con humildad y disponibilidad lo que Dios dispone ahora. Ser creativ@, y dejar que Dios haga algo nuevo en ti, o te guíe por nuevos caminos.

Tomás Kraft O.P.

Una dificultad al orar: la falta de fe

No descubrir a Dios en la oración ni en la vida cotidiana; no creer en (o tener poca fe en) la utilidad/eficacia de la oración - - con el resultante decaimiento del esfuerzo de orar/falta de interés en orar; no creer ya en Dios (o por lo menos, no querer orar aunque se sabe que existe).
También aquí hay diferentes causas: la primera debida a la negligencia del orante, la segunda es normalmente una carencia inadvertida, y la tercera sin responsabilidad alguna de parte de la persona que la sufre.

a) tibieza: (negligencia/pereza en poner los medios necesarios para fomentar la vida espiritual; falta de disciplina en la vida cristiana; “acedia” en la tradición monástica)

Poca fe debida a su poca oración. Cuanto menos uno ora, menos creerá en Dios (“ojos que no ven…”); cuanto más uno ora, más creerá en Dios. (I. Larrañaga eleva esta idea a nivel de un principio de la vida espiritual en su libro Muéstrame tu Rostro.) Es difícil mantener una amistad con quien se ha dejado de ver…

Remedios para la poca fe: ¡orar más! Aumenta la fe orando. Hay una división radical en la vida de fe entre una mediocridad progresiva y el heroísmo de la santidad. “No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor” (S. Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Smo. Sacramento, 4). Una hora de oración diaria para religios@s…
Remedios para la tibieza: además de la disciplina ya mencionada, meditación sobre las grandes realidades de nuestra fe (Sto. Tomás de Aquino, Suma Teologica, IIaIIae 82), vidas de los santos, y el contacto con personas apasionadas de Dios (contagio).


b) oración empobrecida: (‘desnutrición’ en la vida de fe; oración raquítica…)

Debido a una oración demasiado subjetiva/espontánea, o por falta de una ‘dieta balanceada’, nuestra fe puede irse debilitando - - si bien imperceptiblemente y sin intención expresa de nuestra parte. Puede llegar al extremo de no poder sostener una actitud de fe frente a los retos o escándalos que la vida nos presenta - - y nuestra vida cristiana viene abajo. Hay que nutrir la fe, la vida espiritual, con la lectura bíblica y espiritual y el estudio, con el Rosario, con los sacramentos (especialmente la Eucaristía). También es bueno utilizar la liturgia como fuente de la oración personal, ya que es “el principal instrumento del magisterio ordinario de la Iglesia” (Pio XI).


c) diversos traumas: (el choque producido por los grandes sufrimientos de la vida, o bien cosas relacionadas con los consagrados, pueden afectar negativamente la oración, restándole vida y convicción, dejando sólo la cáscara de prácticas religiosas)

Causado por diferentes traumas: la muerte de un ser querido (especialmente después de un largo sufrimiento, sobremanera si uno ha “pedido con mucha fe que lo sane”); abuso sexual, físico o emocional; sufrimientos o enfermedades inexplicables o no merecidos (aparente “mala suerte”, maldición o injusticia); escándalo dado por sacerdotes o religiosos/as, y en particular la liturgia o sacramentos celebrados de forma indignante.
Tratamiento: primero, a nivel fisiológico, distensionarse mediante ejercicios de relajación, respiración, bañarse; sano esparcimiento, etc. Luego, colocarse bajo la mirada amorosa de Dios y empapar el calor de su amor (cual “baño del sol”). Oración de perdón (perdonar a los que le han hecho sufrir, incluyendo a Dios); oración de sanación interior. También sana estos traumas el contacto con personas llenas de bondad. Otros recursos recomendados: Sal 103; las historias de José (Gén 37-50), Rut y Tobit (en sus libros respectivos); caséts del P. Larrañaga sobre la reconciliación; varios libros de autores de la renovación carismática sobre la “sanación de recuerdos”.
Estas personas tienen dificultad en creer en la bondad de Dios después de haber sufrido/visto a otro sufrir tanto. Por eso también ayuda una oración compartida de cerca con alguien de fe segura y con una apreciación sentida de la tremenda bondad de Dios (p.ej. una oración vocal de tal persona para la persona traumatizada): en tales casos la “oración de fe” puede lograr -–por gracia de Dios-- que reviva la confianza y fe en el amor de Dios, de parte de la persona traumatizada. Algo así como Elías cuya oración hizo que el soplo del niño regresara (1 Rey 17,21s; cf. Sant 5,16), o como el calor de una vela a veces prende una mecha recién apagada por “contagio”.