La oración es un combate.
¿Contra quién?
Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios.
Se ora como se vive, porque se vive como se ora.
La dificultad habitual de la oración es la distracción.
En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas.
La distracción puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal como en la meditación y en la oración contemplativa.
Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad.
Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales.
Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión.
La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe.
Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho.
Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes.
Una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.
Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía.
Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón.
"El espíritu está pronto pero la carne es débil" .
El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.
La confianza filial se prueba en la tribulación, particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás.
Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada.
Una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado.
¿Estamos convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene"?
¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"?
Nuestro Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos, pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad.
Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en verdad su deseo.
No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones"
No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es Él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con Él en oración (Evagrio).
Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración.
Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín).
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Hace 6 meses
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