3. Características de la oración cristiana
A la luz de la Revelación se llega a la conclusión de que la oración cristiana consiste en un diálogo con Dios Uno y Trino. Por consiguiente, en su estructura se pueden distinguir estas dos características: A) Es un diálogo con Dios; B) Tiene una estructura trinitaria: es pneumatológica, cristológica y filial.
A. La oración como diálogo con Dios
La oración cristiana parte de la iniciativa divina, de la llamada que Dios nos dirige para establecer un diálogo con Él:
«Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la iniciativa del hombre es siempre una respuesta» .
En este sentido, la oración cristiana, «se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios (…). En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá tener siempre presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de Dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana» .
Juan Pablo II explica así el carácter dialogal de la oración cristiana: «¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un “yo” y un “tú”. En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el “yo” parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios (...). En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que “viene en ayuda de nuestra debilidad”. Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros» .
B. Dimensión trinitaria de la oración
La oración sigue, como la Revelación, el misterio de la economía trinitaria: es escucha de la Revelación de Dios, que se ha manifestado en Cristo y nos ha enviado al Espíritu Santo, y es también respuesta personal del hombre que, movido por el Espíritu Santo invoca en Cristo al Padre:
«Si la oración del cristiano debe inserirse en el movimiento trinitario de Dios, también su contenido esencial deberá estar determinado por la doble dirección de ese movimiento: en el Espíritu Santo, el Hijo viene al mundo para reconciliarlo con el Padre, a través de sus obras y de sus sufrimientos; por otro lado, en el mismo movimiento y en el mismo Espíritu, el Hijo encarnado vuelve al Padre, cumpliendo su voluntad mediante la Pasión y la Resurrección» .
La oración fundamental del cristiano, el Padre Nuestro, tiene un carácter esencialmente trinitario. En ella, el Espíritu Santo nos impulsa a invocar a Dios como Padre y de este modo, nos introduce en el misterio trinitario:
«Al decir Padre “nuestro”, es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su “fuente y origen”, sino que confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por Él y que de Él procede el Espíritu Santo (…). La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo» .
a) Carácter pneumatológico de la oración. La oración cristiana es un don divino que «puede ser concedido sólo “en Cristo a través del Espíritu Santo” y no por nuestras propias fuerzas, prescindiendo de su Revelación» .
El Espíritu Santo «es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos» .
El Espíritu Santo nos atrae hacia el camino de la oración: «“Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante» .
b) Carácter cristocéntrico de la oración. El Redentor nos ha enseñado el secreto de la oración eficaz: «En verdad, en verdad os digo: si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá» (Jn 16, 23). Por ello, Jesucristo es la única vía de la oración: «No hay otro camino de la oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos “en el Nombre” de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre» .
La originalidad de la oración cristiana en comparación con la de las otras religiones consiste precisamente en su carácter cristocéntrico:
«Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21)» .
Por este motivo, los efectos más devastadores para la oración cristiana provienen de considerar la Santísima Humanidad de Cristo como una realidad superada, de la que se puede prescindir tranquilamente. Esto constituye el síntoma principal para diagnosticar cualquier forma errónea de oración:
«Estas formas erróneas, donde quiera que surjan, pueden ser diagnosticadas de modo muy sencillo. La meditación cristiana busca captar, en las obras salvíficas de Dios, en Cristo –Verbo Encarnado–, y en el don de su Espíritu, la profundidad divina, que allí se revela siempre a través de la dimensión humano–terrena. Por el contrario, en aquellos métodos de meditación, incluso cuando se parte de palabras y hechos de Jesús, se busca prescindir lo más posible de lo que es terreno, sensible y conceptualmente limitado, para subir o sumergirse en la esfera de lo divino, que, en cuanto tal, no es ni terrestre, ni sensible, ni conceptualizable» .
La oración cristiana no es cuestión de técnicas, sino de amar a Dios, y el amor de Dios «es una realidad de la cual uno no se puede “apropiar” con ningún método o técnica; es más, debemos tener la mirada siempre fija en Jesucristo, en quien el amor divino ha llegado por nosotros a tal punto sobre la Cruz, que también Él ha asumido para sí la condición de alejamiento del Padre (cfr Mc 15, 34). Debemos, pues, dejar decidir a Dios la manera con que quiere hacernos partícipes de su amor» .
c) Carácter filial de la oración. Al enseñarnos el Padre Nuestro, Jesucristo nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre, y precisamente aquí se encuentra la novedad de la oración cristiana:
«El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las “maravillas” del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19: 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: “Yo debo estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos» .
El cristiano puede dirigirse al Padre con audacia filial, la cual «se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: “parrhesia”, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado» . Por ello, «en la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”» .
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Hace 6 meses
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