A la luz de cuanto hemos visto, resulta claro que la oración no es algo optativo para la vida espiritual, sino una necesidad vital, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:
«Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cfr. Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él? Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Sermones de Ana, 4, 5: PG 54, 666). Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (S. Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera)» .
Por este motivo, el Catecismo de la Iglesia Católica usa la expresión «llamada universal a la oración», en el subtítulo del capítulo primero de la cuarta parte del Catecismo (la dedicada a la oración): La Revelación de la oración. La llamada universal a la oración. Aunque esta expresión no es todavía frecuente, está muy ligada a otra más conocida: «Vocación universal a la santidad en la Iglesia», título del capítulo quinto de la Constitución dogmática Lumen gentium, del Concilio Vaticano II. Da la impresión, pues, de que el Catecismo de la Iglesia Católica, al recordar las enseñanzas del último Concilio ecuménico haya querido así poner de relieve la necesidad de la oración para alcanzar la santidad cristiana.
Precisamente por esto, los santos han insistido siempre en la necesidad de la oración para vivir la vida sobrenatural. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús ha escrito: «Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar» . Y por su parte, San Francisco de Sales predicaba en un sermón: «Sólo las bestias no oran, por lo que los que no oran, se les asemejan» .
Para expresar mejor la necesidad de la oración, podemos recordar ahora que el ser humano es un «animal político» (Aristóteles), un ser creado para vivir en sociedad, y el signo que manifiesta esta característica suya natural es la palabra, que constituye su instrumento principal para comunicarse con otros seres humanos. Ahora bien, la Revelación divina nos enseña que –por medio de la gracia– el hombre puede vivir en comunión con Dios, y que la oración es el lenguaje propio de esta comunión, en cuanto que es escucha de la Palabra de Dios y palabra humana dirigida a Dios, de tal modo que hace posible una relación de amistad con Dios . Santa Teresa de Jesús expresaba su convencimiento de que todos los fieles son llamados a la oración, mediante la imagen del agua viva prometida por el Señor: «Mirad que convida el Señor a todos; pues es la mesma verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: “Yo os daré de bever” (Jn 22, 2). Pudiera decir: “Venid todos, que, en fin, no perderéis nada, y los que a mí me pareciere, yo los daré de bever”. Mas como dijo, sin esta condición, “a todos”, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva. Dénos el Señor que la promete gracia para buscarla como se ha de buscar, por quien su Majestad es» .
En su Carta apostólica, Novo millennio ineunte (6-I-2001), Juan Pablo II pone de relieve la estrecha relación que existe entre la santidad y la oración, al señalar como objetivos prioritarios del programa pastoral aconsejado a toda la Iglesia para el tercer milenio, en primer lugar, la santidad (nn. 30-31) y en segundo lugar, la oración (nn. 32-34), sobre la cual se afirma: «Para esta pedagogía de la santidad se necesita un cristianismo que se distinga, ante todo, en el arte de la oración» (n. 32).
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Hace 6 meses
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