lunes, 21 de septiembre de 2009

Los demonios en la oración: primera parte

Siendo la oración uno de los alimentos esenciales de la vida cristiana y apostólica, y de una vida auténticamente humana, su debilitamiento y extinción compromete todos los aspectos de la vida.
Para el demonio, separar al hombre de la oración es encaminarlo a la separación de Dios; separar a un apóstol es hacerlo estéril; separar a un santo de la oración es destruir a un multiplicador de la gracia de Dios.
Por eso, las tentaciones de la oración, son las más persistentes. Disfrazadas de aparente buenas razones, actúa en unos y otros diferentemente. Los demonios en la oración son extremadamente variados.

1) No motivarse suficientemente: Este demonio pretende mantener al orante, con respecto a los motivos que tiene para orar, sólo en la superficie. Los motivos insuficientes de la oración son los de naturaleza psicológica. Hay demasiados orantes que cayeron en esa tentación: orantes llevados a necesidades psicológicas, no por la fe. Si no se siente fervor o devoción, si no se “necesita” a Dios para algo, si el valor de la oración no es “sentido” no hay interés y motivo para rezar. En eso está la tentación. Este demonio se supera sólo si la oración se motiva en la Palabra de Dios y en realidades de fe, y no en necesidades psicológicas. Oramos por convicciones, y no por lo que “sentimos”. No oramos en primer lugar para tranquilizarnos, conseguir algo, o encontrar consuelo, sino para revestirnos de Cristo y participar de su vida. Con todo, la motivación suprema, la que la hace sólida y persistente ante cualquier tentación del demonio, es la convicción del amor que Dios nos tiene, que en la oración se ofrece como don de amistad liberadora.
2) Despersonalizar la oración: Este demonio consiste en hacer de la oración una experiencia, religiosa ciertamente, pero impersonal. La tentación es muy concreta: el orante descuida ponerse a rezar, tomar conciencia explícita de la presencia de la persona de Dios en su alma. Por eso no se adentra en la oración, no hace contacto profundo con Dios. Una variante de esta tentación es hacer de la oración una experiencia religiosa centrada en uno mismo. Dios como persona queda prácticamente ignorado. No dialogamos con El sino con nosotros mismos. Esta tentación empobrece la oración; lo que en ella nos enriquece no es nuestra pobre realidad personal, sino salir de uno para concentrarse en Dios, que nos quiere llenar de su plenitud sin hacer mucha cuestión de nuestras miserias.
3) Secularizar la oración: Este demonio tiene varias maneras, que tienen un factor común: perder confianza en la eficacia e influencia de la oración en la historia concreta y en la vida ordinaria. Se piensa que el hombre ya conoce y maneja las leyes de la naturaleza, de las ciencias, así como de la historia (economía, demografía, política), hasta el punto de que todo está más o menos previsto científicamente y no hay ya cabida para ningún tipo de intervención contingente de Dios. Si se pide por algo, es sólo en situaciones de emergencia, cuando las posibilidades humanas están agotadas. En cambio, la experiencia de la oración cristiana auténtica es que Dios está en todo, actúa en todo y dirige todo, lo extraordinario y lo ordinario. La experiencia cristiana se sitúa entre la extrema secularización, y la tentación contraria: un Dios que actúa de ordinario “directamente” sobreponiéndose y manipulando las leyes del mundo y del hombre establecidas por él. La tentación es, una vez más, es presentar a Dios como un factor más en la marcha del mundo, entre otros factores, y en competición con ellos. La tentación es confusión y distorsión de Dios.
4) No entregarse profundamente: Este demonio engaña porque lleva el orante a una oración habitualmente tibia y a medias. Eso significa que el encuentro que el orante tiene con Dios en la oración no es profundo. En la oración tibia y a medias, el demonio impide la profundidad del encuentro manteniendo la entrega a Dios del orante en la superficie. Entregándose profundamente a la oración consiste en entregar el fondo de la vida a Dios.
5) No interesarse en progresar: Este demonio termina por convertir la oración en un deber rutinario y no en una vida que crece. El orante por este demonio cumple con la oración más o menos de cualquier manera, sin interesarse en que progrese en calidad. El orante crece en muchos aspectos de la vida, pero en la oración permanece principiante. El peligro de esta actitud puede ser mortal, pues, lo que se hace por deber sin suficiente amor, termina por no hacerse. La oración cristiana es de tal naturaleza, que si no se hace vida que crece, y en cambio se mantiene estancada, termina por extinguirse.
6) No alimentar la fe: Este demonio consiste en pensar que se puede disociar la oración de la vida de fe, del estado del orante. La verdad, por una parte, es que sin fe no puede surgir la oración, ya que los motivos que llevan al hombre a orar provienen de la fe. Para mantener la vida de oración como tal, y para éste progrese, es absolutamente necesario un contacto muy asiduo con la palabra de Dios. La tentación consiste, no tanto en abandonar directamente la oración, sino en menospreciar el recurso de la Palabra y hacerse discípulo de ella. El resultado final será el mismo: una fe mortecina y una oración anémica.
7) Descuidar la humanidad de Cristo: Este demonio, bajo el pretexto de una oración que debe hacerse cada vez más elevada y desapegada de las mediaciones o ayudas sensibles, sugiere al orante que debe dejar atrás la memoria y la relación con la humanidad de Jesús de Nazaret. El orante debe hacerse contemplativo, en esta experiencia la humanidad de Cristo está ya de más y puede ser un estorbo. Esta tentación conduce a muchas distorsiones de la vida cristina: un falso misticismo que desencarna la oración y la practica espiritual, separándolas de la vida; se disuelve lentamente toda referencia a la imitación de Cristo; se convierte la oración en una ilusión, imposible ya de verificar por la practica cristiana. En suma, este demonio nos lleva olvidar la encarnación, que se nos ofrece a todos, cualquiera sea su nivel espiritual y místico en la humanidad de Cristo. El es el único camino y modelo de toda experiencia de Dios autentica.
8) Poner la cantidad sobre la calidad: Este demonio suele engañar incluso a los espirituales. Es obvio constatar que la oración requiere cantidad y calidad. Cantidad: hay que dedicar tiempo, momentos exclusivos a la oración, y la cantidad de tiempo dedicado es un buen índice de vida de oración.
Calidad: se refiere a la profundidad y genuina experiencia de Dios de la oración. Tiene que ver con el amor y la confianza en Dios que se pone en ella: con al entrega de la libertad y de la vida del orante.
Ahora bien, la oración vale y progresa no tanto por el aumento de su cantidad, como por el crecimiento de su calidad. La tentación consiste en confundir el progreso verdadero de la oración con la acumulación de cantidad, descuidando lo más esencial de la calidad, con lo cual la vida cristiana tampoco progresa como es debido. Esto explica, en muchos casos, que personas que rezan y multiplican las prácticas de oración y piedad, no cambien mucho en la vida práctica y mantengan fallos graves. La meta de la oración cristiana no está tanto en los tiempos de oración, sino en el espíritu de oración, la vida de oración. Y a ésta no se accede multiplicando momentos de oración, sin más, sino por la calidad que ponemos en ellos.
9) Descuidar los tiempos fuertes: Este demonio degrada la oración por la vía de su debilitamiento y no de su supresión inmediata. La tentación proviene de una manera de valorar el espíritu de oración, que tiende a desvalorizar los momentos de oración. El resultado será que a corto plazo ya no habrá espíritu de oración. Toda vida de oración consistente implica dedicar a la oración, periódicamente, tiempos “fuertes” profundos y por lo tanto suficientemente prolongados. Carecer de tiempos de oración, lleva a las personas a una forma de anemia espiritual y también apostólicas donde ya no son capaces de progresar ni de superar las crisis y tentaciones propias de la vida.
10) Separar oración y coherencia de vida: Este demonio, al separar la práctica de la oración de la práctica de la fidelidad en la vida diaria, le quita a la oración una de las características esencialmente cristianas. Convierte la oración en un rito aislado, sin relación con la fidelidad al Evangelio que el orante tenía previamente, y sin el influjo para mejorar esta fidelidad en el futuro. Es esencial en la oración cristiana su relación con la coherencia de vida del orante, antes y después de los tiempos de oración. La autentica oración cristiana necesariamente influye en una mayor fidelidad en la vida. No es posible profundizar en la oración la entrega del ser, de la voluntad y de la libertad de Dios, sin que esta entrega se proyecte en la vida, haciéndola progresivamente más coherente con la voluntad de Dios. La tentación de separar oración y vida amenaza a ambas con la mediocridad, y a la espiritualidad con serias incoherencias.
11) Separar la oración del bien de los otros: Este demonio del orante individualista, del que confunde oración personal con oración individualista. El cristiano nunca ora para sí, para su bien y satisfacción. La oración tiene siempre una dimensión de solidaridad apostólica. Esta tentación introduce en el orante una nueva forma de dualismo: tienen a separar su oración del servicio y del apostolado, lo cual es una manera más de separarla de la vida.

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