lunes, 21 de septiembre de 2009

Los demonios en la oración: segunda parte

12) No orar porque se es indigno: Este demonio es de los más habituales. En el momento oportuno tienta a personas del más diverso nivel espiritual, pero más a menudo a los principiantes. Si uno anda mal, la oración parece ser hipocresía, y además un gesto inútil. No tiene sentido practicarla mientras se es indigno de ella, por el hecho de estar llevando una especie de doble vida. La tentación es grave y global. Implica desesperanza y falta de confianza en Dios. La tentación es mortal: lleva a dejar la oración, que es precisamente lo único que a corto o largo plazo puede sanar las indignidades y conducir a una vida más coherente. Cortar con la oración, sistemáticamente y bajo cualquier pretexto, significa ir poniendo fuera del alcance del amor y de la gracia liberadora de Jesús.
13) El desánimo: Este demonio seduce al abandono de la oración por la vía del desánimo ante dificultades con que tropieza la oración: aburrimiento, ruidos, con sueño, etc. Sin embargo, es buena oración si la realizamos con buena voluntad, y sobre todo con humildad. Pues el orante que se desanima por las dificultades y deficiencias experimentadas en la oración, es que está falto de humildad. En ese caso, las tentaciones se tornan un peligro.
14) Medir la eficacia por la experiencia: Este demonio, una vez más reduce al desánimo. Tienta de maneras muy diversas. Su factor común está en persuadir que el valor real de la oración se basa en la experiencia que el orante tiene de ella, más que en la eficacia de la acción de Dios durante esa oración, que es una acción y una eficacia que escapa a la experiencia. La eficacia real de la oración no se mide por lo que nosotros experimentamos cuando oramos, o por los resultados que vemos; la eficacia viene por lo que Dios hace en nosotros, profundamente, en el fondo del alma; en la raíz de nuestra libertad y de nuestra fe, esperanza y caridad, en los momentos que dedicamos a la oración. Por su naturaleza, esta acción de Dios no la podemos experimentar midiendo resultados psicológicos o prácticos. El trabajo de Dios en el orante es más profundo y decisivo de todo eso. Los resultados de la oración están condicionados por aquello que es esencial: que todo contribuye a revestirnos de Cristo.
15) No poner la sensibilidad en su lugar: Este demonio distorsiona el lugar de la sensibilidad en a oración de modos diferentes, que amenazan su progreso en todo caso. La tentación se presenta sobre todo de dos formas. La primera es sobrevalorar la sensibilidad. En este caso se piensa que la oración va bien cuando se siente afecto, devoción, consuelo sensible, etc. y que la oración va mal cuando no está lo anterior y, por el contrario, se experimenta sequedad, obscuridad y aburrimiento. Esta tentación olvida que la esencia de la oración consiste en la experiencia de la fe, esperanza y caridad, virtudes que no se sienten ni necesariamente repercuten en el afecto sensible. La segunda tentación es por el contrario, despreciar la sensibilidad y no hacer ningún uso de ella. No se debe olvidar que ciertos temperamentos, y todas las personas en algunos periodos, podemos hacer buen uso del afecto sensible.
16) Buscar la calidad de la oración donde no está: La tentación está en buscar la respuesta a esta inquietud evaluando la oración en sí misma. Esto consiste en mirar la oración que se ha hecho, y clasificarla según los efectos experimentados en ella: gozo, paz, consolación, ideas nuevas, etc. La oración no es verificable en sí misma. La calidad de la oración se verifica fuera de la oración misma; se verifica en la vida, en al fidelidad a Dios en ella.
17) Discernir mal el uso de los métodos: Este demonio consiste en transformar el método de oración que está hecho para ayudar el orante, en un factor conflictivo para la oración. Llamamos método en la oración al uso de recursos que faciliten la concentración de nuestras facultades en Dios: lectura, oraciones vocales, jaculatorias, posturas, puntos de meditación, etc. Tener un método de oración es importante particularmente durante el aprendizaje de la oración y en periodos de mucha distracción o de especial dificultad para entrar en relación profunda con Dios. La tentación consiste en usar el método sin un buen criterio o inoportunamente con el consiguiente daño para la oración. Esta tentación se presenta de muchas maneras, según la clase de orantes. Una manera es despreciando simplemente cualquier método para ayudarse a orar confiando en que la oración de uno es suficientemente madura como para no necesitarlo. Esta tentación de suficiencia impide al orante entrar seriamente en la oración y tomarle sabor y sentido. Terminará desanimado, por no recurrir humildemente y cuando es necesario a un método simple, adecuado para él, que le ayude a conectarse con Dios. Otra tentación consiste en apreciar el método, pero sin preocuparse por encontrar uno propio, personal, que a uno le ayude a rezar. Se debe utilizar el método que a uno le conviene. Una tentación análoga a la anterior es usar un cierto método que a uno le sirve, rígidamente, cuando convendría por las circunstancias variar de método. Hay que saber variar los métodos personales. Existe también la tentación inversa, cuyo sujeto especial son aquellos orantes que van accediendo a una oración más simple y contemplativa. El demonio está en apegarse al método personal, cualquiera que sea y continuar utilizándolo cuando no es necesario. Hay una tentación sutil que consiste en pensar que se pierde el tiempo en la oración cuando se va haciendo contemplativa, en donde la conducción del Espíritu Santo se hace predominante, y por lo mismo la actividad del orante se hace pasiva. La tentación es persistir en nuestros planes, modos y métodos, y no dejarnos llevar por el Espíritu.
18) Confundir oración con contemplación humana: Este demonio lleva al orante a sustituir la oración cristiana propiamente dicha, con los goces del espíritu. En particular con aquellos que a él en concreto le suelen ayudar a pensar en Dios. La oración es experiencia y contemplación de Dios, no sólo un goce de las facultades espirituales y contemplación humana. La tentación consiste en quedarse en esto último, sin dar el paso explicito de entrar en contacto con Dios. La oración propiamente tal se desvanece, y se ocupa ese tiempo en oír música religiosa, leer un libro de tema cristiano, preparar una celebración o una predicación. La tentación de hacer al mismo tiempo las dos cosas contemplar la belleza y rezar, estudiar y rezar lleva a la larga a terminar con la oración autentica y profunda.
19) Descuidar el estilo de vida: Este demonio separa lo que debe unirse en vista de la autenticidad de la oración. El progreso de la oración cristiana requiere ciertas condiciones en el estilo de vida del orante. Esto es una variante de la relación permanente que hay entre oración y vida. La oración requiere el soporte de una forma de vida coherente con ella. La oración requiere un mínimo de organización de vida, de disciplina contemplativa. La que se necesita, a lo menos, para cualquier actividad humana que necesita libertad de concentración y de reflexión.
20) No mantener las dos formas de oración: Este demonio induce al orante a ser unilateral; con ello de seguro empobrece su oración. La oración cristiana tiene, genéricamente, dos formas: la oración personal y la oración en común, que en primer lugar implica la oración litúrgica. Tanto por la naturaleza del hombre como por la naturaleza de la oración, ambas formas son necesarias y complementarias. La oración común enriquece al orante con la dimensión comunitaria, fraterna, eclesial. La tentación está en que hay personas que por la razón que sea, no pueden o no quieren sino orar en común. No pueden mantener una oración personal prolongada. También hay personas que no pueden rezar sino en privado; la oración comunitaria no parece aportarles nada y las distrae. Evitando la tentación de la oración unilateral, todo orante debe seguir su vocación a la forma de oración que se adapta mejor a él.
21) No ayudarse con otras personas: Este demonio de la autosuficiencia. La tentación del aislamiento significa rutina, tiempo perdido, estancamiento estimulado, más o menos asiduamente apoyado, asegurado y advertido de los fallos y tentaciones de su oración. La falta de una ambiente de oración contagia, como contagia también positivamente, un medio humano que aprecia la oración. Crear un ambiente colectivo que favorezca y estimule la oración es de primera importancia. La vida de oración de muchas personas puede depender de eso.

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