Se conoce la definición de la oración que dio Santa Teresa de Ávila: un trato de amistad con Dios. Pero esto no impide que surjan determinadas preguntas:
- ¿Se escucha decir a veces, que el tiempo que precede inmediatamente a la oración es también tan importante como el tiempo mismo de la oración?
- ¡No es necesario exagerar! El tiempo de la oración es evidentemente el más importante. Sin embargo, no es equivocado decir que el tiempo que precede inmediatamente a la oración es muy importante. Piensen, por ejemplo, en un estudiante que viene a pasar dos horas en su escritorio en una gran concentración. Durante todo ese tiempo él ha procurado resolver un problema de orden matemático sin llegar, tal vez, a solucionarlo. Pasar de golpe de su escritorio a un rincón de oración, no tiene sentido. Su Espíritu, lo quiera o no, está siempre en el problema matemático. Necesitará un tiempo para estar libre y disponible para Dios.
Es en este sentido que Teresa de Ávila aconsejaba a sus hermanas obrar con transición entre sus actividades – sobre todo si eran absorbentes – y la oración misma.
¡Este consejo es excelente! A menudo la oración puede ser difícil porque no se ha tomado el tiempo para “obrar una transición”. Esto puede hacerse por medio de 5 minutos de caminata, un tiempo en el cual uno ordena esto o aquello con el espíritu volcado hacia el tiempo de la oración que viene. Puede también hacerse con algunos ejercicios físicos practicados sin violencia, sino apaciblemente y con lentitud, a fin de favorecer la relajación. Algunas personas se preparan para la oración sentándose y tomando una tasa de té o escuchando música sedante.
Cualquiera sea el medio que adoptemos, el fin es estar libres y disponibles a Dios con todo lo que somos.
La práctica monacal es, desde este punto de vista, muy ilustrativa. Mientras los monjes están el trabajo, uno en la biblioteca, otro en el campo, un tercero en la cocina, he aquí que comienza a sonar la campana. Ellos saben que el tiempo del oficio se aproxima. Tienen todavía unos 10 minutos para terminar su trabajo, pero ya su espíritu esta dispuesto para la oración que se aproxima. Cuando la campana suena por segunda vez, no los tomará de improviso. Cada uno sabe que ahora está invitado a dirigirse a la sacristía para prepares para la oración. Allí, en silencio, se revisten con sus hábitos apropiados para el coro. En fila y siempre en silencio, esperan la señal del padre Abad para avanzar lentamente hacia el coro.
Cuando ellos abren su salterio y comienzan a cantar la oración, su espíritu y su corazón están enteramente en concordancia con la acción litúrgica, gracias a ese tiempo de transición que los ha preparado.
- Una vez que ese tiempo de transición se ha terminado, ¿Qué aconseja hacer usted?
- ¡Evidentemente, entrar en oración! Pero sin duda es necesario aun recordar la frase del Evangelio de Mateo. “Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra detrás de ti la puerta y allí en lo secreto ora a tu Padre…” Mt 6, 6
El evangelio nos aconseja un lugar para la oración. Un lugar en el que la oración esta protegida (cierra detrás de ti la puerta)
Entonces busquemos un lugar de oración y procuremos que ese lugar favorezca verdaderamente el recogimiento y el silencio que la oración necesitan.
- ¿Y la oración en sí misma?
- ¡No porque hayamos encontrado el lugar para orar, es que verdaderamente se esté orando!
Aun cuando nuestra actitud corporal llegue a ser la de oración, tampoco se puede decir todavía que estemos en oración. Solo se está en oración cuando se está en la Presencia de Dios.
Cuando durante la oración me alimento con una lectura, si ésta es verdaderamente el alimento del dialogo reciproco que mantengo con Dios, entonces es oración. Pero si apasionado en la lectura, yo me corto de “la presencia” para instruirme… entonces ya no oro más, simplemente hago una lectura.
Ocurre lo mismo con los acontecimientos del día. Recordarlos bajo la mirada de Dios hace que lleguen a ser verdaderamente el contenido de nuestra oración.
Si, por el contrario el orante se deja llevar por los recuerdos para complacerse en ellos… él se cierra entonces a la presencia de Dios y está sujeto a la distracción.
- Entonces, ¿Lo primero que hay que hacer en la oración es abrirse a la presencia de Dios?
Sí, es eso. Santa Teresa de Ávila decía: comiencen por “entrar en compañía” ¿No es lo propio del amor, el desear encontrar la presencia del ser amado?
La oración no es otra cosa que el intercambio de amistad en el cual uno se encuentra a menudo e íntimamente solo con ese Dios de quien uno se sabe amado.
- Nosotros sabemos que Dios está en todas partes, él habita también de manera particular el en corazón del creyente, ¿Por qué a veces es tan difícil alcanzar su presencia?
Hay muchas razones: la dificultad en recogerse cuando se lleva una vida ruidosa, la dificultad para encontrar el tiempo, y el lugar propicio, son ejemplos muy concretos. Pero creo que las verdaderas dificultades se sitúan sobre todo en el interior del hombre.
(P. Jean Simonart de “ll est vivant” 76/77 Pág. 14)
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Hace 6 meses
Puede consultarse/verse el siguiente enlace del libro: "Preguntas y respuestas de toda persona inquieta sobre la oración":
ResponderEliminarhttp://www.scribd.com/doc/12218571/Daniel-Albarran-Preguntas-y-Respuestas-de-toda-persona-inquieta-sobre-la-oracion