1. La oración vocal
Es el primer escalón de la oración. Tomamos una formula, que alguno antes que nosotros ha puesto por escrito, la leemos o la repetimos de memoria, y aguardamos que la repetición de las palabras despierten en nuestro corazón los sentimientos que las acompañan.
Atención: no hay ninguna oración si no es acompañada de actos internos de la voluntad. No hay oración si sólo se murmuran meras palabras.
La oración vocal es la manera sencilla de orar: la Santa Misa, el rosario y otras oraciones son del mismo tipo vocal.
2. Oración mental o discursiva
El cristiano de buena voluntad, por poco que se ejercite en la oración vocal, pasará por sí mismo adelante y subirá al segundo grado de la oración personal, a una oración que no se ata tanto a las palabras ajenas, sino que se emplea por entero en excitar inmediatamente los actos internos. El alma dará la preferencia a lo único que es decisivo para la oración y renunciará a la variedad de las formulas.
Este segundo grado de la oración personal: la oración discursiva, llamada también meditación. Consta de dos partes, unidas entre sí: la primera es el trabajo de la razón, la reflexión mental. Cuando el orante, mediante la sucesión de ideas, se ha convertido, viene ya la segunda, la parte más importante, la que propiamente es oración, el conjunto de los actos de la voluntad: la oración discursiva.
La oración discursiva será tanto más perfecta cuanto más pronto consigamos, mediante breves reflexiones, mover eficazmente, nuestra voluntad. El camino de la oración, por el que el cristiano, será siempre este: las reflexiones se van reduciendo, para que los otros actos internos se vayan ampliando.
3. la oración afectiva
La constituyen los actos virtuosos de la voluntad, que libremente se une al Señor, con plena conciencia; y que se detiene largo tiempo en una firme decisión, y persevera en la dependencia de Dios.
El camino de la oración personal es en concreto un camino hacia la simplificación. El orante que simplemente se ejercita en la oración vocal, y con ella se contenta, siente la necesidad apremiante de aumentar continuamente las distintas formulas de su oración: recurre a novenas, octavas, oraciones a todos los santos… usa una oración para cada santo o santoral. Mientras que el que ha pasado adelante – a la oración discursiva – no encuentra ningún gusto en esta variedad. Cada alma posee uno, dos o tres libros quizá de meditación, que responden realmente al estado espiritual de cada uno: el que le proporciona consideraciones en la medida adecuada, con el método que corresponde a su manera de pensar y afectarse.
Si el orante ha llegado a la oración afectiva, ya no encuentra ningún placer en los libros prolijos. El simple uso de frases cortas despertara el corazón en un eco profundo. una breve consideración despierta en nosotros algún afecto (humildad, arrepentimiento, paciencia, etc)
4. La oración de simplicidad
Poco a poco, casi sin notarlo, el orante descubre que en su interior encuentra eco profundo siempre la misma frase, siempre el mismo afecto, el de la entrega total. “Señor, haz conmigo lo que quieras, tómame por entero” “Señor, quiero ser tuyo, hazme una sola cosa contigo”.
Las palabras pueden ser otras, pero el afecto será siempre el mismo: el acto del amor perfecto, la entrega plena del cristiano que sólo quiere vivir de Jesús, con Jesús y en Jesús. Esta alma pasará imperceptiblemente, sin saltos bruscos, de la oración afectiva a la oración de simplicidad.
5. La oración pasiva
En ella el Señor exige todavía nuestra cooperación. Es el Señor el que toma posesión del orante, y este siente una especial intimidad con Dios, una nueva presencia de Dios: experimenta en sí un nuevo modo de orar que ya no depende solamente de él. Dios comienza a obrar en nosotros más visiblemente.
6. La oración mística
En la oración de pasividad hay muchos grados. La obra de Dios ha comenzado tomando posesión del corazón por unos pocos instantes: lo toma, lo une consigo en su voluntad, toma entera posesión de esa voluntad que le ha confiado; pero le deje todavía libre la inteligencia para que piense un poco a su manera, le deja a la fantasía su campo de acción, con todas sus distracciones.
Es la oración de quietud: la voluntad esta de un modo especial unida con el Señor; al principio, por pocos instantes; después poco a poco, cada vez más. Según la experiencia de Santa Teresa, esta manera de orar no dura nunca más de media hora.
En el tiempo siguiente, Dios, si así lo quiere, tomará posesión del orante: no solo la voluntad sino también la inteligencia, se unirá al Señor, hasta la fantasía de modo que ni siquiera conoce ya mas distracciones. Es el segundo grado de oración mística; que se suele llamar el de completa unión; el alma emplea su tiempo en el Señor, de pronto vuelve en sí…había estado enteramente con Dios.
Pero aun tiene el orante ventanas abiertas al mundo; todavía sus oídos oyen, sus ojos ven las cosas, todavía todos sus sentidos son capaces de volverse al mundo… si Dios quiere, sus sentidos también se verán atados: será la unión del éxtasis.
7. La oración de unión
Si Dios quiere, lleva al orante a un contacto más íntimo, que se ha dado en llamar unión de transformación.
Ya no son sólo las facultades del orante las que pasan al poder de Dios como fantasía, voluntad, inteligencia… sino que hasta la sustancia misma del alma es poseía por El. El orante conserva un dominio aparente sobre sus potencias: piensa, oye, mira, ama… pero en el fondo sabe que vive entera y profundamente poseído por Dios; el Señor lo ha tomado por su cuenta y lo guía.
Esta forma de unión será descrita por nosotros solamente bajo dos grados distintos y sucesivos.
El primero, transitorio, se llama desposorio espiritual: consiste en un abrazo momentáneo de Dios, quien pronto deja al orante en su propia iniciativa. El segundo grado, definitivo, es el llamado matrimonio espiritual: consiste en un abrazo definitivo de Dios, que ya no dejará más al alma.
Unión indisoluble, semejante al matrimonio: ciertamente el orante puede desprenderse de ese abrazo, como puede la esposa infiel desprenderse de los brazos del esposo; pero Dios de su parte no deja más al alma. En el fondo de su corazón, el orante experimenta el continuo testimonio de Dios que lo posee y guía. Ya no le quedan recuerdos ni planes de si mismo, por propia e independiente iniciativa, ni vive la vida por cuenta propia…sino más bien, una contante docilidad al Otro, que ha asentado su trono en ese corazón, y quiere ser El quien allí viva.
Autor: P. Ricardo Lombardi
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Hace 6 meses
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