domingo, 23 de agosto de 2009

Todos los pueblos alaben a Dios

Oh Dios que te alaben todos los pueblos;
¡Que todos los pueblos te alaben! (Salmo 67, 4)

Todos los pueblos alaben a Dios: Acaba de resonar la voz del antiguo salmista, que ha elevado al Señor un canto jubiloso de acción de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que se abre a un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los pueblos de la tierra.
Con estas palabras el Papa, Juan Pablo II comenzó la catequesis del 9 de octubre de 2002, animando al pueblo de Dios para abrirse a la alanza.
Además, el Santo Padre, apoyándose en San Agustí cuando comentaba el salmo 67 (66) nos recordaba que la alabanza es liberadora, es decir que todo aquello que hace daño y nos abre a las bendiciones que Dios quiere derramar.
Pero además es la misma gracia de Dios la que nos abre a la alabanza. En efecto, la práctica de la alabanza consiste en:
1. Reconocer la Gloria de Dios: La Alabanza nos saca de nosotros mismos y nos centra en Dios. La alabanza consiste en glorificar y celebrar a Dios por lo que él es, a través de la proclamación de sus atributos divinos y maravillosos.
2. Darle gracias a Dios por sus maravillas: La alabanza es un reconocimiento del trabajo que el Señor hace de nosotros, para nosotros, y a través de nosotros. Darle gracias consiste en retornar al Señor su Gloria por sus maravillas, sin adueñarnos de lo que a él le pertenece. La alabanza es un camino para la humildad.
3. Reconocer que de él procede la bendición divina: La alabanza es el reconocimiento de que todo bien procede de Dios. Es proclamar la fidelidad de Dios que se manifiesta en sus bendiciones.

Alabar a Dios en las contrariedades
A medida que nos tomamos el tiempo para observar la belleza de la creación y contemplar que todo lo creado, de un modo u otro, alaba al creador, surge en nosotros el deseo de entrar en armonía con todas las obras del Señor y empezar a alabarlo.
El espíritu de alabanza nos debe acompañar no sólo en los momentos de serenidad y bonanza, sino también en los momentos de dificultad y crisis, sirviéndonos de fortaleza y guía para superar los escollos de la vida.
Por ejemplo, cuando surja en su trabajo o en su hogar, un contratiempo, usted al empezar a alabar en lugar de quedar atrapado en el enojo, el dolor o el temor, percibirá una fuerza interior que lo ayudará a superar la primera reacción negativa. Recuperará así, el equilibrio emocional y tendrá una visión clara para superar la situación de crisis..
Cuando alabamos a Dios en las contrariedades, estamos proclamando victoria sobre esa situación que nos preocupa o que nos duele, pues por medio de la alabanza reconocemos que Dios es más grande que la dificultad y que siempre está a nuestro lado.

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