domingo, 5 de julio de 2009

Jesús elegia cuidadosamente el lugar de oración

La oración es algo tan importante que necesita un ambiente que la favorezca, que ayude al recogimiento y a la concentración.
Debemos aceptar ante todo esta indicación de Jesús: para orar hay que elegir un lugar y un tiempo adecuados, como Él lo hacía:
“Jesús se retiraba a lugares desiertos para orar”. (Lucas 5, 16)
“Jesús se retiró a una montaña para orar”. (Lucas 6, 12a)
“Por la mañana antes que amaneciera, Jesús se
levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando”. (Marcos 1, 35)
“Pasó toda la noche en oración”. (Lucas 6, 12b)

Estos no son detalles de poca importancia: el lugar y el tiempo nos condicionan siempre. Ciertamente deberíamos saber orar en cualquier lugar y en cualquier situación (Jesús oraba en la cruz... no era un lugar de delicias), pero cuando nos es posible escoger debemos hacerlo bien.
También el tiempo es importante: una cosa es orar con la cabeza llena de preocupaciones, y otra muy distinta hacerlo con la mente reposada.
Los discípulos se habían percatado de que Jesús pasaba las noches en oración, que oraba durante largo tiempo.
Ellos también estaban habituados a orar: en la sinagoga se oraba a base de salmos y bendiciones: (berakoth) oración vocal, intercalando prolongadas escuchas de la Palabra. Pero ellos percibían que en Jesús había algo nuevo, algo muy distinto. ¿Qué era? Ese permanecer tanto tiempo en oración les revelaba que Jesús poseía un secreto, una novedad, y ellos deseaban aprenderla. ¿Cómo hacer para poder estar ratos tan prolongados en silencio? ¿Qué hace durante estos ratos? Probablemente todas estas preguntas estén contenidas en su petición: “Maestro, enséñanos también a nosotros a orar”.
Quizás ellos esperaban de Jesús una receta para rezar, pero Jesús no se las da, no es su estilo. En cambio les indica una oración vocal, el Padre Nuestro. ¿Qué significa esto? Significa algo muy importante: que el Padre Nuestro no es tanto una oración vocal como una oración para sustentar el silencio. Más que una oración es una pista para orar. Sería necesario no rezar nunca el Padre Nuestro con apresuramiento como lo hacen frecuentemente tantos cristianos pues eso lo desfigura. La mejor manera de decirlo es recitarlo saboreando las palabras, deteniéndose en sus conceptos y en su contenido. Creo que quien se habitúa a rezarlo empleando al menos un cuarto de hora, se acerca realmente a lo que Jesús quiso enseñar.

Examinemos atentamente las palabras de Jesús: “Cuando oren, digan: ¡Padre!” ¡Esto basta! Da lugar a mucha reflexión. Hay que captar ante todo la lección: ¿cuál es el primer acto de la oración? La oración es una relación vital con Dios. Por eso debe ser un acto humano consciente, racional, no debe ser un acto mecánico. Quien hace de la oración un acto mecánico la desnaturaliza, la desfigura. Es “contacto vital con Dios”, no un contacto mecánico, anónimo, sin alma. Jesús nos enseña que la oración es relación, es intimidad, es profundización de la realidad de Dios. Enseñándonos a decir: ¡Padre!, Él nos enseña que en la oración hay que sentir el latido de un corazón de hijo. Jesús enseña que la oración es cordialidad, sencillez, abandono, humildad... es sentirnos hijos. Sentimos a Dios como Padre y nos sentimos a nosotros como sus hijos. Sin este clima no obedecemos a Jesús. Si en la oración no se enciende una chispa de ternura para con Dios, no estamos orando como Jesús enseña.
Debo sentirme “niño”, ser capaz de decir “papá”, esto es lo que Jesús quiere. Debo desterrar el orgullo, la presunción; el orgulloso no debería rezar.
Esta relación con Dios debe darme seguridad:
“¿Hay algún padre entre ustedes que cuando su hijo le pide pan le dé una piedra? ¿O que dé a su hijo una serpiente cuando le pide pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo...”. (Lucas 11, 11 ss.)

Decir “Padre” significa tener seguridad, confianza, amor, abandono.

Si se da esta relación de ternura con Dios, se pueden afrontar los problemas más arduos, los momentos más difíciles, como lo hizo Jesús en Getsemaní.
“Abba, Padre, papá (Jesús usó precisamente esta palabra), todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. (Marcos 14, 36)
Cuando hay una relación profunda con Dios, basada en la comprensión de su paternidad y de su ternura, entonces la oración hace milagros. Pero para que la oración se torne relación de ternura se requieren reflexión y hondura, calma, silencio y amor; exige preparación y precisa un clima adecuado. Quien no lo comprenda no alcanzará la oración que Jesús enseña.

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