viernes, 29 de enero de 2010

El cuerpo en resposo

Hay otra forma de oración (otras muchas formas, en realidad): la oración de quietud y reposo, oración de la fantasía y las formas mentales, en la que el movimiento del cuerpo sería más un obstáculo que una ayuda. Lo que entonces se necesita es una perfecta inmovilidad del cuerpo que fomente la paz y ayude a disipar las distracciones. Para conseguir esa inmovilidad, sugiero lo siguiente:

Siéntate en una postura cómoda y pon las manos en tu regazo. Toma conciencia de las diversas sensaciones que ahora voy a mencionar; sensaciones que tú tienes, pero de las que no eres explícitamente consciente. Toma conciencia del contacto de tu ropa con tus hombros... Al cabo de tres o cuatro segundos, fíjate en el contacto de esa misma ropa con tu espalda, o de ésta con el respaldo de la silla... Fíjate luego en la sensación de tus manos que descansan sobre tu regazo... De tus muslos en contacto con el asiento... De las plantas de tus pies en contacto con los zapatos... Luego toma conciencia de tu postura sedente... Y vuelve de nuevo a los hombros, a la espalda, a las manos, a los muslos, a los pies... No te demores más de tres o cuatro segundos en cada una de estas sensaciones.

Al cabo de un rato, puedes pasar a las sensaciones en otras partes de tu cuerpo. Lo importante es que sientas esas sensaciones, no que las pienses. Muchas personas no tienen ninguna clase de sensación en algunas partes de su cuerpo, o en ninguna de ellas. Lo único que tienen es una especie de «mapa mental» de su cuerpo. Por eso, al hacer este ejercicio, es probable que pasen de una noción o imagen (de sus manos, de sus pies, de su espalda...) a otra, pero no de una sensación a otra.

Si permaneces en este ejercicio durante un rato, comprobarás cómo tu cuerpo se relaja. Si te pones tenso, toma conciencia de cada una de las tensiones que experimentas. Comprueba dónde estás sintiéndote tenso y de qué tensión se trata; en otras palabras, cómo estás poniéndote tenso en esa zona concreta... También esto irá llevándote, poco a poco, a una mayor relajación física. Al final, tu cuerpo quedará perfectamente tranquilo y sosegado. Permanece en esa quietud durante algún tiempo. Saboréala, descansa en ella... No hagas el más mínimo movimiento, por muchas ganas que sientas de cambiar de postura, de moverte o de rascarte... Si las ganas de moverte aumentan, toma conciencia de ello, del propio impulso, y éste no tardará en apaciguarse, y tú volverás a experimentar un gran sosiego corporal. Este sosiego o quietud constituye una excelente plataforma para la oración.

La oración en cuanto tal

Por supuesto que la quietud corporal no va a resolver todas las dificultades que aún se te van a presentar en la oración, y entre las cuales ocupan un lugar destacado las distracciones de la mente. Pero si hay algo que tu cuerpo puede hacer para ayudarte a combatir dichas distracciones.
Una de las cosas que puedes hacer es mantener los ojos semiabiertos y mirar a un punto situado como a un metro de distancia. Esto ha demostrado ser de gran ayuda para muchas personas, que, en cambio, cuando cierran del todo los ojos, de algún modo parecen tener ante sí una especie de pantalla en blanco en la que, a continuación, su mente procede a proyectar toda clase de pensamientos e imágenes. Mantener los ojos semiabiertos les ayuda a concentrarse.

Naturalmente, es importante que la vista no vaya de un lugar a otro y que los ojos no se fijen en un objeto móvil, porque ello constituiría otro motivo de distracción. Si ves que el mantener los ojos semiabiertos te sirve de ayuda en la oración, fijalos en un objeto o en un punto poco distante y sumérgete en la oración. Una última precaución: cerciórate de que tus ojos no se fijan en un objeto luminoso, porque es probable que ello ocasione una forma mitigada de hipnosis.
Otra cosa que puedes hacer es mantener la espalda recta. Curiosamente, el hecho de que la espina dorsal esté doblada fomenta las distracciones, mientras que, si se mantiene recta, la distracción es menos probable.

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